Actions

Work Header

Royal Flush

Summary:

Las antiguas corporaciones de Japón están siendo impulsadas por sus jóvenes herederos, que no tienen demasiado interés en los duelos kengan, y menos aún en los conflictos entre dioses… aunque quizás no les quede más remedio que involucrarse en ambas cosas.

Notes:

✿Los personajes, trama y detalles originales de

Saint Seiya son propiedad de Masami Kurumada y Shūkan Shōnen Jump (manga), Kōzō Morishita, Kazuhito Kikuchi y Toei Animation (anime).

Me reservo el derecho de elegir qué material usar como base, así que de entrada advierto que hay elementos tanto del manga como del anime -clásico- y algunas OVAs, pero no todo en su conjunto (que sería imposible porque muchas cosas se contraponen).

Además, la organización de Kido Incorporation viene idéntica de mi fic principal de ese fandom, Guerras Justas, que retoma lo que se ve en el canon con un par de vueltas.

Yu-Gi-Oh! son propiedad de Kazuki Takahashi y Shōnen Jump (manga), Kunihisa Sugishima y Studio Gallop (anime).

Realmente solo usaré el anime, Yu-Gi-Oh Duel Monsters (2000-2004), sin spin-offs y solo algunas películas (me encantó El lado oscuro de las dimensiones, pero tampoco parto de ahí), y definitivamente el manga no lo usaré.

¿Por qué? Me gusta que sea más cruel, pero no lo he leído/visto completo y difícilmente creo hacerlo.

Kengan Ashura son propiedad de Yabako Sandrovich (guion), Daromeon (ilustraciones) y Ura Sunday- MangaONE (manga), Seiji Kishi y LARX ENTERTAINMENT (anime).

Principalmente la influencia del anime, aunque sí incluiría detalles del manga porque ahí ya está concluido el torneo de aniquilación, pero sin contar la trama de Kengan Omega, salvo quizás uno que otro detalle menor.

Beelzebub son propiedad de Ryūhei Tamura y Shōnen Jump (manga), Nobuhiro Takamoto y Studio Pierrot (anime).

Es mayor la influencia del manga porque el anime, aunque empezó bien, sucede que la animación alcanzó la publicación del manga, y todos sabemos lo que pasa en estos casos: hacen cosas extrañas.

✿Esto es un fic, bordea entre el canon y el AU de cada fandom, y por el poder de los fics y el Deus ex Machina, he elegido quién está vivo y en qué condiciones.

✿En general, para todos, moví la línea de tiempo para que estén ambientados en los 2000s.

Y porque me place y puedo, montón de cameos, referencias y menciones especiales.

✿En portada: ilustraciones de Higurashi Workshop Studios (editadas). Fondo, texturas, filtros y elementos varios recuperados de freepik.es y all-free-download.com. Tipografías: Typographic Onedalism & Exotc350 DmBd BT Demi-Bold

✿Para ilustraciones varias (y para este fic hay varias), novedades de fics, comentarios extendidos y más, pueden visitar "El moleskine de Kusubana"

https://www.facebook.com/KusubanaYoru/

http://moleskinedekusubana.blogspot.com/

https://www.tumblr.com/el-moleskine-de-kusubana

También en Instagram y Twitter.

https://www.instagram.com/kusubana_yoru/

https://twitter.com/kusubana

https://www.pinterest.com.mx/kusubana/

Chapter 1: Kido Incorporation

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

La inauguración de la sala de conciertos había resultado todo lo exitosa que habían proyectado, y el coctel de agradecimiento se había prolongado hasta muy entrada la noche. Sin embargo, Saori Kido nunca se quedaba hasta el final, y todos los que la conocían lo sabían, por ello, hacía tiempo que desistían de convencerla.

Su mayordomo la escoltaba por las escaleras del inmenso pórtico, atajando la llovizna con un paraguas. Sin embargo, antes de que pudiera entrar al auto, un hombre los interceptó.

—¡Señorita Kido!

Saori se echó para atrás por el intempestivo acercamiento.

Se trataba de un hombre entrado en años, con un traje que le quedaba algo grande, bastante pasado de moda, pero limpio y ordenado.

—¡Por favor! ¡No me puede hacer esto! ¡He trabajado para usted más de treinta años! ¡A mi edad ya no podré encontrar otro trabajo!

Tatsumi estaba por azotarle el paraguas en la cabeza, pero Saori, previendo sus intenciones, le detuvo poniéndole el brazo en el pecho.

—Lo siento señor, me apena mucho, pero desconozco completamente el tema del que me habla.

—¡¿Cómo puede negarlo?! —preguntó al borde de las lágrimas.

Esa expresión devastada conmovió a Saori a tal punto que sintió la necesidad de sostener sus manos temblorosas entre las suyas, calmándolo de la única forma que le era posible. El hombre cayó de rodillas en las escaleras húmedas apenas su cosmos empezó a surtir efecto, si bien no entendía lo que sucedía.

—Por favor dígame —susurró ella —, ¿qué es lo que ha pasado?

—Han liquidado la empresa —dijo —. Nos han echado a todos…

—Tatsumi —llamó Saori —. Por favor, ayúdame, lo llevaremos a su casa.

—Le puedo pedir un taxi, sería más adecuado.

—Por favor, solo has lo que te pido.

En la limusina, el hombre recobró la compostura y le contó sobre la forma tan abrupta en que esa misma mañana, él y prácticamente todos sus compañeros habían recibido una carta de despido junto con la fecha y hora en que se les citaba a cada uno para atender los pendientes respecto a su liquidación.

Nadie entendía nada, de hecho, había imperado un agradable ambiente en las oficinas porque estando tan cerca del cierre fiscal del año, parecía que todos los objetivos se habían cumplido y tendrían una declaración bastante holgada. Y cuando exigieron una explicación de su director de operaciones, este simplemente indicó que eran órdenes del corporativo.

—Tatsumi, ¿tú sabias de esto? —preguntó Saori a su mayordomo, que tenía la mala costumbre de guardarse información, hasta que él consideraba “apropiado” revelarla.

—No, señorita —dijo —. Le aseguro que no hemos recibido ningún reporte sobre eso.

El hombre había tomado un tren desde Okinawa, el ferri y un autobús, haciendo una travesía de horas de viaje, además del tiempo que le había tomado averiguar en dónde encontrarla, aunque un diario anunciándola como invitada de honor en la inauguración de la nueva sala de conciertos de Tokio le facilitó la tarea.

Y dado que Tatsumi no iba a conducir el mismo trayecto, se dirigió al aeropuerto.

De buena gana lo haría viajar de la misma forma en que llegó, pero ella había sido inflexible al respecto de llevarlo en el avión, así que hizo los preparativos.

—No es necesario que lo acompañe, señorita —insistió Tatsumi. Realmente no quería ir a Okinawa, pero bastó una sola mirada para que guardara silencio.

—Y por favor, pide la cena —dijo ella luego de escuchar el estómago del hombre quejándose.

—Sé que es tarde —agregó ya que estaban en el avión —. Pero necesito que le digas al señor Watanabe que es importante que le vea a primera hora.

—Sí señorita.

Tatsumi se trasladó a un pequeño apartado donde estaba el teléfono, el fax y otros menesteres para tender las tareas de secretariado, por lo que Saori se quedó a solas con el hombre, que tímidamente empezaba a comer.

—No tengo ninguna excusa —le dijo Saori —. Pero debido a la edad que tenía cuando mi abuelo falleció, nombró a una persona que fungiera como director general y representante legal de la compañía.

—Eso dijeron mis compañeros cuando les dije que la buscaría, ¡pero usted sigue siendo la heredera del señor Mitsumasa Kido!

—Sí, y mañana mismo me reuniré con el señor Watanabe. Pero por ahora, me temo que tendrá que esperar en su casa…

—¡No puedo decirle nada mi esposa! Verá, tiene cáncer…

—No lo haga. Dígale que tomará un descanso para cuidar de ella, y no se preocupe. Me mantendré en contacto con usted.

—Sé que no debería decirle estas cosas, pero yo… realmente estoy desesperado…

Finalmente, Tatsumi pudo ganar respecto a que fuera en taxi a partir de ese punto, pues el director general de Kido Inc. le informó que podría verla inmediatamente de su regreso a Tokio. Aun así, Saori insistió en pagarlo y en el transcurso del día le devolvería los gastos de su traslado de la mañana.

—Le agradezco su tenacidad —le dijo antes de que bajara del avión —. De lo contrario, jamás me habría enterado de la clase de gestión que se hace en mi nombre.

El hombre, avergonzado, aunque considerablemente más tranquilo, la reverenció casi exageradamente y bajó del avión.

—Tatsumi —llamó a su mayordomo, aun con el gesto pensativo que le había dejado el reciente encuentro —. ¿El señor Watanabe sabe de lo que quiero hablar con él?

—Yo no se lo he dicho, señorita. Pero me dio la impresión de que es consciente de sus actos.

Saori asintió.


Apenas despuntaba el alba cuando llegaron a la enorme casa del director, que les recibió personalmente en el vestíbulo de la entrada.

—Señor Watanabe, ¿por qué no se me había informado de la liquidación de nuestra principal subsidiaria de Okinawa?

La falta de saludo y el tono inflexible en su voz hizo mella en el hombre, que apresuradamente le indicó que pasaran a su despacho privado para evitar una escena innecesaria frente a su personal doméstico.

—Mi reporte de la situación debería estar llegando esta mañana a su casa —dijo quedamente.

—De cualquier forma, antes de tomar una decisión de esta magnitud, tendría que haberme consultado, ¿no le parece?

—Es que es algo que ha salido completamente de mi control. Ha sido tan imprevisto…

—¿Cómo es eso posible? Solo se me ocurren dos opciones: que sus reportes sobre el desempeño de la compañía son falsos y realmente todo ha ido mal por un tiempo, o que la apostó en un juego de cartas.

El hombre carraspeó, notoriamente incómodo.

—Señorita Kido, usted aún es demasiado joven. Pero en vista de las circunstancias, ya que he sido incapaz de cumplir la voluntad de su difunto abuelo, hay algo que tiene que saber.

—¿A qué se refiere?

—Como recordará, hace un tiempo le hablé de un conflicto que teníamos con Toyo Electric Power Company.

—Sí, y me dijo que se estaban haciendo los arreglos necesarios.

—Pues sí, y es ahí a donde quiero llegar.

Llamaron a la puerta y luego de permitirle el paso, un hombre entró. Era bastante alto, e imponente pese a su maltrecho estado: llevaba un brazo escayolado, y por debajo de la camisa se notaban las vendas que llegaban hasta su cuello. En la cabeza tenía otro tipo de férula, un ojo completamente cubierto, la nariz estaba roja e hinchada y los labios se le notaban casi negros, agrietados y anormalmente grandes.

—Quiero presentarle a Tanikaze Yoshiro, ha sido el representante de Kido Incorporation los últimos cinco años.

—¿Representante? ¿Qué significa esto?

El señor Watanabe respiró profundamente, pidiéndole al hombre que se sentara en uno de los sofás.

—Desde hace siglos que las compañías japonesas arreglan las grandes decisiones conforme una tradición: los combates Kengan.

Saori quedó perpleja ante lo que escuchaba: ¿En pleno siglo XXI la gestión empresarial se definía con combates mano a mano?

Y a medida que le contaba la historia, la forma en la que había evolucionado y cómo se desarrollaba actualmente, no pudo evitar el reírse.

Por supuesto que no era una risa de gracia o felicidad, simplemente denotaba su nerviosismo.

—¿Es una broma? —preguntó —. Yo dije lo de apostar la subsidiaria como broma.

—Señorita Kido, este hombre aquí arriesgó su propia vida para ganar —repuso el señor Watanabe con seriedad.

Saori lo miró de soslayo, estaba quedándose dormido, seguramente por la medicación para el dolor, y luego dirigió la vista a Tatsumi.

—¿Sabías algo de esto? —preguntó.

—No señorita, le juro que es la primera vez que escucho de algo tan absurdo.

—Señor Watanabe, no hay manera legal que una apuesta de este tipo sea efectiva.

—Me temo que la asociación ya ha notificado los resultados a la corte, si intentáramos llevar el caso a juicio, no solo sería denegada, podríamos perder nuestra reputación y ser condenados al ostracismo mercantil.

—No… esto no tiene sentido, ¿quiere decir que mi abuelo participaba en este tipo de arreglos tan bárbaros?

—Señorita, usted sabe lo mucho que apoyaba el desarrollo de las artes marciales, le aseguro que ese interés tenía como objetivo principal encontrar al representante más adecuado para la compañía.

Ella no estaba de acuerdo. Esa búsqueda la había hecho principalmente por su interés en los santos de Athena.

—Pero algo tan importante —interrumpió Tatsumi —, ¿por qué lo mantendría en secreto? Me confió información más importante que eso.

—Desconozco por completo el objetivo de Mitsumasa para no decirles nada, a mí solo me hizo prometer que siempre tendría un representante digno y que jamás le causaría a usted ninguna inquietud al respecto.

Saori bajó la vista hacia la cartera de mano que descansaba en su regazo.

¿Sería que solo quería que tanto ella como Tatsumi se enfocaran exclusivamente en su destino como Athena?

Sacudió la cabeza. Había pasado tiempo desde la última guerra santa, por eso se había tomado la libertad de visitar Japón y atender algunos asuntos de la fundación a petición de la junta y el consejo de la compañía.

—Por todos los cielos, ¿cómo puede ser legítimo hacer una apuesta así? No es solo un edificio o dinero, ¡son personas! Señor Watanabe, ¿cómo pudo hacerlo?

—Comprenda, señorita. No hay otra manera…

—¿Y hay algo que se pueda hacer para recuperarla? —preguntó.

—Ya está en marcha el proceso de liquidación, pero quizás el señor Katsumasa acepte una revancha si se hace la oferta adecuada.

—Bien, entonces hágalo, pídale los términos para recuperar el derecho sobre esa compañía.

—Señorita, no es tan sencillo, además, Yoshiro no está en condiciones de pelear de nuevo, y su suplente no está a la altura de las circunstancias…

Saori se puso de pie súbitamente, aunque su altura no la ayudaba en absoluto a imponerse, de manera inconsciente, como le sucedía a veces cuando estaba demasiado exaltada, su cosmos destelló un instante.

—Por favor, haga lo que le pido. Voy a tomar responsabilidad por esta situación, sin importar las consecuencias. Haga ese arreglo, aunque el señor Katsumasa exija la totalidad de la compañía.

El señor Watanabe no podía ver su cosmos dorado, pero sí pudo sentir una inexplicable opresión en el ambiente, y Tanikaze Yoshiro también, tanto que salió de su estupor. Sin embargo, por efecto de esa misma opresión, ninguno pudo decir nada.

—Hágame saber la fecha y lugar. Lo tendré todo listo.

Sin más, Saori dejó el despacho, tenía que conseguir con extrema urgencia a alguien que pudiera salvar el empleo y seguridad social de todas esas personas.


A su llegada a la mansión, realmente le hubiera gustado cambiarse primero, pero el tiempo apremiaba, y era una hora adecuada para hablar con Shion.

—¡Señorita Saori! —exclamó Tatsumi—¡El señor Watanabe está al teléfono!

Saori le pidió que pasara la llamada al despacho, donde ya estaban algunos de los santos que se encontraban en la casa: Jabu de Unicornio, Ichi de Hidra, Shun de Andrómeda, Seiya de Pegaso y Aioria de Leo, ninguno de los cuales tenía demasiada idea de lo que ocurría.

—Señorita Saori —le dijo el hombre apenas fue visible en la pantalla —. Los términos del señor Katsumasa son ridículos.

—¿Qué es lo que pide?

—Primero, quiere que usted gane un combate para él, con la Kansai Electric Industry. Se están disputando la exclusividad del servicio en una nueva zona industrial. Es un contrato millonario, así que realmente lo desea. Solo si gana ese combate aceptará una revancha, y en esa contienda, ofrece de vuelta la subsidiaria, pero si vuelve a perder, exige que se entregue el 50% de las acciones de la Tokyo Oil.

—Ya veo…

—Señorita, ¡eso es impensable! La Tokyo Oil es la compañía más importante, cederla representaría una pérdida inconmensurable, de ella depende buena parte del desarrollo de Kido Chemical y…

—Lo haremos —interrumpió Saori —. Hágale saber que acepto sus términos.

—Pero, señorita, temo que no está comprendiendo las implicaciones…

—¡Por favor! —exclamó, algo bastante inusual ya que procuraba mantenerse serena —¡Hágalo!

Saori solo quería explicar la absurda situación una sola vez, así que extendió su cosmos para envolver a todos, llegando hasta Shion en Grecia y el resto de los caballeros.

—Si es lo que Athena desea —dijo el Patriarca cuando le explicó lo mismo que le habían dicho a ella tan solo un rato antes —. Solo habrá que disponer de un representante que prescinda de sus funciones como santo.

Ya esperaba esa respuesta. Una de las leyes para todos aquellos que se consagraban al servicio de Athena, era la de no involucrarse en asuntos políticos, y al entendimiento de las circunstancias, esa era una palabra bastante adecuada para describir el problema.

—Solo es una pelea fácil —dijo Seiya —. Puedo hacerlo.

—Espera —se apresuró Jabu, tomándolo por el hombro —¿Siquiera pusiste atención? Si te conviertes en el representante de la compañía Kido, no puedes ser considerado santo de Athena.

Jabu desvió la mirada, su mano se había puesto tensa y Seiya lo sintió.

—Eres uno de los caballeros más poderosos de la orden, la mayoría de nosotros jamás podría ganarte en un combate y…

Tragó saliva. Nunca creyó que tendría que decirlo.

—Yo… yo no soy más que un apoyo secundario.

Seiya lo miró con una expresión indescifrable. Él mismo no creía que el chico tan orgulloso que era, estuviese diciendo eso.

—Maestro —siguió diciendo Jabu, hablando con Shion —, sabe que no podemos prescindir de él, en cambio yo, sé que puedo enfrentar sin problema a cualquiera de esos peleadores.

—¿Estás seguro de eso? —preguntó Aioria —. Podríamos llamar a algún soldado. Debido a su entrenamiento, superan bastante la media de un hombre ordinario. Quizás el hermano menor de Cassios, Shaina lo tomó bajo su tutela luego de la muerte de él y Dócrates.

Jabu dejó escapar un suspiro.

—Lo entiendo —respondió —, pero creo que es necesario que quien se convierta en su representante, tenga absolutamente clara una única cosa.

—¿Una única cosa? —preguntó Shun.

—Que no está peleando por Athena, sino por Saori Kido.

Aioria comprendió entonces el punto y asintió como apoyo a su decisión, algo que secundó Shion y aunque pareció dudarlo un momento, Saori también.

—Necesito arreglar unas cosas, chicos. Gracias por venir. Tatsumi, averigua todo lo que se supone que debemos de saber sobre esos torneos: las reglas, los miembros, si hay algún tipo de calendario y, sobre todo, qué es lo que la compañía ha ganado y perdido en el último año.

—Como ordene.

Todos dejaron el despacho sin decir nada más, pero mientras iban por el pasillo, Seiya detuvo a Jabu.

—¿Podemos hablar?

Salieron de la casa, y Seiya lo condujo hacia las arboladas que formaban el lindero del bosque.

—Seiya —dijo Jabu antes de que le empezara a decir cualquier sermón —. Realmente estoy seguro de querer hacer esto.

—Sí, eso no lo dudo, es solo que, si te soy honesto, nunca he entendido tus sentimientos.

—¿Mis sentimientos?

Seiya se llevó las manos a la nuca, evitando el mirarlo.

—Es decir, entendería que quieres hacer esto por Saori, lo has hecho desde siempre, ponerte primero en la fila para que te pateen el trasero.

—Seiya…

—Escucha, Jabu. Lo que dijiste sobre que eres un apoyo secundario, ¿realmente te sientes así? ¿Crees que no puedes crecer más como caballero?

Jabu se recargó en el tronco de un árbol. Quedaron en silencio, con el canto de las aves de fondo.

—Lo he sentido así desde el Torneo Galáctico —confesó finalmente —. Después de que Ikki me noqueó, me di cuenta de que el logro que creía haber alcanzado cuando me fue entregada la armadura de Unicornio, no era la gran cosa, y durante tu pelea con Shiryū… todo estuvo claro. Pensé que si volvía para entrenar de nuevo podría nivelarme, pero mi maestro me explicó que el cosmos no es más grande ni más chico en los caballeros, la importancia del despertar del séptimo y octavo sentido, y me advirtió que había personas que, sin importar su entrenamiento o su esfuerzo, nunca logran conectar con el cosmos del universo. De alguna manera superé a muchos aspirantes de caballero, pero nunca te alcanzaré. Y el que me dejen como reserva en el Santuario en cada batalla, es indicativo de que tanto Shion como Saori saben que solo moriré si trato de pasar mi límite.

—Ya entiendo…

—Quiero un propósito Seiya. Quiero que lo que he logrado, sirva para algo. Además, ¿qué tan malo sería recuperar el trabajo de esas personas? Todavía es como luchar por la justicia, supongo.

Seiya finalmente se animó a mirarlo a la cara, tendiéndole una mano.

—Entonces, si vas a hacer esto, más te vale no perder una sola pelea.

Jabu respondió con fuerza el apretón.

—¡Jabu! —gritó Tatsumi desde una de las ventanas de la mansión —. Salimos a las cuatro de la tarde, tu primera pelea es hoy.

Seiya palmeó el hombro de su compañero.

—Vamos al gimnasio, te haré de sparring.

Tatsumi los alcanzó un par de horas después, cuando estaban terminando.

—Escucha, Jabu —le dijo desde abajo del cuadrilátero —. Las reglas son bastante simples, es un combate mano a mano, ningún tipo de protección es admitida, y obviamente tampoco armas, pero fuera de eso todo vale.

—¿Como en pelea de MMA? —preguntó Seiya.

—Sí. Parece que sí. Me facilitaron una lista con algunos participantes conocidos y todos tienen estilos de pelea, edades, estaturas y pesos distintos. La otra cosa es que aparentemente, eres el más joven, después de ti, el siguiente tiene diecinueve, pero empezó a pelear desde los catorce, así que no es ningún novato. Hay muchos campeones de diferentes disciplinas y grandes maestros de escuelas tradicionales. Por cierto, tengo que llenar un formato, ¿qué estilo de pelea te anoto? ¿Lucha grecorromana? ¿Lucha olímpica?

Jabu, se pasó un brazo por la cara, estaba empapado en sudor.

—No… mi maestro en realidad me entrenó en algo que se llama full contact.

Tatsumi lo miró con una ceja arqueada.

—Es una mezcla de karate, taekwondo y boxeo. Casi no lo uso porque me dediqué a las técnicas especializadas de Unicornio.

El mayordomo se encogió de hombros y tomó nota.

—No hay pesaje oficial, pero tengo que llenar ese campo, así que baja para que te tome la altura y peso.

Secándose con una toalla, fue detrás de él a la habitación donde normalmente se les hacían ese tipo de preliminares. Vigilar sus tallas y pesos era una rutina que habían adoptado por protocolo, así que ya sabían más o menos los resultados que iban a dar.

—165 centímetros —murmuró Tatsumi anotando —54 kilos… volviste a bajar.

—Acabamos de entrenar, solo estoy deshidratado.

Tatsumi lo miró con reproche.

—No bajas seis kilos sudando, el doctor te dijo que deberías estar sobre los 60.

—No seas pesado —se quejó Seiya —. Dijiste que no había pesaje oficial.

—Trabajaré en eso, lo prometo.

Por respuesta, Tatsumi azotó la tabla de anotaciones en su cabeza.

—Mas te vale, la señorita Saori está tomando un riesgo muy grande, podríamos perder la compañía si no te lo tomas en serio. Ahora date un baño, y ponte esto debajo. Dudo mucho que haya un cambiador apropiado en donde nos citaron.

Jabu atrapó lo que le lanzaba, que no era otra cosa sino unos pantaloncillos blancos con franjas doradas a los costados y el nombre “Kido Inc.” en la pierna derecha escrito en sus caracteres japoneses oficiales, y con letras romanizadas en la izquierda.

—No perdiste el tiempo —dijo Seiya.

—Pues se supone que es representante de la compañía.

Y mientras los muchachos iban a las regaderas, Tatsumi solo se lamentaba, y no por los mismos motivos filantrópicos que Saori, sino por todos los inconvenientes que habían surgido en lo que prometía ser un día bastante tranquilo.

—¿Cómo están? —preguntó Saori cuando los alcanzó en el helipuerto de la casa.

Tatsumi suspiró.

—No me gusta nada esto.

—A mí tampoco, Tatsumi, pero es lo único que se me ocurre.

—Athena —llamó Aioria acercándose a donde estaban —. Esta vez la acompañaré, la situación es demasiado extraña como para considerarlo un evento social.

—¿También podemos ir? —preguntó Ichi.

Saori asintió.

Toda la situación le creaba una gran desconfianza, y el hecho de que la cita fuera precisamente en una de las naves industriales que se estaban disputando, no en un recinto oficial, la hacía más extraña.

Cuando Jabu y Seiya llegaron, emprendieron camino a uno de los edificios del corporativo que quedaba cerca del punto de encuentro, y a partir de ahí se les unió el señor Watanabe que sugirió un perfil discreto, debiendo separarse en autos compactos que siguieron diferentes rutas.

—Insisto en que esto es ilegal —dijo Saori que iba en el mismo auto que el director general.

—Es más bien, extraoficial.

Saori lo miró con rudeza, pero no siguió presionando.

De alguna manera no se sintió sorprendida cuando descubrió que el lugar recién estaba en construcción. Había algunas máquinas gigantescas aparcadas en la periferia y no había ningún tipo de señalización que indicara un combate formal. Sin embargo, había bastante gente reunida.

—Acompáñeme por favor —dijo el señor Watanabe —. La presentaré con el director de Kansai Electric Industry.

El hombre en cuestión era un anciano de facciones rudas, acentuadas por una mueca de hostilidad que hizo apenas fue presentada.

—¿Por fin van a jubilarte, Watanabe?

—Tengo responsabilidad de guiar a la señorita en este áspero camino.

—Escuché que tu peleador casi muere, ¿vas a darme una victoria fácil con un suplente? —preguntó, señalando con la mirada a Aioria, que no se había separado de Athena ni un momento.

—Oh no, es el guardaespaldas personal de la señorita. Nuestro nuevo representante está tomando posición.

En efecto, Jabu, junto con Tatsumi y los otros caballeros de bronce, estaban ya en lo que parecía ser un ruedo delimitado con vigas y otros materiales de construcción.

—Esto es francamente humillante —se quejó Jabu con timidez, poniendo las manos al frente —. Estoy prácticamente desnudo y no quiero decir dónde se me ajusta innecesariamente.

—Es licra deportiva —respondió el mayordomo.

—En Grecia se solía pelear completamente desnudo —dijo Shun a modo de broma.

—¿Realmente no me puedo quedar con el pantalón?

—¡No seas ridículo! ¡Compórtate como un profesional!

Y con brusquedad, Tatsumi lo empujó al centro, en donde había un réferi, que solo reconocieron como tal, por el uniforme a rayas.

—¿Pero qué mierda es esto? —se quejó el otro peleador, ridículamente alto en comparación el chico, cruzando los brazos sobre su pecho con aire de suficiencia —¿Una maldita excursión de secundaria?

Miró de arriba abajo a su oponente y detrás de él, a Seiya, Shun e Ichi.

—¿Me están jodiendo?

—Cálmate —ordenó su empleador, el director de Kansai Electric Industry —. Es una pelea fácil que nos han regalado. Solo procura no matarlo, aunque puedes romperle los brazos y piernas si quieres, para que aprenda que su lugar es en casa con su madre.

Saori apretó los labios, acercándose a Jabu, aunque al hacer eso, se percató de lo que llevaba puesto, y completamente avergonzada, desvió la mirada.

Jabu tampoco pudo mantener la vista al frente y miró hacia abajo, casi se le salía el corazón solo de verla sonrojada.

—Yo —dijo Saori —…cuento contigo, pero por favor, cuídate.

—Sí… lo haré —respondió, casi tartamudeando.

Por indicación del árbitro, la zona fue despejada.

—¿Traen dinero? —susurró Ichi a Shun y Seiya, apartándolos un poco de Saori y Tatsumi.

—Algo, ¿por? —preguntó Seiya.

—Dámelo, hay un corredor de apuestas acá atrás.

—Tatsumi se va a molestar —dijo Shun.

—Entonces toma todo lo que traigo —respondió Seiya casi riéndose.

Ichi tomó las carteras de ambos y corrió a donde estaba el corredor, y no le sorprendió que nadie estaba apostando por Jabu.

—¡Peleadores! ¡A sus posiciones! —ordenó el árbitro mientras levantaba la mano.

Necesariamente, Jabu tenía que mover las manos que trataban en vano de cubrir su entrepierna, bien ajustada por la licra.

—¡Comiencen!

El público presente estalló en gritos eufóricos, y Saori, horrorizada, escuchó a más de uno exigir que “matara a golpes al niño”, pero ella solo podía sujetar con fuerza su bolso.

El peleador de la compañía eléctrica, tan alto como era, lanzó una patada de gran alcance, buscando las costillas del muchacho. Jabu lo vio venir desde el principio, y decidido a demostrar que podía hacerse cargo del recién descubierto puesto sin ningún problema, no se movió, solo abrió el compás para mantener el equilibrio, y levantó el brazo para detener el golpe, recibiendo la espinilla del hombre con el codo.

Se hizo el silencio cuando se dieron cuenta de que aún con su altura y músculos, no había podido mover al muchacho ni un poco.

—¿Eso es todo? —preguntó Jabu con sorna.

—Maldito mocoso —farfulló el otro, volviendo a tomar posición. Casi enseguida, el chico acortó la distancia, aunque no fue de frente, sino que saltó, cayendo con una patada.

El hombre quiso hacer lo mismo que él, en primera instancia para demostrar que no era menos, y en segunda, porque estaba convencido de que, siendo tan pequeño y ligero, lo podría no solo frenar, sino mandarlo a volar de un solo movimiento.

Sin embargo, lo imposible ocurrió, y un par de personas escucharon cómo uno de los huesos de su brazo, o quizás los dos, se rompían para luego recibir el golpe en la cara, yéndose de espaldas.

Saori no quiso mirar, el crujido le había provocado un escalofrío.

El público estaba azorado, casi tanto como el propio peleador que se incorporó tan rápido como pudo, percatándose de la herida.

—¡¿Cómo mierda hiciste eso con una sola patada?

Los caballeros sabían que no fue una sola patada, sino una sucesión, en eso consistía el galope de unicornio. Sin embargo, otros de los espectadores se percataron también, y con eso, la perspectiva sobre el novato cambió, y al menos para esas personas, no resultó ninguna sorpresa que solo en algunos movimientos más, el representante de Kansai Electric Industry quedara inconsciente.

El señor Watanabe se acercó.

—Si le parece bien, informaré a señor Katsumasa que tiene el paso libre para empezar actividades.

El anciano director no tenía palabras, por lo que el señor Watanabe tomó por el hombro a Saori para conducirla fuera de ahí, antes de que los asistentes empezaran los conflictos por el resultado de las apuestas.

Aioria decidió esperar a Jabu, pero por la expresión de su rostro, el chico notó enseguida que no estaba demasiado complacido.

—No seas engreído —le dijo, mientras se ponía el pantalón, su principal urgencia —. En esta pelea tenías por completo a tu favor que fuiste subestimado y pese a su bravuconería, no quería lastimarte de gravedad, esa patada no era letal de ninguna manera.

Jabu miró de soslayo al sujeto, atendido por algún asistente médico.

—Puede que estés dispuesto a renunciar a tu posición como santo, pero no voy a permitir que un representante de Athena, aún si sirve a Saori Kido, se convierta en un vulgar mercenario.

—No es para tanto —murmuró, intimidado por el león dorado.

—Tienes la capacidad para acabar tus enfrentamientos rápidamente, no hay ninguna necesidad de alargar un espectáculo que Athena no disfruta.

—Sí —respondió con resignación —. Lo haré.

—Vámonos de aquí.

Notes:

No tienen idea de lo mucho que he estado fantaseando este proyecto, y lo mucho que estoy disfrutando escribirlo.
¡Háganme saber cualquier comentario que tengan al respecto!

Chapter 2: Kaiba Corporation

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—¡Es que esto tiene que ser una maldita broma!

La risa de Akio Kono se había convertido en el sonido más molesto que Seto Kaiba había escuchado en su vida, y estaba convencido de que se debía a que escuchaba la de Pegasus en el fondo.

La imperiosa necesidad de ir él mismo al ruedo a golpearlo, solo se sofocaba por su sentido de la sensatez y la auto preservación, pues, aunque se consideraba un hombre fuerte, no había manera lógica de que convertirse en su propio representante fuese una buena idea. Sin embargo, ver en el suelo inconsciente al sujeto al que había pagado cinco millones de dólares, le hacía poner en perspectiva el asunto.

Ese era el último de una lista que le habían proporcionado, uno cada vez más inútil que el otro, y el tiempo se le estaba acabando, igual que la paciencia.

—Hermano…

La voz de Mokuba temblaba, era como si estuviese a punto de ponerse a llorar, lo que resultaba extraño, pues por lo general era un chico rudo y ya no era un niño. Además, no era la primera vez que se encontraban en un escenario tan violento.

—Te dije que me esperaras en el auto.

—¿Está muerto?

Seto miró el cuerpo inerte sobre una mancha de sangre que se expandía más a cada instante. La cabeza apenas era distinguible entre la hinchazón, la sangre y el pelo, por lo que era poco más explícito que cualquier cosa que hubiera visto antes. Se dirigió hacia Akio Kono y al pasar al lado del peleador vencido, le dio una patada para liberar sus propias frustraciones.

Solo hubo un gorjeo por respuesta.

—No —respondió, pasando de él.

—Tranquilo —dijo la réferi, poniéndole una mano en el hombro a Mokuba —. Ya están aquí los médicos.

Sacando de la bolsa interna de su gabardina, Seto tendió al pequeñísimo hombre un pendrive, que, literalmente recibió mientras se relamía los labios. A su lado, su representante, tan alto como el joven director de Kaiba Corp., pero mucho más musculoso, apenas parecía medianamente afectado.

—Cuando quieras ceder otro diseño, Kaiba-kun —le dijo —. Ya sabes cómo funciona.

El joven consiguió controlarse para no hacer una imprudencia.

—Las formalidades estarán en tu escritorio mañana.

Pasándole un brazo por los hombros a su hermano, no esperó respuesta. Necesitaba salir de ahí.

—¿Qué fue lo que le diste? —preguntó Mokuba mientras se ajustaba el cinturón de seguridad.

—El diseño del estabilizador de imagen en movimiento.

—¿El nuevo?

No le respondió, solo puso en marcha el motor.

—¡Tienes que contarme! ¡Se supone que también soy accionista! ¡Tú has dicho que la compañía es de los dos!

Seto resopló, pisando a fondo el acelerador.

—Lo es —respondió, volviendo los ojos al camino —. Pero no tienes edad para preocuparte de estas cosas…

—¡Tenias menos de mi edad cuando tomaste la compañía! ¡Y nunca dejaste que nadie te apartara!

—En ese entonces, Gozaburo aún nos cuidaba la espalda*, y tenía como representante a uno de los mejores peleadores de Japón, pero ahora están muertos los dos, y…

No vio venir el golpe, solo sintió el latigazo en el cuerpo, arrojándolo hacia la derecha. Consiguió, sin embargo, conducir el volante para reducir la resistencia, girando sobre sí mismo en lugar de dar vueltas de campana.

La bolsa de aire de Mokuba se había activado, apretujándolo contra el asiento. Él había retirado la suya hacía tiempo, así que todavía podía maniobrar, y con la excelente carrocería del auto, que había resistido el embate, consiguió reincorporarse en un carril para tomar un paso a desnivel.

El auto que los había embestido no los siguió, pero no por eso se detuvo, siguió hasta llegar al edificio de Kaiba Corp.

Aparcó ocupando dos cajones de estacionamiento y solo hasta ese momento se permitió tomar un respiro de tranquilidad.

Mokuba, por su parte, consiguió por fin quitarse la bolsa de encima.

—¿Qué diablos fue eso? —preguntó.

—Te vas el lunes.

—¡¿Qué?!

—El lunes te vas a Londres.

—¡Seto!

—Ya hablamos de esto, no vas a quedarte en la preparatoria mediocre de esta ciudad.

—¡Tú fuiste a esa!

—¡No está a discusión!

—¡Lo único que quieres es deshacerte de mí! ¡No quieres que tome responsabilidades en la compañía!

Mokuba salió del auto, corriendo hacia la calle sin importarle que su hermano le gritara que no lo hiciera.

Completamente frustrado, Seto pateó la llanta.

—Era más fácil cuando tenía ocho años —masculló.


—¿Puedo sentarme?

Mokuba respingó, limpiándose la cara con la manga de la chaqueta, aunque igualmente había hecho sonar la nariz. Se sintió muy avergonzado, el origen de la discusión con su hermano era porque le trataba como a un niño pequeño, y estaba sentado en un banco del parque llorando.

Yūgi dejó la bolsa de compras que llevaba entre ambos y se sentó, recargando los codos en las rodillas.

—Hace tiempo que no te veía. Has crecido bastante.

—Seto no piensa lo mismo.

—Me imagino. Siempre serás su hermano menor. ¿Qué pasó?

Mokuba lo miró con timidez. Yūgi era más bajito que él, y tenía unas facciones bastante aniñadas, así que difícilmente alguien acertaría en que tenía veintiún años. Aun así, tenía algo de lo que su hermano carecía totalmente: una presencia conciliadora y reconfortante.

—Es una tontería —repuso.

—No si te hace sentir mal.

El chico se rio. Siempre era tan amable.

—Es por la compañía. Seto tiene años queriendo comprar Industrial Illusions, pero Pegasus la vendió a Nentendo, solo para fastidiarlo.

—Algo escuché de eso.

—El problema es que el CEO, Akio Kono, está chantajeando a Seto. Lo ha estado amenazando con quitarle las licencias de Duelo de Monstruos. Todo en Kaiba Corp. se basa en esas licencias; los simuladores, los discos, los parques. Si perdemos las licencias, lo perdemos todo.

—¿Y qué es lo que quiere?

Mokuba torció la boca, pero confió en la discreción de Yūgi y le explicó la dinámica de los duelos Kengan. El muchacho estaba razonablemente escéptico, pero no lo cuestionó, lo dejó explicar el modo en que Kaiba Corp. había perdido dos diseños nuevos antes de siquiera lanzarlos al mercado, y cuatro más que eran exclusivos hasta entonces.

—Así que el problema es, que no tiene un buen representante.

—Sí —respondió. Todo se resumía a eso. Mientras no hubiera alguien capaz de vencer al peleador de Nentendo, Seto estaría obligado a ceder los términos que Kono quisiera.

—¿Y solamente los pueden contratar mediante la agencia que me dices? ¿Con el señor Yamashita?

—Pues… no, pero no conocemos a nadie. Ya intentamos con campeones de diferentes disciplinas, pero muchos no consideran demasiado honroso involucrarse con la Asociación Kengan, o ya están contratados por otras compañías.

—Si te soy honesto —dijo Yūgi al cabo de un rato—, creo que alguna vez mi abuelo me explicó algo, aunque solo somos una modesta tienda, nunca nos hemos involucrado en cosas de esas. Pero…

—¿Pero?

—Quizás hay alguien con quien podríamos consultar.

—Deberías decirle a Seto.

Yūgi se rio mientras se ponía de pie, recogiendo su bolsa de compras.

—Nunca ha aceptado un consejo mío —le dijo —. Vamos.

El Black Clown no estaba lejos de ahí. Les sorprendió bastante ver que estaba pasando por un proceso de remodelación extremo, con poco más de una veintena de trabajadores ocupados en distintas tareas. Duke Devlin estaba ahí, tan solo observando.

—¡Increíble! —exclamó Yūgi nada más entrar —¿Cómo hiciste para sacar más espacio?

Duke rio y los invitó a subir.

—Justo ahora, estas remodelaciones es lo que menos feliz me hace —les dijo cuando llegaron a su oficina, lo único que seguía tal como lo recordaban.

—¿Por qué?

Con una mano se acomodó el flequillo, recargándose en el escritorio.

—El Black Clown ya no es mío —confesó, mirando hacia la ventana.

—Akio Kono —acusó Mokuba con el ceño fruncido, a lo que Duke simplemente asintió.

—En veintidós días, exactamente, reabriremos como una Nentendo Store.

—No entiendo, ¿qué tiene que ver? —preguntó Yūgi.

—Cuando Pegasus financió la expansión de Dados de Monstruos del Calabozo, fue más bien una subsidiaria, ¿verdad? —preguntó Mokuba. Duke asintió.

—Black Clown formaba parte de Industrial Illusions —agregó el joven, dirigiéndose a Yūgi para explicarle —, cuando se vendió la compañía, pasó a ser parte de Nentendo. Y si quiero seguir usando las licencias para la expansión, lo único que tengo que hacer es renunciar al nombre y toda la identidad. Sigo siendo dueño y gerente de este lugar en específico, pero no es lo mismo.

—Estamos en el mismo barco entonces —dijo Mokuba suspirando.

—Kaiba se la ha estado pasando de la sartén al fuego por lo mismo, ¿verdad?

—Por eso estamos aquí —respondió Yūgi —. ¿Nunca has tenido que contratar a alguien para eso que llaman duelos Kengan?

—Pues no, Pegasus se hacía cargo y ahora Kono defiende el frente… pero si me das un par de días puedo averiguar de dónde sacó a su peleador, porque sé que no lo hizo por los medios ordinarios —les dijo con una sonrisa cómplice —. Alguna vez escuché un par de cosas curiosas, pero no es algo que suela discutir conmigo.

—¿Un par de días? Seto me quiere mandar a Londres el lunes.

Duke se llevó el dedo índice a los labios.

—Me pasaré por la oficina más tarde, su secretaria debería saber algo al respecto, y la puedo invitar a salir.

—¡¿En serio?! ¡Si puedo ayudarle con esto entenderá que me necesita!

Los dos mayores asintieron, pero la conversación se vio interrumpida por el teléfono de Mokuba.

—Es Seto, debo irme.


—¿Ya se te pasó la rabieta? —preguntó Seto sin mirarlo, y sin detener su trabajo frente a la gran computadora. Mokuba hizo un mohín, manteniendo las manos en las bolsas de su chaqueta. Se sentó en la silla giratoria que rara vez ocupaba su hermano, que prefería trabajar de pie la mayor parte del tiempo.

—¿Ya vas a hablar conmigo?

Seto no le respondió, sino que pasó de usar el teclado a la pantalla táctil.

—Te sugiero que empaques bien, no es como si pudiera llevarte más tarde lo que olvides.

Controlando su molestia para no estropear sus expectativas de una conversación sensata cuando le llegara la información que necesitaba, simplemente empezó a dar vueltas en la silla.

—¿Qué haces? —preguntó al cabo de un rato, intentando sonar casual.

—Modifico el diseño que le di a Kono, podré patentarlo antes de que él lo saque al mercado.

—Se va a enojar.

—Mejor para mí.

—¿Ya hablaste con el señor Yamashita?

—El viejo no tiene a nadie más, o eso dijo. Ya agotamos al top de su lista, los que le quedan son menos que el idiota de hace rato.

—¿Y él…?

—Está vivo, y si es listo, se mantendrá lejos de todo esto.

Mokuba respiró con alivio. Esas eran buenas noticias.

—Estoy empezando a considerar como opción visitar las penitenciarias. Al menos así no te sentirías mal si lo matan a golpes— le dijo Seto intentando bromear

—No me molesta la idea de los combates, pero… no creo que sea necesario que sean tan crueles.

—Si quieres prevalecer como el mejor. Tienes que estar dispuesto a hacer lo necesario.

—Sería genial que pudieras usar al Dragón blanco de ojos azules, ¿no crees? ¡¿Te imaginas?! ¡Acabaría con cualquiera!

Seto detuvo su trabajo, riendo por lo bajo. Siempre le había sido difícil permanecer molesto con él, incluso en esos últimos años cuando ya no se trataba del niño que lo idolatraba ciegamente y empezaba a mostrarse un jovencito avispado que no siempre estaba de acuerdo con sus decisiones u opiniones. Giró el rostro para verlo, ya había dejado de dar vueltas en la silla para mirar con atención su teléfono.

Desde su sitio podía escuchar lo que parecía ser un público emocionado.

—¿Qué ves?

—Un video que me mandaron.

Mokuba se puso de pie sin dejar de mirar el teléfono, pero compartiendo la vista con su hermano.

—¿Qué es eso? —le preguntó.

—Es el Torneo Galáctico de la fundación Graad, de hace cuatro años.

Seto frunció levemente el ceño mientras miraba a los dos peleadores sacándose la armadura que antes llevaban para pelear a puño limpio.

—Duke dice que Akio Kono sacó a su peleador de ahí.

El mayor no dijo nada, solo podía concentrarse en la pelea que veía y que era, por mucho, más impresionante que la lastimera participación de su último representante. Se llevó una mano al mentón, intentando recordar quién era el CEO de la fundación, pero estaba seguro de que solo era una facción de Kido Incorporation, y el CEO era Osamu Watanabe.

Entonces, llamó a su secretaria para que le consiguiera una cita con ese hombre en referencia a la Asociación Kengan.

—¿Por qué te mandó esto? —preguntó, cayendo en cuenta que no era información casual o una cadena de spam.

—Pues… porque le pregunté, después de todo, ahora forma parte de Nentendo —explicó con simpleza, omitiendo la conversación con Yūgi. Se lo contaría más tarde si las cosas salían bien. No necesitaba ponerlo de peor humor.

—Ese perdedor se convirtió en un perro de Kono, harías bien si no te involucras con él.

—Duke es un buen tipo —insistió Mokuba.

—Quizás, pero todo su pequeño reino de dados depende de Kono, y no tiene ni de lejos la nobleza de Yūgi.

Mokuba enarcó una ceja ¿Acababa de elogiar a Yūgi? Por el modo en que lo había dicho quizás se estaba burlando, en todo caso, eso no era lo importante.

—La competencia empresarial apesta —se quejó.

—Competitividad —corrigió su hermano, volviendo a su trabajo.

La secretaria devolvió la llamada; tenía la cita, pero no con el señor Watanabe, sino con Saori Kido.


—¡Woa! —exclamó Mokuba, bajando la ventanilla de su lado y asomando la cabeza —¡Este lugar es enorme!

El bosque se extendía hasta donde alcanzaba a ver, y la casa apenas era un pequeño punto al final del camino tras la reja en la que se habían anunciado.

—En el fin del mundo —se quejó su hermano, que debió bajar un poco la velocidad por el camino empedrado.

Luego de aparcar en la rotonda, Mokuba volvió a su lugar, usando el espejo retrovisor para tratar de acomodarse el cabello. Lo usaba corto desde hacía un tiempo, pero eso no había mejorado el aspecto rebelde que tenía, casi como si acabara de levantarse.

—Seto —le dijo con seriedad antes de que saliera —. No seas grosero, es posiblemente la única persona que podría ayudarnos.

Por respuesta, solo resopló con fastidio y se bajó del auto. Mokuba suspiró. No le quedaba nada más que esperar lo mejor.

Ninguno conocía personalmente a Saori Kido, era una de las personas que, aparentemente, disfrutaban menos que Seto el ser una figura pública, y sus apariciones sociales se limitaban a las estrictamente necesarias. Ni siquiera en eventos de su propia compañía era frecuente verla, y como su giro empresarial era distinto al de Kaiba Corp., había menos posibilidades aun de que coincidieran.

Lo único de lo que tenían conocimiento, era que, desde los nueve años, había heredado el imperio de su abuelo y que actualmente tendría la edad de Mokuba: dieciséis, tal vez diesiciete.

Los recibió en la entrada un mayordomo calvo que les condujo hasta el jardín en la parte posterior, donde ella les esperaba en un pabellón decorado con enredaderas florales, y una mesa digna de catálogo de vanidades.

La tranquilidad del lugar era sobrecogedora, pese a que no estaba en silencio, ni el sonido de las aves ni la suave música que se escuchaba, evitaron que Seto sintiera un escalofrío recorrerle el cuerpo.

Al verlos acercarse, Saori Kido se puso de pie.

—Buenos días —saludó al tenerlos al frente —. Mi nombre es Saori Kido, mucho gusto en conocerlos.

—Seto Kaiba —respondió escuetamente —, mi hermano menor, Mokuba.

—Un placer —agregó Mokuba.

—Por favor, tomen asiento, ¿desean café o té? —les preguntó, volviendo a ocupar su lugar.

La mesa era redonda, pero ambos consiguieron quedar de frente a ella, y justo cuando Seto iba a decir algo, que Mokuba podía adivinar perfectamente como un “no tengo tiempo para tonterías”, lo pateó por debajo de la mesa.

—Café está bien —dijo Seto.

—Para mí, té. Gracias.

Saori hizo una seña y una joven, con uniforme de servicio, se acercó a ellos para atenderles.

—Me comentaron que necesitaban hablar al respecto de la Asociación —dijo Saori, pidiendo que le sirvieran té también a ella.

—Sí —respondió Seto —. Tengo un problema con cierta compañía y un representante, aparentemente, invencible, salido de tu fundación.

—¿Mi fundación? —preguntó consternada.

Seto respiró hondo, odiaba darle vueltas a cualquier asunto, y que se hiciera la tonta no le ayudaba en absoluto. Sacó su teléfono y abrió una carpeta de archivos de video que tenía en un fútil intento de armar una estrategia que al final no sirvió de nada.

Saori miró, enarcando levemente una ceja.

—Aioria —llamó.

Un hombre detrás de ella se acercó, inclinándose para mirar.

—Creo que lo conozco — le dijo —, pero no estoy segura.

—Es Cadmo —respondió casi enseguida, con el gesto severo y la voz inflexible —. Es un desertor.

—Ya veo.

—Era uno de los aprendices de Gigas —agregó en griego —. Compitió contra Docrates por el honor de ser uno de los Shihei.  Pese a perder, le sirvió por varios años, quizás lo recuerde por formar parte del grupo que recuperó algunos fragmentos de la armadura de Sagitario, pero junto con otros, desertó del Santuario antes de la batalla de las doce casas.

Saori asintió, puesta en ese contexto, definitivamente lo había visto cuando Docrates la secuestró, llevándola a las ruinas del coliseo.

—Me temo que ha habido un malentendido aquí —dijo, dirigiéndose a los hermanos Kaiba —. Yo no le proporcioné ningún representante a nadie, sin embargo, esta persona formaba parte de nuestro programa, hace años. ¿Cómo es que concluyeron que estaba relacionado conmigo?

—Un amigo conoce al empleador —respondió Mokuba —, y es él quien dijo que usaba peleadores de la Fundación Graad.

Saori guardó silencio un momento, meditando lo que tendría que hacer.

—Es un asunto delicado, y me temo que tendré que tomar responsabilidad por él, no solo por ser un desertor, sino porque se ha presentado bajo mi nombre. ¿Quién es su empleador?

—Akio Kono, CEO de Nentendo —dijo Seto, con los brazos cruzados y su expresión endurecida. No le había gustado nada que hablaran en otro idioma. No sabía qué habían dicho, y eso le provocaba una muy mala impresión.

—Ya veo.

Seto se incorporó con cierta brusquedad y puso las manos sobre la mesa. No lo había hecho con fuerza, pero su propio peso hizo temblar la vajilla. Mokuba lo miró con espanto, creyendo que le iba a gritar, sin embargo, su hermano habló con un tono bastante moderado pese a sus malos modos.

—Esta tontería de los duelos Kengan es más propia del medievo, por años he estado rehuyendo de ellos, pero un idiota me fastidió la vida y ahora no me queda más remedio que unirme a esa pandilla de salvajes. Lo que yo necesito es un representante competente que pueda ganar las peleas que necesito.

—Athena —dijo Aioria —. Por favor, permítame hacerme cargo de esto. Después de todo, como desertor del Santuario, es mi responsabilidad.

—Pero aun siendo un desertor, al no tener en su posesión ninguna armadura, es libre para vivir su vida como mejor le plazca. Pese al dudoso carácter honorable, no está haciendo nada realmente ilegal.

—¿Y qué hay de anunciarse en su nombre?

—Lo hace a nombre de la Fundación Graad, no de Athena.

Seto se mantuvo firme, aguzando la mirada como si con eso pudiera entender una palabra de lo que decían. Saori, desde su lugar, le dirigió una mirada que no supo cómo interpretar.

—¡Pagaré lo que sea! —insistió Seto —¡A la Fundación le sobran peleadores!

—La Fundación Graad promueve la cultura de las artes marciales y el deporte, pero no comercializa peleadores.

Mokuba, que había vuelto la atención a su teléfono se animó a intervenir.

—No es el único —dijo —. Mi amigo dice que varios miembros de la Asociación se niegan a contratar mediante el mediador oficial, el señor Kazuo Yamashita, y que han estado contratando de ese grupo que se denominan a sí mismos Soldados de Athena.

—¿Soldados de Athena?

Mokuba miró a su hermano, ya no sabía si estaba molesto por la negativa de la chica o porque se seguía escribiendo con Duke, desobedeciéndole deliberadamente.

—Me envió este archivo.

Le pasó su teléfono, iniciando un corto video que intercalaba escenas del Torneo Galáctico, con otras de sesiones de entrenamiento de hombres que no tenían relación alguna con el mismo, pero que, según Aioria, casi todos habían sido precisamente soldados del Santuario.

—Por favor —insistió el santo del león —. Pueden vivir su vida como mejor les parezca, pero nunca con su nombre, Saori Kido o Athena, son la misma. Me haré cargo para que sepan que conocemos sus actividades, deberán retirarse o dejar de usar ese nombre.

Saori suspiró.

—Lo siento—dijo, mirando a Seto —. Para deslindar mi nombre de esa organización, retaré por mi cuenta al señor Kono.

Seto resopló, se puso de pie y se marchó sin mediar palabra.


—¿Estás listo? —preguntó Seto, recargándose en el marco de la puerta.

Mokuba no quiso responder. Estaba furioso y herido en partes iguales, tanto que no sabía qué saldría primero si abría la boca: una maldición o un sollozo.

Seto se adentró, sentándose en la cama, tomando el colgante con forma de carta que su hermano se había quitado, como un acto de rebeldía.

—Realmente no estoy haciendo esto para apartarte —le dijo.

El chico insistió en su silencio mientras ordenaba un montón de calcetines en la maleta.

—Han pasado tantas cosas que… maldición, no sé ni qué de todo es lo peor. Y lo único que quiero es que estés bien.

—Estoy bien —interrumpió Mokuba, inevitablemente sonando molesto.

—No, no lo estás…

—¡Solo explícame! ¿Qué puede ser tan malo que no puedas decirme? Me has contado cosas más raras como lo de Yūgi y su rompecabezas, y el faraón y todas esas locuras. ¿Por qué ahora no quieres decirme?

Fue entonces que Seto se llevó la mano a su propio portarretratos en su cuello.

—Si yo muero, tú heredarás la compañía. Eso lo sabes. Pero si por algún motivo tú también mueres, hay indicaciones para que las acciones entren en venta, con beneficio a una lista de orfanatos.

—Eso ya me lo habías dicho —reprochó Mokuba —. También me explicaste cómo se deberían repartir las otras cosas como las propiedades, los autos y tu baraja.

Seto entrecerró los ojos.

—El choque del otro día, no fue un accidente.

—¡¿Qué?!

—Aún no sé quién, pero desde hace cuatro meses alguien ha tratado de matarme. Por eso tienes que irte, sé que es conmigo el problema porque he dispuesto vigilancia para ti y nada ha sucedido. Así que solo estarás seguro lejos de mí.

Mokuba, consternado, se sentó a su lado.

—¿Por qué no me habías dicho?

—No quería preocuparte.

—¡¿Por qué no me iba a preocupar?! ¡Eres mi hermano, tonto!

Kaiba lo miró con media sonrisa en el rostro y le revolvió el pelo.

—Te prometo que, en cuanto resuelva esto, iré por ti.

Mokuba hizo un mohín.

—Está bien. Me iré, pero prométeme que me mantendrás informado.

El chico dio un salto cuando consiguió hacer que se lo prometiera, apurándose a empacar lo que le faltaba, consiguiendo tener tres maletas de buen tamaño en poco tiempo. Luego recuperó su portarretratos y se lo colgó de nuevo.

Entonces, sonó el teléfono de Seto.

Al otro lado de la línea se escucharon varios gritos, pero antes de que Seto pudiera responder algo, cortó.

—Era Kono —dijo en voz alta.

—¿Ahora qué diablos quiere?

—Sabe que estoy haciendo un rediseño del archivo que le di.

—¡¿Qué?! ¡¿Cómo es posible eso?! ¡Lo estás haciendo tú solo precisamente por eso!

—Me dio un ultimátum, va a retirarme las licencias de Duelo de monstruos.

—¿Y no es negociable?

—Quizás… tal vez si le ofrezco algo. Lo único que ha querido son diseños de tecnología. A comparación de nosotros, es bastante obsoleto, así que no me sorprendió que decidiera sangrarnos de a poco.

—No va a querer cambiar, no tenemos un catálogo tan grande, ni siquiera juntando las patentes de hardware y software podríamos alcanzar el total de licencias para cada carta.

—Es verdad, pero podría ofrecerle algo mejor.

—¿Cómo qué?

—Le ofreceré cinco años de ventaja.

—¿Ventaja?

—No haré diseños para Kaiba Corp. Todo lo que haga, será directamente para Nentendo. Y no tendría que pagar por ellos.

—¿A cambio de cinco años de licencias?

Seto movió la cabeza de un lado a otro.

—No lo querrá, es demasiado avaro como para ceder algo, pero algo de tiempo podrá comprarnos.

Mokuba se llevó una mano al mentón, en gesto meditabundo. Alcanzó su teléfono e hizo una llamada.

—¡Hola Duke! —saludó con animosidad, a lo que Seto le dedicó una mirada de reproche. Por respuesta, Mokuba le sacó la lengua en un gesto infantil —¿De casualidad sabes si Saori Kido, de Kido Incorporation, retó al viejo?

Seto vio a su hermano hacer leves asentimientos con la cabeza, aunque su interlocutor no lo podía ver. Hablaron poco, pero se le notaba considerablemente emocionado.

No se detuvo a explicar nada, sino que marcó otro número.

—Señorita Kido, buenos días —dijo con una sonrisa, sorprendiendo aún más a su hermano que no tenía ni idea de cómo había obtenido su número directo —. Me enteré de lo que sucedió con Akio Kono, y quería proponerle un trato diferente. Usted deslinda su nombre y nosotros nos quitamos al viejo de encima el tiempo suficiente para conseguir un representante decente.

—No vamos a confiarle nuestro futuro a una desconocida —susurró Seto.

Mokuba, sin embargo, se dio la vuelta para no verlo mientras seguía hablando.

Tampoco fue una llamada larga y cuando acabó, se giró hacia su hermano con una enorme sonrisa.

—Lo va a hacer. No nos puede ir peor, sobre todo con el humor que tiene Kono.

El chico cerró su maleta, tomó una chaqueta y salió de la habitación.

—Ya me voy —le dijo —. Te llamo cuando esté instalado en Londres. Arregla la pelea, pero no pierdas los nervios cuando hables con él, y por favor, no le grites a la señorita Kido. Con algo de suerte nos tiende la mano otra vez.

Seto enarcó una ceja, estaba siendo regañado por un mocoso de dieciséis años, sin embargo, se sentía extrañamente orgulloso.

Si algo le sucedía a él, Mokuba tenía todo a su favor para llevar exitosamente la compañía.


—Kaiba-kun, empleados como tú solo se consiguen una vez en la vida, así que no creas que te me escaparás.

Akio Kono era realmente irritante, incluso cuando no se lo proponía. Sin embargo, las reglas del juego estaban esclarecidas y ambos habían aceptado los términos, que por lo pronto era lo único que podía hacer.

Odiaba tanto depender del factor humano, especialmente cuando ese humano no era él. Miró su reloj, y justo cuando concebía un pensamiento fatalista, Saori Kido apareció.

—Buenas noches —saludó con toda tranquilidad.

Akio Kono sabía que usaría un peleador prestado. Había objetado al respecto, pero Seto se había tomado la molestia de corroborar con Kazuo Yamashita la legitimidad de la propuesta. Sin embargo, no la esperaba a ella, o al menos su expresión eso daba a entender.

Saori se adelantó hasta donde estaba Seto, dirigiéndole un leve asentimiento de cabeza, y después siguió su camino hasta el espacio que funcionaría como arena. El joven le dedicó una última mirada a Akio Kono y no pudo evitar sentirse satisfecho por la creciente confusión que se apoderaba de él.

—Aioria —le dijo Saori al joven que la acompañaba —, deja en claro nuestra postura al respecto de la utilización de nombres y acreditaciones, pero, por favor, no lo lastimes.

Aioria asintió. Se apartó un poco, y se quitó la chaqueta que llevaba, la camisa y los zapatos conforme eran las indicaciones generales.

—Yo te conozco —dijo el representante de Nentendo —¡Eres el hermano del traidor Aioros!

Aioria realmente luchó por controlar sus emociones, sin embargo, sus ojos destellaron con fiereza.

—Cadmo —dijo con toda tranquilidad en griego —. Como desertor del Santuario, y por gracia de Athena, tienes libertad para rehacer tu vida como mejor te plazca. Lo que no tienes derecho, es a usar su nombre, incluso si es una implicación alegórica.

El hombre solo se rio, y el réferi les pidió tomar posiciones.

—¡Ustedes traidores no tienen derecho a juzgarnos! ¡Nosotros somos los soldados de Athena! —exclamó —¡El verdadero Santuario!

—Si tu maestro tiene esa convicción, con gusto Athena lo reclamará también.

Ni bien el réferi agitaba la mano, Aioria fue de frente con el puño preparado. El desertor se preparó para recibirlo, pero no tuvo tiempo, el puño del león dorado impactó contra su pecho. La energía lo recorrió, estremeciendo cada músculo, cada ínfima parte de su ser, y para cuando se estrelló contra una de las columnas del estacionamiento, ya estaba inconsciente.

—¡Aioria! —exclamó Saori.

Seto se quedó en blanco, totalmente pasmado por la brutalidad y total facilidad con la que ese hombre se había deshecho del peleador que lo había derrotado una y otra vez.

—Está bien —repuso el caballero—, no es nada por lo que no haya pasado antes.

Saori respiró con alivio y luego se dirigió a Seto con una sonrisa.

—Está solucionado —le dijo —. Que tenga buena noche.

Y se fue por donde había venido, despidiéndose cortésmente de Akio Kono que estaba más impactado que el propio Seto.

—Acaso… yo… ¿perdí? —tartamudeó el viejo.

Notes:

*Se me pasaba otra licencia respecto a Yu-Gi-Oh!, y es lo que pasó con Gozaburo Kaiba. Acá lo tuvimos vivo y trabajando para Seto un rato más (¿es que a quién se le ocurre que un niño de ocho años tiene validez legal para algo? Quizás solo para una boda de quermés)

¡Gracias por leer!

Chapter 3: Himekawa Group

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—Has hecho muchas cosas cuestionables en tu vida, Tatsuya, pero esto está a otro nivel.

Tatsuya Himekawa se mantuvo indolente, ni siquiera las lágrimas de su madre podrían mover su determinación, y menos aún cualquier sermón de su padre. Jamás lo había escuchado, no había motivo para empezar en ese momento, así que se limitó a deslizar hacia él la carpeta que llevaba para la situación.

—Te quedas con la casa de la Toscana, y la vieja casa familiar. El resto son propiedades de la compañía. Además, el pago de tu liquidación estará disponible a partir de mañana a primera hora, y por supuesto que la colección de monedas, la de relojes y las joyas de mamá son parte innegable de su patrimonio.

—¡Faltaba menos, cabrón! —exclamó el hombre, perdiendo la paciencia y golpeando la mesa. Sin embargo, su esposa le sostuvo del brazo para evitar que hiciera una barbaridad, a lo que su hijo no hizo nada más que suspirar.

—Es que no lo entiendo, Tatsuya —dijo la mujer —¿Cómo es que tu padre te ha ofendido tanto como para que le hagas esto?

—Yo no he dicho que me ha ofendido o que le profese algún rencor en particular —respondió con calma —, en serio, lo mejor para la compañía es deshacerse de él, y mi abogado dice que, ya que soy mayor de edad, estoy en condiciones de tomar funciones, tal como quería el abuelo. Desde que está a cargo, hemos tenido pérdidas de todo tipo, desde capital hasta talento. Es un hombre sin visión ni ambición que no se arriesga ni a cambiar el menú del desayuno. Es por eso por lo que lo hago, para que Himekawa Group sobreviva, y llevarlo al siguiente nivel.

El hombre frente a él temblaba de furia, con las manos en puño, anonadado ante los documentos oficiales y legales de su despido. Había esperado por mucho tiempo que su propio padre lo reconociera como digno sucesor y al final, el viejo lo había saltado para dejarle todo a un chiquillo problemático que había sido expulsado de todas las secundarias y preparatorias, hasta que se pudo graduar de lo que se consideraba coloquialmente una “escuela de criminales”.

Ni siquiera había intentado ingresar a una universidad, había tomado un par de cursos en una escuela de informática y acabó montando una oficina de tonterías de videojuegos.

¡¿Cómo su padre lo había considerado más digno para heredar una compañía tan importante?!

—Esto no se va a quedar así, Tatsuya —dijo gravemente —. Ya tendrás noticias de mi abogado.

—No te gastes la liquidación en una batalla que no vas a ganar —le respondió —. No querrás que mamá deba vender sus cosas para que lleguen fin de mes, ¿o sí?

Estremecido por la creciente ira en contra de su hijo, se puso de pie, recogiendo lo que estaba en el escritorio con una mano, mientras sostenía con la otra a su esposa, que no había dejado de llorar desde que la noticia fuera anunciada.

Para cuando Tatsuya Himekawa se quedó solo en esa inmensa sala de juntas, simplemente se limitó a mirar la ciudad a través del ventanal.

Giró el rostro levemente al escuchar que la puerta se abría.

—Por lo que vi, las cosas no salieron bien —dijo Natsume.

—Todo lo contrario, hace un par de años no se habría contenido y habría intentado azotarme. Esta vez solo me mandará un abogado.

—O un sicario.

—No mientras mi madre viva.

Natsume se rio, aunque en fondo sabía que existía la posibilidad real. Ese hombre realmente odiaba a su propio hijo, quizás por la frustración de su conducta problemática o envidia por su innegable genialidad. Caminó hacia él con calma, intentando descubrir qué pasaba por su cabeza.

En los últimos días, habían pasado demasiadas cosas para asimilar, pero Himekawa era pragmático, seguramente ya estaba varios pasos por delante de lo que él nunca estaría, y luego de graduarse seguramente se había afinado su talento estratega, al estar inmerso en un mundo tan complejo como lo era el empresarial, sería el resultado natural.

Con diecinueve años, se había convertido en el CEO de la compañía financiera más importante de Japón, despidiendo en su primer día a su propio padre.

—¿Ya tenemos noticias? —preguntó para cambiar el tema.

—¿Sobre la membresía?

—Pues sí, sin eso no podemos hacer nada.

—Aún no, pero podemos ocuparnos de otras cosas, entre ellas hacer dos visitas de suma importancia.


—Señorita Aoi, el maestro desea verla.

Aoi Kunieda se puso de pie. Había tratado de mantenerse serena, ordenar sus pensamientos, pero mientras pasaban los días, más difícil era hacerse a la idea de que lo que sucedía era real.

Pasando al lado de algunos de los estudiantes que se habían reunido en el dōjō conforme la noticia sobre la salud de su abuelo se había esparcido.

Hacía tiempo que no veía a algunos, sus horarios ya no les permitieron continuar entrenando, o bien, algunas lesiones los habían retirado. Aun así, oficinistas, repartidores y transportistas, habían desfilado por la casa para mostrar sus respetos a un hombre que bien pudo matarlos con sus métodos de enseñanza inhumanos.

—¿Abuelo?

Sentado en la cama, notablemente delgado, parecía que su cuerpo no resistiría siquiera una corriente de aire, y eso era desolador.

—¿Querías verme?

—Cierra la puerta —le ordenó. Y así lo hizo.

—Recibí una llamada inusual.

—¿Inusual?

—Un compañero tuyo de Ishiyama.

—¿Oga? —preguntó, sintiendo que perdía el aire.

El hombre, sin embargo, negó con la cabeza.

—Tatsuya Himekawa —respondió.

Aoi frunció levemente el ceño. Había sido muy clara con él, al respecto de que no quería involucrarse en sus locuras, el Tōhōshinki estaba disuelto, así que no había necesidad de mantenerse vinculados, salvo causas de fuerza mayor, como la insipiente locura del Rey Demonio. Sin embargo, la mirada severa de su abuelo la mantuvo callada.

—Me habló sobre la propuesta que te hizo.

—Y, me imagino que te dijo el por qué lo rechacé.

Asintió en silencio.

—Los combates Kengan solo han traído desgracias a la familia —le dijo, más rudo de lo usual.

—Lo sé, me lo advertiste muchas veces.

—El que tu madre y tú hayan nacido mujeres fue la alegría más grande de mi vida. Eso nos desvinculó del convenio que teníamos con la compañía Izumi Shokuhin. Las mujeres nunca han sido bienvenidas como peleadoras, así que nos dejaron en paz.

Ella volvió a asentir.

—Pero estoy muriendo, Aoi.

—No digas eso…

—¡Sé sensata! —exclamó, haciéndola encogerse levemente —. Tengo ochenta y cuatro años y cáncer de páncreas. En meses, las cuentas se van a acumular, mis ahorros se van a acabar, ¿y luego qué? ¿Cuántos estudiantes tiene el dōjō? ¿Cuántos crees que se quedarán a que una chica les enseñe? No les importará lo brillante que seas, o tienes su edad o la edad de sus hijas y eso es inaceptable. Lo de menos sería cortarme el cuello aquí y ahora, te dejaría suficiente dinero para que estés bien un tiempo, pero no sé si te dejarán cuidar de Kōta. Con tu madre no contamos, así que no espero que esté aquí ni para mi funeral ni para evitar que se lleven al niño cuando descubran que no puedes costear sus gastos.

—Pero…

—No me interrumpas —amenazó —. Y precisamente sobre el futuro de Kōta, ¿lo entrenarás? Ha sido precoz. Podía andar solo a una edad en que muchos niños ni siquiera pueden sostener su cabeza, y ¿cuánto tiempo crees que pase antes de que alguien de la asociación lo reclute?

—¡Kōta nunca lo haría! ¡Lo educaré como tú has hecho conmigo!

—Y confiará en ti, así como tú confiaste en mí al respecto de las Red Tail.

 Aoi sintió que se ponía roja de vergüenza. No sabía en qué momento su abuelo se enteró, si lo supo siempre o por qué no le dijo nada por su vida como pandillera.

—Alguien lo va a reclutar, y por vanidad, aburrimiento o dinero, quizás solo para llevarte la contraria, va a aceptar, y antes de que te des cuenta, te lo van a devolver lisiado o en un cajón.

Ese simple pensamiento fue más de lo que podía tolerar. Se llevó las manos a la cara mientras negaba, tratando de sacar la imagen de su cabeza.

—Ese muchacho no tiene más intenciones que armar un grupo de gente en la que pueda confiar. Es algo ingenuo de su parte, pero eso se le corregirá a la larga. No te puedo obligar a que aceptes, pero pon en perspectiva lo que te ofrece y las circunstancias en las que estamos.

El anciano hizo una pausa, quizás resintiendo el esfuerzo que le costaba esa charla.

—Lamento que tengas que cargar con esto, Aoi. Pero a como veo las cosas, hay tres cosas que tienes que atender: asegurar la custodia de Kōta, asegurar un fondo de ahorro suficiente para ambos, y decidir el futuro del estilo Shingetsu. Y en medio de todo esto, también decidir qué quieres hacer con tu vida.

Aoi consiguió mirarlo a la cara.

—Lo más importante —susurró —. Es Kōta.

El hombre le dio la razón.


—Señor, por favor, hay que ir a un hospital —dijo Hasui, mayordomo y chofer particular de Tatsuya Himekawa desde que tenía quince años —. El sangrado no para.

—Estará bien —respondió Natsume entre risas —. No es la primera vez que le rompen la nariz. Déjame ver.

Himekawa apartó el pañuelo y enseguida un hilo de sangre bajó. Natsume palpó con cuidado y de un solo movimiento la devolvió a su lugar. Tatsuya contuvo un gemido. No estaba seguro de cuántas veces se podía hacer eso antes de que la nariz le empezara a mutar a algún tipo de probóscide.

—Pero no creo que sea buena idea que Kunieda esté haciendo esto en público.

—No lo hará. Es solo que no le causó gracia que haya atacado mediante su abuelo moribundo. En todo caso, lo que importa es que dijo que sí.

Dejó el pañuelo empapado de sangre en el bote cenicero y aceptó una toalla húmeda que le ofreció su mayordomo, aprovechando la luz roja del semáforo. Aún tenía los ojos llorosos y sería cuestión de tiempo antes de que empezara a ponerse morado.

—Quizás deba posponer la visita —insistió el mayordomo —, no está en las mejores condiciones…

—No, no quiero que nadie más se me adelante, creo que ya todos saben que Saori Kido está a cargo, y van a querer aprovecharse de una chica inexperta.

—Hum, así como tú —secundó Natsume, a lo que el otro no pudo evitar el mirarlo con reproche.

—No me estoy aprovechando —se defendió —, solo estoy ofreciendo una alternativa de mutuo beneficio. Kido Incorporation es la compañía más grande de Asia, y su crecimiento anual la hace competitiva en el mundo, es obvio que todos la quieren de aliado, especialmente con el cambio de representante, es una buena oportunidad. No dudes que todos le están pidiendo citas.

—¿Y cuál es el mutuo beneficio?

—Que no la obligaré a hacer nada que no quiera.

Natsume enarcó una ceja, eso era lo que le esperaba de cualquier ser humano decente. Aunque viviendo de Himekawa, resultaba más que generoso.


La tarde caía pesadamente. El calor veraniego se volvía difícil de tolerar sin un buen sistema de aire acondicionado, sin embargo, el exceso de árboles en la casa aliviaba el ambiente. La joven los había recibido en la terraza de un salón tan elegante como anticuado, aunque un detalle que le llamó más la atención fue la cantidad de flores dispuestas en todo tipo de jarrones y soportes.

No le tomó mucho concluir que todas eran presentes del tipo adulador. Y considerando que estaba completamente seguro de que estaban acompañadas con una nota que hacía alusión a su belleza y juventud, se volvía más escalofriante saber que los remitentes, en su mayoría, eran viejos de más de cincuenta años.

—Buenas tardes —saludó, adelantándose al mayordomo calvo para alcanzar a la joven que se había puesto de pie para recibirlo, junto con un hombre alto y esbelto y otro muchacho,

—Tatsuya Himekawa, CEO de Himekawa Group. Mi representante, Shintarō Natsume.

Ella se inclinó levemente. Él notó que se había fijado en su inflamada nariz, pero parecía ser demasiado discreta como para preguntar directamente.

—Saori Kido, heredera de Kido Incorporation. Aioria, mi guardaespaldas, y Jabu, mi representante.

Himekawa se sorprendió por eso. Estaba seguro de que el mayor era el peleador de la compañía, sin embargo, era el muchacho; bajito en comparación a todo el grupo, apenas era más alto que ella y pese a notársele la tonificación de los músculos, por un momento tuvo la idea de que él mismo podría derribarlo. Aunque la desechó tan solo con recordar lo delgado que era Natsume, y a él, ni en mil años podría vencerlo.

—Te agradezco que me recibas, sé que debes estar harta de estas entrevistas, no te culpo. Así que seré breve.

—¡Qué impertinente! ¡Tienes que dirigirte a la señorita con más respeto! —exclamó el mayordomo calvo, y si bien el muchacho lo ignoró, no pudo evitar ponerse tenso: los ojos de Saori Kido se clavaron en él, provocándole una sensación rara.

De hecho, todo en ella le resultaba demasiado extraño. No estaba seguro de cómo explicarlo, pero era casi como en Ishiyama, y la idea de que tuviese algún tipo de relación con algún demonio no le pareció tan extraña. Solo eso podía explicar su abrupto ascenso luego de una racha de derrotas que pudieron haber hundido la compañía.

—¿Sucede algo? —le preguntó tras el silencio en que se había sumido.

Tatsuya sacudió la cabeza.

—Estoy organizando una facción dentro de la Asociación. Me imagino que estás familiarizada con el tema, y conocerás a los más importantes.

—Los tres nobles, los cuatro dragones y la Sociedad de los cien… aunque han cambiado su estructura en los últimos meses.

—Sí, precisamente. Y realmente no puedo explicar lo mucho que necesito que te unas a mi equipo.

Saori Kido se rio, ofreciéndole algo de beber.

—Me han hecho esa oferta tantas veces en la semana que ya debería hacer una declaración pública. No tengo ningún interés en involucrarme más de lo estrictamente necesario. No me interesa la estructura de poder.

Él le hubiera aceptado el trago de buena gana, pero en ese momento tenía otra prioridad. No entendía a esa mujer. Si realmente tenía un contrato con un demonio, lo que le confería esa presencia extraña, ¿para qué lo quería usar si no era para hacerse con la presidencia?

Evadiendo de nuevo al mayordomo calvo, se acercó más a ella, tomándola de la mano, algo que la sorprendió. Claramente no estaba acostumbrada al contacto y trató de soltarse, pero no se lo permitió.

—¡Entonces te reto! —exclamó.

—¡¿Qué?! ¡No voy a aceptar tal cosa! ¡Es absurdo! No voy a enfrentar a dos hombres solo por ese capricho…

—¡Te estoy retando a ti!

El grito del mayordomo calvo se escuchó posiblemente en toda la casa.

—¡¿Acaso perdiste la cabeza, mocoso idiota?! ¡¿Cómo crees que voy a permitir esa barbaridad?! ¡Aioria, haz algo!

—Tatsumi. Contrólate, por favor, es obvio que no habla de una pelea.

El mayordomo detuvo sus gritos, avergonzado por la forma en la que lo estaban mirando todos en la habitación, recogiendo las manos y guardando silencio para que siguieran hablando.

—¿Qué tal un juego de cartas? —sugirió.

—Lo siento. No sé jugar. Pero, en todo caso, no me ha explicado los términos por los que debería aceptar su reto.

Saori consiguió soltarse, pero Himekawa le pasó el brazo sobre los hombros, provocándole un ligero estremecimiento y la reacción de los tres hombres que estaban con ella fue dar un paso al frente. Fue consiente de eso, como si temieran que le hiciese algo, y los rumores sobre la peculiar sobreprotección de la heredera de Mitsumasa Kido, ya no le parecieron exagerados.

De fortuna no estaba encerrada en una torre, pero aquella casa en medio de la nada no distaba de eso.

Sin embargo, pese a su reacción, ninguno hizo nada.

—¿Y qué tal esto? —preguntó, conduciéndola hasta donde se encontraba un tablero de ajedrez en su propia mesa ornamental.

Ella lo valoró un instante.

—Insisto en que no me ha explicado los términos, no puedo solo aceptar.

Le abrió la silla para sentarla. Apenas se resistía, era como dirigir una muñeca, y pese a su negativa, tenía la sospecha de que podría convencerla siempre que planteara las circunstancias adecuadas.

De acuerdo con sus informantes, parecía completamente horrorizada por la violencia de los combates, aunque solo se le había visto en dos, esa era la impresión que tenía.

—Una partida, si yo gano, te unes a mi equipo. Si tú ganas, Natsume y yo atajaremos todos tus combates, no tendrás que volver a pisar una arena Kengan.

La mirada de Saori Kido se volvió más penetrante.

—Creo que hay un malentendido al respecto de mis intenciones como miembro de la Asociación. Si bien no disfruto de los combates, tampoco me siento cómoda ignorando mis responsabilidades, y menos aún de permitir que alguien sea herido por mis intereses. Ya es duro para mí que Jabu se encuentre en esta posición, no soportaría que un extraño arriesgue su vida.

—Es un pensamiento interesante —respondió, sentándose en la silla frente a ella —. ¿Prefieres ver pelear a alguien que conoces, y quizás quieres, que a un desconocido por el que no sientas nada?

—Prefiero a alguien que conozco, y que quiero, porque soy consciente de sus capacidades. Sé que sin importar cuán fuerte sea su oponente, estará bien, confío en su poder. Algo que no podría hacer con un desconocido.

—Eso tiene sentido —interrumpió Natsume, parado detrás de su compañero.

—¿Y qué podría ofrecer que resultara atractivo en una alianza? —insistió Tatsuya —. Imagino que dinero, contratos e influencia han llegado por montones.

Saori se llevó el dedo índice a los labios, sin apartar ni por un momento la vista de él, poniéndolo más tenso de lo que estaba. Sus ojos eran preciosos, brillantes y bordeados de largas pestañas. Si esa chica se lo propusiera, conquistaría el mundo solo con portadas de revistas. Aun así, no podía concentrarse únicamente en esa belleza, era la forma en la que lo miraba la que le ponía los nervios de punta y ni siquiera podía quejarse de sentirse agredido porque su presencia no era negativa de ninguna manera.

—Tengamos la partida, entonces. Si usted gana, Kido Incorporation se aliará con Himekawa Group, como es natural, evitaré combates que le sean inconvenientes, y los que acepte, serán en beneficio mutuo. Supongo que tendrá algún interés particular en los torneos oficiales, así que quedaría implícito el voto a su favor cuando sea necesario. Pero si la ganadora soy yo… también formaré parte de la alianza.

Himekawa no pudo evitar el sentirse confundido.

—Pero sin ninguna responsabilidad. Solo será para que otras compañías dejen de insistir.

Él asintió, haciéndole un gesto con la mano para que moviera la primera pieza, y ella lo hizo.


El reloj de pie marcó las dos de la madrugada, pero Himekawa no se inmutó por ello. A medida que las horas corrían, las posibilidades se iban reduciendo, y según su análisis, quedaban solo dieciséis en esa partida, nueve de las cuales, estaban a favor de Saori Kido.

Nueve de dieciséis.

Movió la pieza, la chica hizo exactamente lo que había previsto y volvió a mover, pero su respuesta reconfiguró la estrategia y, de pronto, estaban en la recta final.

—Jaque —anunció, sintiendo cómo un peso enorme se liberaba de sus hombros. Todo su futuro dependía de concretar un plan muy específico, y no podía hacerlo solo.

Saori le sonrió.

—Está bien —dijo, tomando su propio rey, como si le agradeciera por el esfuerzo —. Acepto la alianza.

Himekawa rebuscó en la bolsa interna de su saco y le extendió una tarjeta. Ella la miró con extrañeza, se trataba de la reina de diamantes de la baraja inglesa, pero entendió que era un detalle simbólico de su alianza.

—Me encargaré de que todos los miembros estén enterados, así dejarán de molestarte. En fin, esto fue entretenido, pero me tengo que ir. Te llamo después.

Natsume también se puso de pie, siendo más cortés al despedirse, pero no lo suficientemente formal como para evitar los reproches del mayordomo calvo, que de todos modos los escoltó a la salida.

Saori caminó hacia la ventana, mirándolos subirse a su auto.

—Athena —llamó Aioria desde su sitio —. ¿Puedo hacer una pregunta?

Ella asintió sin mirarlo.

—¿Por qué lo dejaste ganar?

Ella giró el rostro levemente, con una sonrisa y los ojos cerrados, confiriéndole un aspecto aniñado.

—No lo dejé ganar.

Aioria no pudo evitar su expresión de asombro.

—De todos modos, no importa. Tengo el presentimiento, de que algo bueno saldrá de esto.

—¿Algo bueno?

Asintió una sola vez.

—Estoy cansada, me voy a dormir. Buenas noches.

Aioria y Jabu se inclinaron respetuosamente.


—Te dejó ganar —dijo Natsume, luego de haberse quedado en silencio un largo rato.

Himekawa echó la cabeza hacia atrás, llevándose la mano a los ojos, estaba tan cansado que le costaba mantenerse despierto.

—Esa chica es espeluznante.

—También lo notaste —observó Natsume —¿Crees que sea una contratista?

—No lo sé.

—Tendríamos que averiguarlo. Sería inconveniente si quedamos otra vez en medio de una disputa familiar del Infierno.

Himekawa le restó importancia, pero cuando ya estaba quedándose dormido, su teléfono rompió el silencio, y le bastó con mirar la pantalla para avisparse enseguida.

Fue una llamada breve, y enseguida le indicó a su chofer el nuevo destino mientras hacía otra llamada.

—¿Kunieda? Es ahora, paso por ti en unos veinte minutos.

—¿Está arreglado? —preguntó Natsume.

—Un idiota está buscando dinero fácil, tiene que liquidar un préstamo a las ocho de la mañana, así que tiene que ser ahora. Menos mal que hicimos el papeleo de Kunieda antes de venir.

Aoi Kunieda ya estaba al pie de las inmensas escaleras que llevaban a su casa, en la parada donde normalmente tomaba el autobús, de modo que no tuvieron que rodear para subir. Llevaba un viejo abrigo azul y un gorro tejido, además de las gafas, algo que ninguno de los dos había entendido cómo era que protegían su identidad.

—¿Se te perdió el invierno? —preguntó Himekawa abriendo la puerta desde dentro. La única cortesía que tenía con ella.

La chica refunfuñó mientras se subía al auto, cerrando con fuerza innecesaria.

—No tengo ropa formal.

—No es que me afecte, y no tengo intenciones de decirte cómo comportarte ahora que eres la CEO de Data Dot World, pero quizás deberías tener uno o dos conjuntos para estos eventos.

Kunieda le dedicó una mirada furibunda.

—Con tu nuevo sueldo te alcanza.

—Déjala en paz —repuso Natsume —. O te va a romper la nariz otra vez.

—Antes de que sigamos con nada —dijo Kunieda, cruzada de brazos —. Hay dos razones por las que estoy haciendo esto, y quiero que quede claro que no hay nada más. La primera, es mi hermano. Cualquier cosa que ponga a Kōta en un mínimo peligro, anula el trato.

—Entendido —confirmó Himekawa —. Como ves, cada que necesite que salgas, tendrás a una niñera perfectamente capacitada, una enfermera y un guardaespaldas, aunque tu abuelo insista en que acabaría protegiéndolo a él.

Ella asintió, sin embargo, antes de anunciar su segunda razón, bajó la mirada, cambiando por completo su expresión molesta.

—Tengo una deuda, que sin importar nada, nunca podré pagar, pero quisiera, al menos… intentarlo.

Himekawa respiró pesadamente, pero el silencio no se prolongó demasiado, su destino estaba cerca, especialmente a esa hora en que no había demasiados autos circulando.

—¿Listo?

Natsume asintió y se quitó la sudadera, quedándose con la licra de manga larga, también se sacó los zapatos junto con los calcetines, aunque se dejó el pantalón.

Los tres salieron del auto y Himekawa los condujo. Se trataba de una mina bien acondicionada, por lo que la iluminación era mejor que en otros lugares.

Había poca gente reunida. Con la premura de la organización, no se había corrido la voz lo suficiente como para reunir una gran concurrencia. En todo caso, lo más importante, era que había un árbitro, los empresarios interesados y sus peleadores.

La media docena de curiosos sobraba por completo.

Un hombre, casi en sus cuarentas, se acercó a ellos, presentándose debidamente.

Himekawa miró a su compañera hacer lo propio sin molestarse en parecer tímida, esa era la Kunieda del Tōhōshinki, la que necesitaba realmente.

—¿No es tu compañía algo joven para manejar el nivel de gastos que la Asociación requiere? —le preguntó el hombre.

Extrañamente no había sonado pretencioso, ni siquiera lo suficientemente altivo como para herir la pobre sensibilidad de la joven que inmediatamente suavizó su gesto. Parecía realmente preocupado de estarse aprovechando de una emprendedora inexperta.

—La compañía ha tenido un buen crecimiento. Formar parte de la Asociación es el siguiente paso natural, además, tenemos el respaldo de Himekawa Group.

Solo hasta ese momento fue que Himekawa intervino, lo que consternó aún más al hombre.

—Creí que quien estaba a la cabeza era el hijo de Tasuemon.

—Ya se retiró, ahora soy yo quien da las órdenes.

Le extendió una tarjeta de presentación que aceptó de buena gana, para enseguida confirmar las condiciones de la pelea, junto con el árbitro.

—Qué sujeto tan amable —dijo Kunieda.

—Sí, que raro— le respondió —. Natsume, todo depende de ti.

Dándole unas palmadas en el hombro, le indicó que pasara al espacio que fungía como arena, que no era más que un cerco improvisado.

El oponente que debía enfrentar tenía, quizás, la misma edad que su empleador, y a juzgar por el breve intercambio de palabras que tuvieron antes de tomar posición, seguramente había sido su representante desde hacía mucho tiempo.

Para cuando estuvieron frente a frente, Natsume se sintió en la obligación de corresponder el saludo que le hizo, y para cuándo el réferi bajó la mano, la presión de su puño pasando muy cerca de su rostro le confirmó lo que ya sabía: los peleadores a los que se enfrentaría a partir de ese momento, no eran vándalos, sino profesionales.

Lo había esquivado por poco, pero aprovechó la cercanía para hacerle un derribe, o al menos intentarlo, porque no lo logró y casi recibió un golpe.

Tomó distancia. Tenía que tomarse cada pelea en serio, la promesa que había hecho lo requería, así que solo tomó aire y volvió a acercarse, moviéndose entre los brazos de su oponente que golpeaban con determinación.

El hombre se sorprendió de tenerlo tan cerca sin siquiera haber conseguido tocarlo, y no fue capaz de reaccionar para esquivar o bloquear el puñetazo a su cara.

Tambaleando, retrocedió. Natsume aprovechó esa falta de equilibrio para derribarlo y volver a golpear, dejándolo inconsciente.

El árbitro paró la pelea anunciando al ganador, y Kunieda se acercó para terminar el protocolo, recibiendo una modesta placa que la reconocía como miembro de la Asociación Kengan.

—¿Tengo que cargar con esto cada vez? —le preguntó a Himekawa, viéndola con curiosidad, sobre todo por la absurda cantidad de dinero que había costado tan solo el derecho a pelear por ella.

—Esa no —le respondió —. Pero esta, te sugiero que sí.

Y le entregó una carta de baraja inglesa, la sota de diamantes.

Kunieda la puso al lado de la placa, ni una ni otra le parecían demasiado espectaculares, aunque era eso o el King's Crest que le había puesto bebé Beel.

Instintivamente se llevó la mano al pecho. Hacía tiempo que no se veía, lo que implicaba que la influencia de bebé Beel estaba adormecida, quizás por la distancia o el tiempo de no tener noticias suyas.

No le habían visto ni a él ni a Oga desde la graduación de su promoción, pero confiaba en que estaban bien, así que creía que solo una eventualidad mayor podría traerlo de vuelta. Hasta entonces, tendrían que vérselas por su cuenta.

—¿Y ahora? —preguntó.

—Pues, si mañana te das una vuelta por la oficina, te hago entrega de todo. De los detalles los empleados se harán cargo, así que solo te queda mantener el orden.

Kunieda hizo un mohín.

—¿Hay algo realmente útil que pueda hacer?

—Aún estás en la universidad, ¿no? ¿Qué estás estudiando?

—Ciencias del deporte.

—¿Por el dōjō?

Kunieda se encogió de hombros.

—También pensé en volver a Ishiyama, enseñar deportes.

—¿Es que te quieres dedicar a reformar vagos y criminales? —preguntó Natsume, luego de asegurarse de que su oponente estaba bien, al menos físicamente, porque de ese lado, era clara la tragedia.

Ella volvió a encogerse de hombros.

—Creo que todos merecen una segunda oportunidad, aunque algunos requieren de mano firme.

Himekawa sacudió la cabeza.

—Ya veremos cómo te acomodas a trabajar con todos, por ahora tengo que ver si puedo cerrar un negocio por aquí.

Natsume suspiró.

—Es más suave de lo que era en la escuela —dijo.

Kunieda le dio a razón parcialmente. En efecto, era inadmisible imaginar al Tatsuya Himekawa de Ishiyama tratando de ofrecer ayuda a un desconocido, sin embargo, la realidad era que, en ese momento, tampoco le iba a regalar el dinero al hombre al que le acababa de ganar su membresía de la Asociación. Seguramente le haría una oferta ridícula que por desesperación iba a aceptar.

Aun así, ella también lo sentía, había cambiado, y después de lo que había pasado, quizás todos.

Notes:

Este es el último fandom (Beelzebub), lo prometo, así que a alineación queda Saint Seiya (AKA Los Caballeros del zodiaco), YuGiOh! y Beelzebub, obvio en el universo de Kengan.

¿Tienen que leer/ver los tres? No realmente, trataré de no ahondar demasiado en detalles de tramas pasadas para enfocarnos en el presente.

Si se les hace más fácil, nada más pregunten y les resuelvo la duda que tengan.

¡Gracias por leer!

Chapter 4: Gold Pleasure Group

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

El gerente distinguió el auto a la distancia y no pudo sino suspirar con cansancio. Aprovechó el escondite que le proporcionaba una columna para estrujarse la cara, tenía que relajar los músculos para hacer las cosas más llevaderas, y apenas el auto se detuvo, se acercó con su mejor sonrisa para abrir la puerta.

—Buenas noches, señorita —saludó, extendiendo la mano.

Rino Kurayoshi aceptó el gesto para apoyarse y salir en un grácil movimiento.

—Buenas noches.

—No la esperábamos, pero me encargaré de que todo esté como le gusta.

—Te lo agradezco. Espero que no sea un inconveniente, pero realmente quería asegurar los detalles. Como sabes, invertí demasiado en este evento.  Por cierto, estoy esperando a alguien para atender unos negocios.

El hombre asintió mansamente, tratando de no temblar por la presencia opresora del muchacho que siempre estaba con ella.

Era su representante ante la Asociación Kengan, pero debido a que esa no era una información que trascendiera en todos los niveles organizacionales por la naturaleza misma de la Asociación, simplemente figuraba como el guardaespaldas, que a la vez fungía como un tipo de acompañante también. Intentó recordar, pero nunca había salido de sus labios decir que fuese su novio, y en general tampoco lo trataba como tal.

Si le preguntaran, la definición que más se le venía a la mente, era la de una amada mascota.

Solo que no era un caniche, era una maldita pantera, un chacal, una serpiente peligrosa hasta la médula.

Los chillidos de la coreógrafa se escucharon hasta donde estaban. La música se detuvo y entre expresiones de hastío, las bailarinas volvieron a sus posiciones iniciales.

La mujer giró la cabeza, mirando a los recién llegados por encima del hombro, para luego volver su atención al frente con un suspiro exagerado. Le dio una indicación al encargado de audio en su cabina y la música empezó de nuevo.

Las cuatro chicas empezaron a moverse conforme marcaba el ritmo con paso bien sincronizado. Llevaban un leotardo negro y brillante, mallas de red y una pajarita rosa. En la mano derecha giraban hábilmente un bastón y en la izquierda un sombrero de copa que iban alternando entre su cabeza y giros en sus muñecas.

Con aire de reina del drama, la coreógrafa se dejó caer en la silla, manteniendo el dorso de la mano en la frente.

—A mí me parece bastante bien, ¿qué es lo que no está sucediendo de acuerdo con el plan? —preguntó Rino, mientras tomaba asiento en la mesa que el gerente le indicó, un tipo de gabinete en forma de medialuna.

—Magical Emi fue una de las figuras más importantes de la industria hace veinte años —explicó la coreógrafa —. Y aún lo es, desde que anunciamos su regreso hace meses, se hizo venta total de las entradas en un solo fin de semana. En todo caso, hace veinte años el espectáculo que montaba con su compañía era suficiente para la audiencia de la época, pero hoy en día, si no hacemos algo por todo lo alto ni siquiera podríamos considerar lógico abrir otras fechas.

—Eso lo sé —respondió Rino con calma. Ella misma lo había previsto. Apenas se había anunciado mediante las redes sociales oficiales de la Troupe Magic Carat, que la mágica Emi volvería a los escenarios, prácticamente todos en el medio habían luchado por la exclusiva, y si no fuera por Rei, seguramente no habría logrado firmar ese contrato.

—Pero no entiendo, ¿cuál es el problema? —insistió Rino.

—¡Que estas chicas son tan ordinarias! —exclamó.

Con su grito, las bailarinas creyeron que tenía que detenerse, pero como no había indicado eso, solo consiguieron ponerla más furiosa, así que se puso de pie y dando largas zancadas empezó a ordenar de nuevo a las ya afligidas muchachas.

Rino le agradeció a la joven que le sirvió la bebida, reparando en que era nueva.

Siempre se había jactado de conocer a sus empleados, además de que tenía un rostro muy característico, afilado y femenino, con unos enormes ojos azules, bastante expresivos. El pelo castaño lo usaba corto, a la altura de los hombros, con un peinado que le añadía cierto peculiar volumen.

 —¿Cómo te llamas? —preguntó.

La muchacha respingó, como si no esperara que le estuviera dirigiendo la palabra.

—Téa Gardner —respondió, sonriéndole.

Rino le correspondió. Su humor alegre era contagioso, algo que siempre consideraba de importancia para el negocio. Sin embargo, apenas se reinició la coreografía, su mirada se desvió por completo y su semblante mostró un dejo de anhelo.

Seguramente había hecho audición, la mayoría de las camareras estaban ahí para facilitarse alguna oportunidad en el escenario del club privado más importante de japón, ya fuera como bailarinas o cantantes, pero aun sin conocer los detalles, seguramente la rechazaron por la estatura.

Las cuatro seleccionadas estaban sobre el metro con ochenta, algo sumamente raro en el país, pero aparentemente esa era la altura de Emi, y poner a una chica que por mucho llegaba a uno con sesenta y cinco, creaba una discordancia estética que la excéntrica coreógrafa no iba a permitir.

No se molestó en darle ánimo, su tenacidad la iba a impulsar en algún momento, pero si se rendía, entonces ni siquiera valía la pena.

—Tengo entendido que la señorita Emi estará aquí mañana por la mañana junto con su equipo para el primer ensayo general—dijo Rino, levantando la voz —. Déjalas ir a casa, no tiene caso que mañana se encuentre con cuatro mujeres agotadas.

La coreógrafa resopló. Claramente no estaba conforme con eso, sin embargo, no replicó, solo les indicó que las vería a primera hora, a lo que las chicas no perdieron la oportunidad de salir corriendo a los vestidores.

—Ven, tenemos que hablar —dijo Rino.

La mujer volvió a la mesa, aunque entornó la mirada al darse cuenta de que el sujeto que siempre la acompañaba se había recostado en el sillón del gabinete, dejando la cabeza en el regazo de Rino.

No importaba cuántas veces lo viera, siempre le parecía igual de raro, así que tomó una silla de otra mesa y la acercó para quedar de frente.


A la distancia, con los brazos cruzados, el gerente solo miraba la escena.

—Téa —dijo en cuanto la muchacha pasó a su lado —. ¿Puedes quedarte? La señorita Kurayoshi está esperando a alguien.

Ella asintió. Quedarse significaba paga extra y, de cualquier forma, no tenía ningún plan para esa noche.

El gerente lo agradeció. Nadie contaba con que Rino Kurayoshi se apareciera por ahí, así que todos ya se habían ido y tendría que encargarse de la barra y la cocina, si se les ocurría pedir algo para comer, así que tener a alguien que le apoyara, era positivo, aunque no estaba seguro de qué tanto, considerando que era una chica nueva.

Téa pasó a su lado con el agua que le había pedido la coreógrafa, pero la detuvo tomándola por el hombro.

—Creo que es innecesario decirte esto, pero apenas pongas un pie fuera de aquí, vas a olvidar absolutamente todo lo que hayas visto o escuchado. La señorita Kurayoshi va a atender unos negocios...

Se interrumpió a sí mismo al ver a un joven de notable altura entrando. Estaba por adelantarse para informarle que el club no estaba en servicio, cuando notó que se dirigía hasta donde estaba su jefa.

—Mierda —dijo para sí, se suponía que debería escoltar al invitado, pero, aunque apresuró el paso, intentando no correr para no comprometer su protocolo, no le fue posible alcanzarlo, menos aún, adelantarse para anunciarlo.

El muchacho dejó un maletín sobre la mesa sin demasiadas consideraciones. Con la mirada ceñuda, se limitó a cruzar los brazos sobre su pecho.

La coreógrafa se excusó para retirarse y al gerente no le quedó más remedio que acercarse y emitir una disculpa por su error.

—¿Y bien? —dijo el muchacho.

Rino miró a Rei.

—Rei —le dijo con su tono más dulce —. Él es el señor Seto Kaiba, de Kaiba Corp.

Seto no había visto al hombre, y tuvo una sensación incómoda al ver la forma en la que restregaba el rostro contra las piernas de la mujer, como si fuera una almohada.

Por su parte, Rei apenas le dirigió una mirada, no pudiendo enarcar una ceja por la sofocante presencia que emanaba, aunque pronto se dio cuenta que se trataba solo de su humor antipático y no de alguna amenaza latente, así que no vio necesidad alguna de moverse.

—Señor Kaiba, él es mi representante, Rei Mikazuchi.

Seto trató de ignorar la escena y abrió el maletín, girándolo para que lo viera.

Con cierta emoción, Rino se inclinó levemente, aumentando la incomodidad del joven ya que su prominente busto había quedado justo sobre la cara del sujeto que no se movió en absoluto, además, el escote del vestido le daba a él una vista aún más inapropiada.

El contenido del maletín era una docena de pequeños cilindros con un centro de cristal acomodados en una base de espuma preformada.

—Gracias —le dijo ella, sonriéndole.

Sin embargo, eso que hacía que los hombres normalmente quedaran desarmados, solo consiguió ponerlo más tenso de lo que estaba. Rino confirmó que tendría que esforzarse más en algún momento, era más duro de lo que le había parecido al inicio, cuando hablaron por teléfono.

—Tome asiento, por favor —insistió, señalándole la silla que había dejado libre la coreógrafa.

De mala gana, Seto lo hizo y cuando estaba por rechazar el ofrecimiento de algo para beber, se percató de quién era la camarera junto al gerente.

—¿Trabajas aquí? —preguntó.

Seto Kaiba tenía una habilidad inigualable para hacer sonar despectivo incluso un agradecimiento sincero, y Téa lo sabía, aunque de alguna absurda manera, en cuanto lo vio entrar, tuvo la ligera esperanza de que hubiese cambiado, como solía hacer la gente al cabo de los años, especialmente si esos años lo separaban de la adolescencia.

—No —respondió —. Escuché que venías y quise pasar a saludar.

Rino no pudo evitar reírse, y solo hasta ese momento, Seto fue consciente de que había preguntado una idiotez, más considerando que no solo estaba de pie junto al gerente, sino que llevaba uniforme.

Avergonzado, desvió la mirada, limitándose a pedirle agua mineral con limón.

Téa se marchó, dejando perplejo a su jefe que no esperaba que le respondiera de esa manera al invitado de la dueña de todo el imperio que era Gold Pleasure Group.

—¿Una amiga? —preguntó Rino.

—Una conocida. Íbamos juntos a la escuela y coincidimos más de lo que quisiera.

—Quizás es una señal del destino.

Seto resopló. Ya no podía escuchar esa palabra sin acordarse de todas las locuras por las que había pasado en relativamente poco tiempo.

En un compartimento del maletín estaba el fólder con el contrato que había preparado, y como era de esperar, la mujer lo leyó detenidamente, aunque había recibido la copia digital desde la tarde.

Él no era del tipo que enviaría uno y daría a firmar otro, pero leer era lo que cualquiera con sentido común haría.

Téa volvió con el vaso, dejándoselo a un lado y se apartó junto con el gerente, quedando todo en un abrumador silencio.

Era tan extraño verlo después de tanto tiempo. Aunque solía haber alguna nota sobre él o Kaiba Corp. circulando en la red, hacía varios años que no lo veía en persona. No era como si lo extrañara, pero no dejaba de ser novedad.

—Puede preguntar —dijo de pronto Rino sin dejar de leer.

Seto respingó, supo enseguida que se refería a él, y dudó sobre qué tan obvio era su semblante. Súbitamente descubierto, no le quedó más que preguntar, pese a lo mucho que odiaba verse como novato.

—¿En dónde conseguiste a tu peleador? Realmente no quisiera tener uno, pero parece que no tengo otra alternativa.

Con una sonrisa, la mujer apenas levantó la mirada.

—Entró por mi ventana —respondió con simpleza.

Pese a las improbabilidades, de alguna manera supo que le decía la verdad, y a juzgar por la forma en la que estaba acostado sobre ella, no dudó ni por un momento que el sujeto fuera algún tipo de acosador pervertido que se coló en su casa, consiguiendo convertirse en el idiota que se molía a golpes con quien fuera, a cambio de un poco de atención.

Suspiró, derrotado.

Hasta el momento había logrado algunas negociaciones sin tener que organizar un duelo con nadie y Akio Kono estaba tranquilo luego de que el peleador de Saori Kido dejara fuera de combate al suyo. Sin embargo, tenía que estar preparado para lo que fuera que se le ocurriera en represalia.

—Escuché que la fundación Graad de Kido Incorporation está ofreciendo contratos por los gladiadores del Torneo Galáctico. Si no te gustan los de la Asociación, sería un buen sitio para buscar.

Seto torció la boca.

—No es que no me gusten, es que son unos idiotas. Además, los otros no son de Saori.

—¿No son suyos?

—Parece que hubo una división de intereses y un grupo se separó de la Fundación formando su propia compañía.

—¿Y se están promoviendo con el mismo nombre?

El joven se encogió de hombros. Ni siquiera sabía del Torneo Galáctico sino hasta que su hermano le explicó, y tampoco le importaba cómo lo fueran a solucionar, ni una ni otra parte le habían querido ayudar.

—Pero ¿qué hay de la facción de Saori Kido?

—Parece ser que no congenia muy bien con los ideales de la Asociación. Me reiteró su falta de interés en participar en más peleas de las estrictamente necesarias.

—Eso no le impidió formar una coalición con Himekawa Group.

Seto frunció el ceño, increíblemente más de lo que ya tenía hasta el momento, lo que le indicó a Rino que no sabía de qué le hablaba.

—No es tan extraño que algunas compañías se unan en un frente común. Evitan las peleas que puedan perjudicar a sus aliadas, y toman las que beneficien a otras, además de sí mismas. Es un sistema que permite también subir niveles en el ranking corporativo, y eso es positivo cuando de favores se trata.

Un gruñido fue toda la respuesta que obtuvo.

No le costó ningún trabajo deducir que no era del tipo que supiera jugar en equipo. Pero había tomado la dirección operativa de la compañía desde que era un niño, manteniéndola a la vanguardia en innovación tecnológica, así que el talento lo tenía.

Luego de dedicarle una última mirada, firmó el contrato, solo por complacer su espíritu de empresario joven e inocente. Sería cuestión de tiempo para que se acostumbrara a las acciones administrativas, especialmente al método de la Asociación, si es que quería mantener la competitividad.


—¿En qué piensas?

Rino pasó la punta de sus dedos por el contorno del rostro de Rei, deteniéndose en su mentón para subir de nuevo por sus labios. Él le dio un beso, intentando incitarla de nuevo, pero, aunque ella se acurrucó en su pecho, seguía con el semblante distante.

—Seto Kaiba no quiere pelear —dijo —, Saori Kido tampoco, y quizás el motivo por el que se unió con Himekawa Group es porque su dirigente tampoco quiere hacerlo. Me pareció escuchar que recientemente el presidente fue reemplazado por su hijo.

—A ti tampoco te gusta pelear. ¿Quieres unírteles?

Rino suspiró.

—Sería lindo —dijo quedamente.

Cerró los ojos al sentir el beso de Rei en su frente, y el reconfortante abrazo que la envolvía por completo.

—Ese tipo de hoy, Kaiba, no me da la impresión de ser el tipo pacifista. Quizás, cuando descubra que siendo presidente de la Asociación todo le será más fácil, no dudará en pelear.

Rino se rio por la ocurrencia, aunque no podía negar que sentía lo mismo.

Era bastante conocido entre bastantes directivos de varias empresas, que Seto Kaiba había conspirado para quitarle la empresa a su padre adoptivo, siendo solo un niño, para enseguida someterla a un proceso de reingeniería extremo que le permitió deshacerse de todos los que no se alienaban a sus propósitos.

En solo un par de años, Kaiba Corp. era absolutamente diferente a lo que Gozaburo Kaiba y sus predecesores habían construido.

Sin embargo, no dejaba de resultarle curioso el cambio de giro, pasando de empresa armamentista a líder en el sector de expansiones virtuales de juegos TCG, algo que niños y adultos jugaban por igual. Incluso había convertido a toda una ciudad en una gran arena, un espectáculo que no pudo más que admirar.

—Si decide volverse el rey, sería bueno estar en buenos términos. ¿Conoces a alguien que quisiera representarlo?

Rei hizo un sonido extraño, como un gruñido bajo.

—Ha pasado poco tiempo desde que terminó el Torneo, supongo que por eso los contratos están cerrados. Quizás algo de lo que dejó atrás la Toyo Electric Power...

—Quizás... aunque también podría visitar a la señorita Kido, entre chicas podríamos entendernos. Dijiste que su peleador era interesante, eso es bueno, ¿no?

—Es muy joven, pero está bien entrenado. Mucho mejor que otros que llegaron al Torneo, y si la Fundación Graad usa el mismo sistema con todos, sin duda tiene buenos elementos que ofrecer.

Rino se entusiasmó con la idea.

—Creo que los visitaré —dijo —, al CEO de Himekawa Group también, tengo curiosidad por conocerlo.  Quizás consiga algo para nuestro nuevo amigo. ¿Te parece?

Rei se rio, mirándola a los ojos, era tan hermosa.

Y tan peligrosa.

Esos niños iban a acabar en sus manos.


—¿Quién? —preguntó Natsume.

—Rino Kurayoshi —repitió la secretaria.

—¿No la conoces? —preguntó Tatsuya apartando la vista del monitor de la computadora.

—Obviamente no, por eso pregunto.

—Es la Reina de la noche —explicó —. Clubs nocturnos, bares, cafés, karaokes, boleras, cabinas de masajes... esa mujer tiene un control impecable, ni siquiera los Yakuza entran en sus establecimientos.

—Entonces sí la conozco —dijo Natsume —¿No es la mujer que dejó llorando al jefe Toyosaki?

—La misma.

—¿Entonces le digo que no puede recibirla? —preguntó la mujer.

—No... déjala pasar.

Natsume bajó los pies del escritorio para no parecer tan informal, y aunque sus pantalones holgados no eran la mejor de las opciones, las zapatillas deportivas estaban limpias.

Al momento, escoltados por la secretaria, entró una pareja bastante más joven de lo que ambos esperaban. La mujer se presentó a sí misma y a su acompañante, que era su representante ante la Asociación, por lo que Tatsuya, intuyendo que sería alguna formalidad para petición de duelo, hizo lo propio consigo mismo y Natsume.

—Supe de la alianza que formó con Kido Incorporation. Una gran hazaña, considerando que la señorita Kido había rechazado a todos los que antes lo ofrecieron.

Tatsuya se encogió de hombros.

—Supongo que no se resistió a mis encantos.

Rino se llevó una mano a la boca.

—¡Qué coqueto! —exclamó, acercándose más, incluso pasando el límite simbólico que era el escritorio entre ambos, lo que consternó al muchacho, más aún cuando estuvo prácticamente frente a él.

Perplejo, Natsume sintió el impulso de salir corriendo, una sensación poderosa de peligro le recorrió la columna, sin embargo, no había un motivo para tal cosa. Miró al acompañante de la mujer, y aunque tenía una expresión endurecida, no parecía estar confundido como él.

—¿Cuál es el propósito de esta alianza? —preguntó Rino.

Tatsuya Himekawa se mantuvo firme en su sitio, conteniendo la respiración, el perfume de esa mujer amenazaba con borrar de su mente cualquier pensamiento inteligente, o cuando menos coherente. Quiso retroceder para resguardarse detrás de la silla del escritorio, pero concluyó que era absurdo y le haría parecer un niño asustado.

—Pues —dijo, sintiéndose humillado por tartamudear en una palabra de una sola sílaba —. Pues, nadie quiere hacer equipo con un chico de diecinueve años que no está siquiera matriculado en la universidad.

Rino se giró levemente para mirar la ciudad a través del ventanal, encontrándole sentido.

Saori Kido debería tener unos diecisiete años, si había alguien con quien podría sentir afinidad, definitivamente era otro muchacho y no algún viejo que posiblemente acabaría buscando obligarla a algún tipo de retorcida propuesta marital.

A ella misma le había sucedido más de una vez.

—Quiero unirme —confesó finalmente, mirando fijamente.

Admirablemente, Tatsuya Himekawa se mantuvo impávido, aunque ella pudo ver en sus ojos que estaba valorando todas las posibilidades.

—No tengo ninguna otra intención más que liberarme del desafortunado sistema de la Asociación. No me gustan las peleas, no me gusta usar a Rei como instrumento. El devenir de las compañías en Japón ya no depende de los viejos presidentes, sino de los jóvenes herederos y emprendedores —añadió —. Lo normal es que el sistema se adapte.

Tatsuya carraspeó y miró a Natsume, aunque este no sabía qué decirle. Volvió la vista a la mujer, sus ojos brillaban con emoción y había abierto los brazos, como si esperara que se lanzara hacia ella. Y, de hecho, tuvo ese impulso, de aceptar su abrazo y entregarse a la idea loca que tenía, cualquiera que fuera.

La silla giratoria cayó al piso, se había aferrado a ella para no hacer una estupidez, pero su cuerpo había tenido un espasmo, volcándola, y el ruido, o el dolor del golpe en su pie, lo liberó de aquella sensación.

—Estos días tengo un proyecto muy importante en el Boar Hat*, así que estaré ahí —dijo Rino, como si no fuera consiente de lo que había provocado, a juicio del muchacho, algo improbable —, espero me llames.

Marchándose por donde llegó, los dos chicos se quedaron quietos, intercambiando miradas.

—Fue más horrible que con Saori —dijo Tatsuya, llevándose la mano a la garganta, sintiendo aún la presión.

—¿Qué mierda está sucediendo? —preguntó Natsume, consiguiendo llegar a la mesa consola para servirse un trago de whiskey —. Lo peor, es que ninguna de las dos quiere pelear, aun así, sus presencias son avasalladoras. ¿Qué sería si fueran conflictivas?

—Lo que haya sido, no es normal.


Jabu se acercó a Saori luego de que la viera dejar caer al piso la cartera de mano. Un poderoso cosmos se había cernido sobre la casa, alcanzándola directamente.

—¡Señorita Saori! —exclamó.

No se había desvanecido, pero sí dejó que Jabu la sostuviera.

—¡Aioria, no!

El santo del León dorado se había adelantado hacia la puerta, sintiéndose contrariado por la orden de Athena.

Tras respirar profundamente, le pidió de nuevo que se calmara, que solo se había anunciado para evitar precisamente un enfrentamiento.

En ese momento, Tatsumi, completamente ajeno a lo que acababa de suceder, no pudo evitar el fruncir el ceño al ver la forma en la que Jabu aún sostenía a Saori.

—La señorita Rino Kurayoshi, de Gold Pleasure Group, solicita verla.

Saori asintió, apartándose de Jabu, recobrando la compostura. Hacía mucho tiempo que no sentía la presencia de un olímpico.

—Athena —dijo la mujer apenas entró, a modo de saludo.

—Afrodita —respondió Saori.

Notes:

Tengo esta loca teoría sobre Rino para este fic desde que se explicó el tipo de “poder” que tiene.

*Bueno, pongo referencias porque quiero y porque puedo. Ya se imaginarán el uniforme que lleva Téa.

¡Gracias por leer! 

Chapter 5: Kugayama Company

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—Corrígeme si me equivoco —dijo Tatsuya —. Estás enojada porque el grupo está formado por mujeres, salvo mi obvia excepción.

Ushio sonrió con suficiencia.

—¿Me crees tan mezquina?

La chica, con su impecable traje que estilizaba su figura en líneas casi varoniles, encendió un cigarrillo mientras esperaba que el camarero terminara de acomodar los platos del desayuno. Pese a la posición desgarbada en la que se encontraba, pocos podían negar que se trataba de una mujer, por mucho que sus ademanes recordaran a un hombre.

—Es solo que nunca hablaste de incorporar más compañías que las que habíamos acordado.

—Gold Pleasure tiene el ranking más alto de todos nosotros —explicó —. Sería bueno para ganar presencia.

—¿Y qué es lo que quiere? ¿Qué le sirvas fielmente?

—Creo que su lógica es más simple. Entre aliados es raro que se hagan peleas, se resuelve tranquilamente con contratos e intercambio de favores.

—Entonces es de las que se escandaliza con un poco de sangre —dijo con sorna.

—Escuché que su peleador es su amante.

—Oh, ya entiendo, las mujeres podríamos hacer cualquier cosa por amor.

Tatsuya carraspeó. Ushio seguía insistiendo con el tema y cada vez le provocaba el mismo hueco en el estómago. De un trago, apuró el jugo, dejando el vaso con innecesaria fuerza sobre la mesa.

Ella solo le miraba, consciente de que estaba evadiéndola, pero para fortuna de él, el teléfono interrumpió el incómodo silencio en que se habían sumido.

—Buenos días, señor Himekawa.

—¡Saori! —exclamó, intentando no sonar aliviado —. No tienes que ser tan formal, ya somos socios, además, el señor Himekawa es mi padre. En todo caso, puedes llamarme solo Himekawa.

Al otro lado de la línea, Saori se mordió el labio, no se sentía demasiado cómoda con tanta familiaridad, pero dudaba mucho que el muchacho pudiese cambiar de opinión.

—A propósito de eso —dijo —¿Puedo hacer un par de sugerencias para nuestra sociedad?

—¿Sugerencias?

—Quería saber si es posible incorporar a Rino Kurayoshi, de Gold Pleasure Group.

—¿La conoces? —preguntó, intrigado.

—Sí. De bastante tiempo. No quiere ser líder del grupo ni nada de eso, solo quiere cuidar de su peleador.

Tatsuya suspiró. Hasta ese momento había decidido llamar a Rino más tarde, pero el hecho de que fuera conocida personal de Saori Kido, formaba una subcategoría dentro de la agrupación que le causaba intriga, más que nada porque no había un solo rubro por el que podrían coincidir; sus empresas estaban en giros distintos y ni siquiera tenían una edad aproximada.

—¿Y la otra sugerencia?

—Seto Kaiba, de Kaiba Corp.

—¿También lo conoces?

—Solo hemos coincidido un par de veces, pero es que uno de los miembros de la Fundación Graad será su representante, y realmente no quisiera que quedara en un grupo antagónico. Se supone que entre miembros no peleamos, ¿no es así?

—Kaiba Corp. —repitió Tatsuya.

Esa era una de las empresas con mayor crecimiento en la última década, la habría considerado de no ser porque Seto Kaiba no era el tipo de persona que le interesara tener cerca. Sin embargo, estando una chica entre los dos, podría hacer llevadera la convivencia y beneficiarse de él.

—Lo arreglaré —dijo finalmente.

—Gracias. Eso es todo. Que tenga... que tengas buen día.

—Igualmente —respondió, intentando no sonar demasiado sardónico.

¿Cómo alguien de su edad podía ser tan ridículamente formal?

La penetrante mirada de Ushio lo devolvió al desayuno, que se había vuelto una rutina ante la insistencia de la familia Kugayama en nombre del compromiso que habían hecho sus abuelos.

—¿Qué? —preguntó.

—Yo también te había sugerido a Kaiba Corp. —le reprochó.

—Bueno, si tengo a dos chicas entre él y yo, es mejor oferta.

Tatsuya se quedó helado al ver cómo fruncía levemente los labios.

—¿Quieres venir? —preguntó.

El semblante de Ushio se relajó, parecía satisfecha, y la idea de que el resto de su vida fuera así; tentando el hielo, esperando que no se quebrara, le provocó un escalofrío. Realmente no se sentía listo para casarse, y no estaba seguro de que algún día lo estuviera.


El resoplido de Seto cohibió a la secretaria. No importaba cuánto tiempo pasara, simplemente no se acostumbraba a la forma de ser de su jefe.

Sin importar las circunstancias, motivos o causas, siempre que hacía eso, se sentía culpable por interrumpirlo. Aun así, era bastante afortunada en comparación con el equipo técnico, a los que solía tildar de inútiles con bastante frecuencia, normalmente acabando por hacer él mismo lo que les había pedido, solo para acentuar que, sin importar sus títulos y certificados universitarios, él simplemente era un genio.

—Ya voy.

La mujer se sorprendió. Lo normal sería que le dijera que despachara al inoportuno visitante, sin embargo, no solo estaba dispuesto a recibirlo, sino que había salvado el archivo y suspendido el equipo, completamente dispuesto a poner atención.

Temiendo que cambiara súbitamente de opinión, volvió a la recepción para hacer pasar a los dos jóvenes.

Apenas entraron, Seto Kaiba ni siquiera se molestó en disimular el poco agrado que le provocaba la visita.

—Pero si es la rata tramposa —dijo con desdén.

Tatsuya, que nunca se había mostrado avergonzado de los métodos a los que recurría para obtener lo que quería, se limitó a chasquear la boca.

—¿No te mordiste la lengua?

Sin esperar ningún tipo de cortesía, se sentó frente a él, recargando los codos en el escritorio.

—El único motivo por el que te estoy recibiendo es porque es parte del convenio con la Fundación Graad. A todo esto, hay dos condiciones, la primera, es que si el peleador que me den no hace bien su trabajo, estoy fuera, y la segunda, es que mientras esto dure, tomaré las decisiones estratégicas del equipo.

Tatsuya curvó levemente los labios.

—¿Por qué mierda te dejaría hacer eso si el equipo lo estoy formando yo?

—Porque no voy a dejar que me uses de ninguna manera para cualquier estupidez que tengas en mente.

—Estás realmente loco.

—Es lo que hay, lo tomas o lo dejas.

Ushio carraspeó, haciéndose notar entre la tensión creciente de los dos muchachos.

—Dejen de portarse como idiotas —dijo —. Si vamos a estar en el mismo equipo, lo último que quiero, y seguro hablo en nombre de todas las chicas, es acabar en medio de una disputa eterna sobre quien tiene la verga más grande.

Seto se escandalizó ante el comentario tan vulgar.

La joven sacó una pequeña cartera de piel de la bolsa interna de su saco y la puso sobre el escritorio.

—Acepta el trato —le dijo a Seto —. Y te quedas con esta.

Asqueado por el rumbo que estaba tomando esa reunión, tomó la cartera con recelo. Sin embargo, al abrirla, sintió cómo su propia determinación flaqueaba.

—¡Es imposible! —exclamó, mirando a Ushio que, con los brazos cruzados, lo miraba con suficiencia, y eso le hizo hervir la sangre.

—¡¿Cómo la conseguiste?!

La chica levantó el rostro, sonriendo de la forma más exasperante que nadie le había demostrado, salvo quizás, Maximillion Pegasus, y lo odió más que nunca, tanto como empezaba a odiar la idea de hacer equipo con ellos.

—Una expedición turística reportó restos de una aeronave en el Himalaya, en el rescate se determinó que eran los restos del desaparecido vuelo de Sriwijaya Air, donde seguro sabrás, viajaba el campeón chino de Duelo de Monstruos. Mi compañía hizo una compra discreta de la baraja a la familia, y aquí está.

Seto volvió la vista hacia el quinto dragón blanco de ojos azules, que se creía perdido desde que el duelista, de la primera generación surgida tras el lanzamiento del juego, se declarara muerto por ese accidente aéreo.

Sentía la mandíbula tensa, hasta los dientes empezaban a dolerle, pero si algo lo caracterizaba, era la forma pragmática en que solía resolver sus problemas.

—¿Cuánto tiempo durará esta estupidez? Quiero decir, dudo mucho que hagas esto para conseguir amigos, ¿cuál es tu propósito? ¿la presidencia de la Asociación? Necesitas un mínimo de votos y patrocinar el torneo, además, acaban de cambiar al presidente, ¿crees que las compañías están listas para pasar por eso de nuevo? Escuché que fue brutal.

La sonrisa torcida de Tatsuya se ensanchó.

—Eso es cosa que no te interesa. Pero hagamos algo, me dijeron que has tenido problemas con Nentendo desde que Industrial Illusions vendió Duelo de Monstruos.

Un resoplido por parte de Seto fue toda la respuesta que necesitó para continuar. Y solo por el placer de molestarlo más, se inclinó al frente, irrumpiendo su espacio personal, consiguiendo que reaccionara echándose para atrás, aunque al momento en que se percató de lo que le había orillado a hacer, se irguió con toda dignidad.

Ushio suspiró con fastidio.

—Te prometo que, no solo Duelo de Monstruos, sino todo Nentendo, será tuya a final de año —dijo Tatsuya con total seguridad.

La carcajada de Seto Kaiba se escuchó hasta la recepción, erizándole la piel a su secretaria que no se imaginaba nada que pudiera provocar esa reacción en su jefe.

Controlándose, Seto se llevó una mano a la frente.

—¿Y qué vas a hacer? —preguntó —¿Plantarle evidencia de narcotráfico o algo así?

—¿Lo aceptas o no?

Seto sacó la carta del dragón de su cartera, sintiéndola entre sus dedos. Estaba en perfectas condiciones. Claramente su dueño anterior había tomado precauciones durante su transporte, así que los años que pasó abandonada en las montañas nevadas, no la habían maltratado.

—Un año —dijo —. Lo que sea que quieras hacer, solo lo haré un año.

Tatsuya le extendió otra carta, de baraja inglesa, y aunque Seto quería metérsela en la boca, no le quedó más remedio que aceptar, en atención a la sensatez.

Se trataba del rey de diamantes, y su mirada fue todo lo elocuente que podía ser para denotar lo cursi que le parecía el detalle.

—Te llamaremos para la primera reunión con todos los miembros —dijo Ushio, poniéndose de pie, a lo que Seto simplemente asintió.


—¿No crees que esto es excesivo? —preguntó Tatsuya mirando a los meseros despejar la planta del restaurante, dejando solo una mesa redonda en el centro.

Ushio, firme como inspector de obras, le miró con escepticismo.

—¿Prefieres un bar? —preguntó.

Tatsuya se encogió de hombros, la verdad era que sí.

—Necesitamos una reunión para que se conozcan, una cena es un evento neutral. Estaremos bien.

Ambos giraron el rostro en cuanto escucharon la puerta del ascensor abrirse, era Natsume. Llevaba un traje negro de dos piezas, pero con un jersey de cuello alto en lugar de camisa. Le acompañaba Hidetora Tōjō, y Tatsuya pensó que había crecido al menos otros cinco centímetros con respecto a la última vez que lo vio, y vestido completamente de negro, el detalle se magnificaba.

Su imponente presencia casi oscureció la habitación, y se lamentó de que llegara temprano, eso habría sido asombroso si fuese el último en aparecer.

Estando a un par de pasos, su expresión cambió levemente, relajándose lo suficiente como para dejar de parecer que iba a golpear a alguien, inclinó la cabeza ante Ushio y le dio una palmada a Tatsuya, que trató de no gemir, aunque le había sacado el aire.

—¿Todo bien? —preguntó.

—Todo bien —respondió Tatsuya.

Tōjō respiró profundamente, llevándose la mano al cuello de la camisa desabotonada. No estaba acostumbrado a ese tipo de ropa, pero la situación lo ameritaba y estaba dispuesto a cooperar.

—Ya es hora —dijo Natsume.

Ushio ordenó a los meseros esperar en la cocina mientras que los hostess bajaban para esperar y escoltar a los invitados conforme llegaran.

El restaurante que habían elegido se encontraba en lo alto de una torre y giraba lentamente para mantener cambiantes las vistas panorámicas de la ciudad.

No era que fuese el favorito de ninguno, pero hasta donde Ushio había podido investigar, se le consideraba un territorio neutral al no estar afiliado a ninguna compañía de la Asociación, y ya que tampoco querían recibirlos en sus respectivos departamentos, era una opción completamente válida.

Tōjō se mantuvo en su sitio, con los brazos cruzados, mirando los ventanales. Y si Tatsuya no lo conociera, seguramente pensaría que estaba analizando el futuro encuentro, pero con total certeza, sabía que trataba de confirmar que el restaurante se movía y no solo lo estaba imaginando.

La primera en llegar fue Saori Kido, tal como lo esperaba, llegó con su guardaespaldas, el muchacho que era su representante, y otro joven que se notaba más o menos de su edad, con el pelo alborotado cubriéndole parcialmente el rostro, y que ella presentó como Shō Asamori.

Tatsuya quiso reírse. A Seto Kaiba le iba a dar algo cuando le dijeran que ese muchachito medio afeminado iba a ser su representante, porque era claro que no lo sabía, pues habría llegado con él si ya hubiesen sido presentados.

Rino Kurayoshi y Aoi Kunieda llegaron al mismo tiempo, por lo que subieron juntas en el ascensor. Para cuando estuvieron con los demás, a la más joven se le notaba completamente roja de vergüenza. Dudaba que las trenzas con lazos rosas de Takeshi Shiroyama tuviesen algo que ver, por algún motivo, a nadie parecía importarle que un muchacho de dos metros gustara de peinarse como niña de preescolar.

Él no quería que fuese el representante de Aoi, pero había insistido tanto que no le quedó más remedio. Afortunadamente su pequeño grupo había crecido lo suficiente con peleadores de buen nivel como para permitirse ese pequeño inconveniente. Esperaba, en todo caso, que se sintiera lo suficientemente motivado como para esforzarse y entrenar, algo que dijo Kunieda que iba a vigilar, enseñándole el estilo Shingetsu de ser necesario.

Tatsuya lo miró mientras saludaba a Natsume y Tōjō. Además de su pantalón blanco y saco rosado, destacaba una espada de madera en su espalda y eso le hizo mirar de nuevo a Kunieda, casi escondida detrás de Ushio.

—¿Traje de tweed? ¿En serio? —preguntó, intentando bromear.

Kunieda se había comprado un traje de dos piezas que por el estilo parecía a cuadros, entre negro, blanco y rojo. La falda era corta, pero llevaba mallas negras y zapatos planos con una fina correa que se ajustaba a su tobillo. En general, tanto el tejido como el diseño cerrado del saco, daba una impresión de sofoco completamente fuera de lugar en pleno verano.

—Nada te parece —se quejó, sin ánimos de reclamarle, haciendo más extraña su actitud —. A Natsume no le dices nada y trae jersey.

—Por favor, no es como si con él tuviéramos más opciones.

Al poco rato, Seto Kaiba apareció. No había llegado tarde, pero parecía molesto de ser el último, y entonces procedieron a las presentaciones formales, pues, aunque algunos se conocían entre ellos, era la primera vez que estaban todos juntos, y precisamente por eso, ninguno pudo evitar el notar lo ridículamente joven que era el grupo en promedio, siendo los mayores, Rino y Rei, sin contar a Aioria que no formaba, directamente, parte de la Asociación.

Seto examinó a los presentes. No le costó ningún trabajo descubrir quién iba a ser su representante, y justo como lo había previsto Tatsuya, se sintió estafado.

—Shō ha recibido un entrenamiento especial por parte de la Fundación —explicó Saori, sin inmutarse ante el tono de reproche cuando expresó su inconformidad en voz alta —. Está perfectamente capacitado para cumplir con sus deberes como representante de Kaiba Corp.

Seto no tuvo más opción que aceptarlo, no podía ponerlo a pelear con alguien para comprobarlo, y tampoco tenía sentido hacerlo él mismo porque su nivel no estaba ni medianamente cerca del estándar, así que todo se resumía al próximo encuentro: si perdía, lo único bueno era que se podría deshacer de ese montón de niños, y si ganaba, al menos tendría algo de seguridad por un rato.

Habiéndose calmado el asunto, Ushio hizo seguir a todos al comedor, y como era lógico, empleadores y representantes tomaron lugares juntos, aunque Seto se aseguró de quedar entre los grupos de Saori y Rino, que eran a las que conocía.

—Ahora que nos hemos presentado debidamente —dijo Tatsuya —, creo que es importante establecer los intereses particulares para poder organizarnos conforme eso. ¿Por qué no empiezas, Kunieda? Eres la empresa más joven, después de todo.

Kunieda sonrió con cierto gesto arisco, y tomando aire, se despojó de todo rastro de vergüenza que tenía hasta el momento, recobrando el aire de autoridad que solía emanar como líder de las Red Tails.

—Data Dot World tiene operando un año, nuestro ramo es la consultoría en seguridad informática y como actividades secundarias también nos hacemos cargo de los servidores de varios juegos de simulación de realidad virtual, así que estamos relacionados con varias compañías menores y desarrolladores independientes.

Tatsuya no esperaba menos de ella, la seguridad con la que hablaba la ponía a la altura de las circunstancias.

—Nuestro objetivo principal es mantener la independencia respecto a grandes corporativos. Empresas como la nuestra suelen ser absorbidas en sus primeros años.

Seto sonrió, claramente lo decía por él y Nentendo, así que era clara la ventaja que sacaba en esa sociedad que incluía a Kaiba Corp.

—Secundario a eso, tenemos la ambición de expandirnos y tener centros de operaciones en Corea del sur y China, para captar a los desarrolladores independientes de ahí, que son un sector creciente en los últimos años.

Con un asentimiento, el resto aceptó sus términos.

—Gold Pleasure Group —dijo Rino, que estaba a la derecha, asumiendo que era el orden más conveniente —, solo tiene la intención de evitar quedar en alguna relación desventurada. Me niego a usar a Rei como instrumento político, así que la posición oficial de mi compañía sería la de no intervención en caso de que se diera un nuevo Torneo de Aniquilación, aunque no negaré mi voto cuando las circunstancias lo requieran.

—Necesito deshacerme de Nentendo —dijo tajantemente Seto —. O en su defecto, obtener las licencias de Duelo de Monstruos.

Saori inclinó la cabeza levemente, pero cuando el silencio se prolongó, asumió que era todo lo que iba a decir.

—Necesito recuperar las subsidiarias y plantas que Toyo Electric Power Company ha ganado a mi apoderado legal, aunque algunas ya fueron liquidadas, quiero salvar lo más que se pueda.

Ushio Kugayama, que ya había encendido un cigarrillo, dejó escapar el humo antes de hablar.

—Para ser franca, mi interés es personal. Tatsuya y yo nos vamos a casar, así que considero apropiado apoyarnos mutuamente. Kugayama Company es una casa de subastas, cualquier botín que pueda obtener está bien para mí, y cualquier cosa que pueda conseguir para ustedes, también es un ofrecimiento.

La única que dijo algo al respecto fue Rino, que los felicitó. Sin embargo, Tatsuya se aclaró la garganta para apresurarse a cambiar el tema.

—Quiero convertir a Himekawa Group en una institución financiera, tanto o más grande que Dainippon Bank.

Todos se quedaron sorprendidos, de nuevo nadie dijo nada, ni siquiera Rino, aunque imaginó a Metsudo Katahara riéndose con ganas de la ocurrencia mientras su ejército de guardaespaldas se disponía a entrar en acción.

—Y como obviamente no tengo el poder ni para arremeter contra su Colmillo por la cartera de clientes, ni mejorar su tasa de interés para que sus clientes voluntariamente se unan a mí, tengo, naturalmente, que hacer crecer mi capital, diseñar infraestructura y todo eso. Mi plan principal es captar micro y pequeñas empresas a las que los bancos rechazan en el financiamiento, y de las que me gustaría que tomaran acciones. Himekawa Group guiará todo el proceso para hacerlas crecer, ustedes tendrán sus rendimientos, primas y cualquier ventaja que pudiera ofrecerles.

Rino fue la primera en reírse, no por burlarse, sino porque le parecía encantador y sería algo contra lo que ni siquiera el propio Metsudo podría competir. El número de micro y pequeñas empresas había crecido exponencialmente por diferentes motivos, estando especialmente el que muchos jóvenes se desvinculaban de sus oficios familiares, y con la perspectiva que la universidad les daba, emprendían en otros sectores, además de que, gracias a la influencia de la globalización, ya no se sentían tan entusiasmados en hacer carrera en una empresa en la que tenían poca probabilidad de crecimiento.

Tal como lo había previsto, la Asociación estaba por cambiar y lo único que podría mantener a Hideki Nogi en su recién ganada presidencia, no sería Hatsumi Sen, sino su capacidad de adaptarse.

Después de todo, ¿qué iban a hacer? ¿Mandar a la Nube flotante y al Colmillo de Metsudo como matones Yakuza a amedrentarlo?

—¿Cómo en Money Tigers?* —preguntó Kunieda.

Su pregunta había surgido porque esa parte no se la habían explicado, así que usó la única referencia que tenía respecto a inversiones y era un programa de televisión que le pareció adecuado para empezar a entender temas financieros.

—¿Y cómo funcionará? —preguntó Seto —. No tengo tiempo para revisar el listado de la cámara de comercio y llamar a los que me interesen, para que al final solo me hagan perder el tiempo.

Sorprendido porque no se había mostrado reacio a la idea, Tatsuya, procedió a explicar.

—Himekawa Group hará toda la captación, el análisis y el estudio financiero más viable, solo les pasará el listado de los que tienen mejores oportunidades, según sus ramos, yo asumiré el riesgo por el resto.

Rino se llevó el dedo índice a los labios.

—¿Has hablado con Soryuin Shion? —preguntó —. De Koyo Academy Group. Seguramente podrías ofrecer algún plan interesante para sus chicas.

Tatsuya movió la cabeza para invitarla a continuar.

—Puede que tu objetivo sean los empresarios rechazados por el banco, pero captar estudiantes mediante un programa de emprendimiento podría generar más candidatos que los que ya están fuera. Se trata de una universidad de mujeres, así que no dudes que muchas tendrán dificultad para encontrar un financiamiento, nuestra sociedad espera de ellas que se casen, así que no hay demasiado interés en apoyar proyectos que morirán con un acta de matrimonio. Incluso si ellas mismas están resignadas a eso, con una propuesta firme, podrían reconsiderar sus futuros.

Todas las mujeres de la mesa asintieron. Aunque en ese momento eran la mayoría en el grupo, solo había que sumar cinco o seis más en el número total de la Asociación, que, aunque no se conformaba del total de empresas del país, representaba a las más destacadas.

Así que todas comprendían lo ridículo que era el número de mujeres a la cabeza de una compañía en pleno siglo XXI.

—La verdad, no se me había ocurrido —confesó Tatsuya.

Luego de un momento de silencio en que todos parecían reflexionar sobre lo que se había dicho, Ushio ordenó a los meseros que sirvieran la cena, y nadie, ni siquiera Seto Kaiba, que era el que esperaban que saliera corriendo, objetó al respecto.

Notes:

Respecto a la quinta carta del dragón blanco de ojos azules, la verdad es un recurso que he visto MUCHO, MUCHO de verdad MUCHO en fics de YuGiOh!

Si vieron solamente el anime de Beelzebub quizás no la conozcan, porque tampoco me acuerdo hasta donde llegaron las OVAs, pero Ushio es la prometida de Himekawa, se la presentó caracterizada como hombre ya que su familia no hereda a mujeres.

Shō, el que llega con Saori para representar a Kaiba, es uno de los caballeros de acero, del relleno de Saint Seiya clásico y Omega.

Y Money Tigers (Japón, 2001) es el programa original de donde salió Dragons' Den (Reino Unido, 2005), y que generaría el formato de Shark Tank (Estados Unidos, 2009) que pasaría finalmente a otros países de habla hispana como Negociando con tiburones.

¡Gracias por leer! 

Chapter 6: La leyenda del unicornio

Chapter Text

Shun e Ichi, estaban recargados en las cadenas que delimitaban el cuadrilátero, los dos en la misma esquina, aunque cada uno tenía la toalla y la botella de agua de Seiya y Jabu, respectivamente.

Llevaban bastante rato con el entrenamiento, practicando agarres principalmente; él área con más deficiencias de Jabu, y en ese momento, Aioria de Leo, que había estado observándolos, se percató de que, tal como Athena había dicho, todos los muchachos habían recibido el mismo entrenamiento por parte de la Fundación, diversificándose por sus maestros luego de separarse, pero volviendo a retomar el ritmo una vez que volvieron con ella.

Sin que ninguno encendiera su cosmos, sus habilidades no estaban tan desiguales, e incluso se atrevía a asegurar que, debido precisamente a esa sustancial diferencia, y que Jabu había tenido que depender más de su fuerza física que de su cosmos, le tomaba ventaja al caballero de Pegaso en un mano a mano.

Al menos por momentos.

Seiya tenía una facilidad impresionante para adaptarse a sus oponentes. Marín solía decir que era un estudiante difícil, pero de ninguna manera un cabeza dura, y en esos momentos lo comprobaba mejor.

—Deténganse —les dijo, saltando las cadenas.

Al momento, los dos muchachos se separaron.

—Conforme lo que se acordó, Athena no tiene compromisos este fin de semana, así que quiero que vayas a Orán —agregó, mirando a Jabu —, devuelvas la armadura de Unicornio a su sitio de reposo, y presentes tus respetos a tu maestro. Ya debe de estar informado, pero es lo correcto.

Jabu asintió, así que dieron por terminado el entrenamiento.

Tatsumi ya había hecho los arreglos del transporte, y tenía la caja de Pandora de Unicornio lista a bordo del avión, en su propio asiento, ya que tenía prohibido tratarlas como si fueran equipaje. Jabu, que iría solo, se sentó en el lugar contiguo, acariciando la cara que tenía la imagen del equino.

—¿Te estás arrepintiendo? —preguntó Tatsumi, de pie a su lado.

Jabu levantó la vista, y no encontró reproche ni burla en su pregunta. Aun así, no supo qué responder.

Desde que la Fundación Graad lo había retirado del orfanato, y se le explicó cuál era el propósito de su vida, convertirse en caballero era lo único que lo había motivado, quizás en el fondo, con la ilusión de volver y demostrarle a Saori de que, de entre todos los niños, podía ser especial.

—El señor Mitsumasa estaría igualmente orgulloso.

Jabu sonrió.

Toda su infancia había esperado esas palabras, pero en ese momento, con la perspectiva de todo lo que había aprendido y vivido, no significaba mucho realmente.

—Revisa los vídeos que envió el señor Himekawa. Con excepción de Rei Mikazuchi, todos ustedes son novatos.

Tatsumi dejó el avión. Enseguida, el asistente de vuelo aseguró la puerta para luego ir a la cabina.

Apenas despegaron, Jabu encontró una larga lista de videos, todos con nombres de empresas y fecha.

Puso el primero, y por la precaria grabación de un camarógrafo inexperto, además del entorno general, se percató de que era un combate Kengan, y debido al secretismo de la Asociación, no eran grabaciones oficiales o profesionales.

En total, eran poco más de cien archivos, y conforme lo que veía, resultaban verdaderamente brutales.

Sobre todo, comprendió que el hombre con el que había peleado no era la gran cosa comparado con los que notó, peleaban más veces, entre ellos, su compañero: Rei Mikazuchi.

Tragó saliva al darse cuenta de que su velocidad estaba sobre el match tres, quizás el cuatro, dependiendo del oponente. Él mismo, solo en situaciones de extrema importancia llegaba al dos, y se sintió aliviado de que al menos no le tocaría enfrentarlo. Sin embargo, tanto por lo que ya sabía de la organización como los recientes eventos, definitivamente no era el campeón.

Las casi doce horas del vuelo las pasó viendo una y otra vez las peleas que le parecieron más importantes, y tras preguntarle directamente al asistente de vuelo, consiguió guardarlos en su teléfono.

Pese al tiempo que habían estado en el avión, llegaron recién daban las ocho de la noche, y mientras el piloto y el asistente hacían los arreglos, él se escabulló para no declarar la caja de Pandora en la aduana, corriendo a las afueras de la ciudad, donde los edificios se desdibujaban en el horizonte.

Escaló una formación rocosa, era más rápido que por el camino y cuando vio la luz de una pequeña farola al otro lado del acantilado que se formaba, sonrió.

Sujetó las correas de la caja, dio un par de saltos en su sitio y corrió a toda velocidad, usando el borde para impulsarse al frente y saltar.

Cayó en el patio de la casa, levantando una polvareda al derrapar.

—Gracias —dijo un anciano a pocos metros —. Mi café está lleno de tierra.

Con una sonrisa, Jabu se incorporó, yendo hacia él.

—Lo siento mucho —se disculpó, inclinándose levemente.

—¿Qué fue eso? ¡¿Jabu?!

Jabu la recibió cuando corrió a abrazarlo, sin ser capaz de responder ninguna de sus muchas preguntas, principalmente porque no dejaba de hablar, haciéndole entrar en la casa.

—Justo estábamos por cenar, ¡has crecido tanto!

Jabu sonrió, esa era la mentira más grande de todas las que le habían dicho en su vida, y ese era el principal problema que tenía en la Fundación; no había crecido mucho y le costaba trabajo ganar masa muscular.

Luego de un montón de pruebas médicas, cambios de entrenador, dos nutriólogos y un dietista aterrador, simplemente le habían calificado como "bajo respondedor por causa genética”.

—¡Niños! ¡Vengan a saludar!

—¿Niños? —preguntó Jabu.

La última vez que la vio, después de la irrupción del Torneo Galáctico, cuando Saori les pidió volver con sus maestros y reforzar su entrenamiento, tenía solo un bebé que ni si quiera podía hablar.

Entonces, un niño que debía ser el que Jabu recordaba, y una niña, entraron al amplio comedor, pero lo que más lo dejó sin palabras, era que la mujer llevaba en brazos a un bebé de tan solo un par de meses.

Los pequeños se sintieron cohibidos por la presencia de un extraño, así que se quedaron quietos.

—Niños, él es Jabu, el mejor estudiante de su padre. Jabu, él es Fadel, seguro lo recuerdas. Ella es Fatma —siguió, intentando que la niña avanzara, pero sin éxito —. Y ella es Najat.

El joven se acercó a la menor, estaba despierta y le dedicó una sonrisa nada más verlo.

La puerta principal se abrió de nuevo y cuatro niños más entraron haciendo bastante ruido. La máscara que llevaba la única niña, le hizo evidente que se trataba del nuevo grupo de aprendices. Ninguno tenía más de seis años, y como era normal, resultaban bastante diversos en sus orígenes, aunque ya todos tenían un tono bronceado en la piel.

Al final, el hombre que era su maestro cerró la puerta.

—¡Chicos! —exclamó la mujer —¡A bañarse! —y salió detrás de ellos, solo para cerciorarse de que lo hacían bien.

—Maestro —saludó, inclinándose.

El hombre se acercó a él, palmeándole el hombro para que se levantara.

—Los que fueron tus compañeros se marcharon al Santuario hace un tiempo —explicó con simpleza —. Decidieron convertirse en soldados.

—Excepto por Josafat —interrumpió el anciano —, él trabaja en la ciudad y viene de vez en cuando.

Enseguida, Jabu se acomidió para sacar la torre de platos de una alacena para disponerlos en la mesa de servicio.

Desde que él era un aprendiz, la casa funcionaba más o menos de esa manera. En ese entonces, su maestro no estaba casado, pero esa propiedad pertenecía a una familia que siempre había acogido al caballero que vigilaba el sitio de reposo de la armadura de Unicornio y a sus aprendices, desde hacía siglos.

Rayhana era la hija menor del anciano, y Jabu la recordaba como una noble hermana mayor a la que se le podía dar el respeto y aprecio de una madre. Su maestro solía discutir con ella respecto a que “malcriaba” a los aprendices y no era raro verlos quejándose de lo mismo, que si él era un sádico, que si ella no se tomaba en serio el entrenamiento...

Luego de saber cómo lo habían pasado los demás, sobre todo Ikki, empezaba a creer que algo de razón tenía su maestro. Aun así, las memorias de su infancia en ese lugar eran preciadas, y siempre estaría agradecido con él por convertirlo en el hombre que era.

—Cuando Rayhana aceptó casarse conmigo —dijo de pronto su maestro con una sonrisa — creí que era broma lo de tener una docena de niños. El día que los chicos se marcharon me amenazó: o aceptaba más aprendices o teníamos más hijos.

Jabu carraspeó.

—A como veo, maestro, hiciste las dos cosas.

Ambos se rieron por eso, aunque el mayor se había colorado.

Los chicos volvieron al poco rato. El agua era un bien preciado en el desierto, así que las duchas eran breves, pero necesarias, ya que pasaban todo el día sudando bajo el sol.

—Señores —dijo la mujer desde la puerta, una vez que todos estuvieron dentro—. Los dejo.

Se fue con las niñas a otra habitación que Jabu escuchó que cerraba con llave, supuso que era para que la aprendiz se pudiera quitar la máscara y comer normalmente.

—¡Es la armadura de Unicornio! —exclamó uno de los niños al percatarse de la presencia de la caja de Pandora.

Enseguida, el resto se arremolinó, y concluyeron que el invitado debía de ser el caballero, así que lo acribillaron a preguntas, que tampoco pudo responder porque el anciano les hizo tomar orden, y resignados, cada uno tomó su plato, pasando en fila para que les sirviera la comida.

Con los chicos entusiasmados, y poco dispuestos a dejar el tema de lado, respondió a alguna de las preguntas que antes le habían hecho, pero Jabu no se sintió con ánimo de decir por qué estaba ahí. Aioria le había dicho que su maestro lo sabía, pero él tampoco hacía demasiado por abordar el tema.

Para cuando la cena terminó, no pudo evitar sonreír al ver cómo Rayhana ordenaba que se lavaran los dientes y se prepararan para dormir.

El anciano sacó una pipa, haciéndoles una seña para que se fueran y Jabu comprendió que no solo su maestro, todos sabían por qué estaba ahí, y se sintió realmente avergonzado.

Salieron de la casa, con la caja de Pandora al hombro, y en silencio se dirigieron más al sur, primero caminando, pero al poco incrementaron la velocidad a saltos, sobre todo, a medida que el terreno se volvía inaccesible.

Jabu recordaba el lugar.

El día que le dijo que estaba listo, lo llevó ahí, indicándole que tenía que abrir camino con el galope que le había enseñado. Aún estaban las rocas pulverizadas que había dejado, y se preguntó cómo se supone tenía que devolverla.

—Ponla de nuevo en el corazón de la cueva, y colápsala desde el interior.

Asintió.

De pronto, recordó la pregunta de Tatsumi.

¿Se estaba arrepintiendo?

Sintió que su corazón latía más rápido de lo que debería por la carrera y apretó con fuerza la correa.

Con paso lento se adentró, escuchando la grava bajo sus pies y el frío soplando sobre su hombro.

El camino no era recto, y en tramos tuvo que ir casi a gatas empujando la caja, adentrándose cada vez más en completa oscuridad. Solo una vez se animó a alumbrar el camino; estaba en el borde de un acantilado de unos quince metros. Por lo poco que pudo ver con la linterna del celular, ese era el sitio, así que se dejó caer, llegando hasta los restos de un altar de piedra.

Escuchó su propio suspiro, y decidió que era suficiente de dudas. Había tomado una decisión.

Dejó la caja en el centro de la loza de piedra y retrocedió, examinando el sitio para ver cómo podía colapsarlo, sorprendido del espacio que había podido abrir a los trece años, pero tomó aire para dar el primer golpe, siguiendo sin detenerse, subiendo a medida que las rocas caían, reacomodándose en los huecos.

La luz de la luna le devolvió la claridad en el campo de visión. Para cuando quedó por encima de todo, con el pecho subiendo y bajando exageradamente, empapado en sudor y las piernas sangrando, sintió que quería llorar, aunque no de dolor.

No escuchó a su maestro acercarse, pero consiguió apartarse antes de que el golpe lo alcanzara.

El hombre volvió a arremeter, esta vez más rápido, así que no pudo quitarse por lo que puso los brazos para bloquearlo, intentando sujetarlo para derribarlo.

Fue inútil, con facilidad deshizo el agarre, invirtiéndolo y arrojándolo hasta el borde.

Jabu rodó dolorosamente varios metros. Pudo incorporarse, solo para recibir un rodillazo que le cortó el aliento.

No le dio tregua, una lluvia de golpes lo movió un tramo más, hasta que le dejó caer el suelo.

El chico escupió la sangre para poder respirar, volviendo a levantarse.

Su maestro le miraba con una expresión indescifrable. No estaba molesto, ya lo había visto enojado antes, ni tampoco parecía decepcionado, algo que encontraría muy comprensible.

—¿Alguna vez te hablé sobre los unicornios? —preguntó.

Jabu no se confió, levantó la guardia para recibir lo que siguiera.

—Desde el medievo se le imagina como un caballo grácil y con capacidades curativas, pero más de uno los describe también como criaturas de temer, es imposible atrapar a uno vivo... salvo por una única forma.

Se acercó despacio, sin ademán de seguir su ataque.

—Solo una doncella virgen puede tentarlo, hacerle perder su bravura, y condenarlo a la esclavitud o la muerte.

Estando frente a él, lo abrazó. Jabu se sintió contrariado, pero comprendió a lo que se refería.

—Nunca me he sentido con el valor para juzgar tus sentimientos por esa muchacha —dijo —. Yo mismo no sé qué sería capaz de hacer por Rayhana.

—Maestro —dijo quedamente —. Te juro por lo más sagrado, que no hago esto por Saori.

El hombre solo lo estrechó con más fuerza.

—Nunca pensé que fuese Athena, solo quería que afrontaras el desencanto en el torneo. No eras más especial que cualquiera de los otros participantes. Por eso te dejé ir. Supongo que es lo que significa el destino, y confirma que realmente eres el santo de Unicornio.

—Lo siento, maestro, realmente no puedo ser el caballero que quisieras.

—Niño tonto. No se trata de lo que yo quiero.


Rayhana miró por la ventana. Ya estaba amaneciendo y ni su marido ni Jabu habían llegado a dormir.

De igual forma, los chicos tenían que desayunar, si no llegaba para entrenarlos, entonces aprovecharía para repasar con ellos las lecciones. Mientras más pronto se familiarizaran con el alfabeto griego, tendrían menos dificultades para aprender a leer y escribir.

Ya había encendido las hornillas para hervir la avena cuando en una de sus inspecciones, vio sus siluetas en el horizonte.

Preocupada, porque uno llevaba al otro por el hombro, salió corriendo.

Ambos estaban maltrechos, pero era Jabu el que llevaba a su maestro.

Hizo pasar a ambos a la casa, aprovechando que los niños empezaban a bajar para pedirles agua, el botiquín y paños limpios.

—¡Estás mal de la cabeza! —reclamó a su marido, usando unas tijeras para cortar los jirones de tela que quedaban del pantalón de Jabu y que se habían pegado a su piel escocida y sanguinolenta. Él solo sonrió, al menos hasta que ella intencionalmente le presionó una herida para demostrarle que estaba molesta.

—Estoy bien —dijo el chico.

—¡Obviamente no!

Le limpió con algo de brusquedad, y el tacto del paño caliente en su piel le crispó los nervios.

Para “castigar” a su esposo, se dedicó primero a Jabu, pero igualmente se enojó porque él ya había empezado a limpiarse, y al final, mandó a los dos a bañarse mientras preparaba el desayuno.


Le dejaron un cambio de ropa. No había llevado porque no esperaba ocuparlo, pero mientras se vestía, el teléfono mostró una admirable resistencia, conectando una llamada pese a tener la pantalla completamente destruida.

Debió usar el control de voz para poder atender ya que no era posible el reconocimiento táctil.

—¿Cómo vas? —preguntó Seiya.

—Bien. Ya terminé aquí, voy camino al aeropuerto.

—Menos mal.

—¿Pasó algo?

—Más o menos. Parece que a los viejos no les causó gracia el nuevo club de Saori, están amenazando con no sé qué.

—¿Los retaron a un duelo?

—A ella todavía no, creo que tratarán de llegar a un acuerdo primero, si eso falla, entonces las cosas se pondrán violentas.

Jabu dejó escapar un suspiro. El viaje de regreso debía de usarlo para recuperarse y cumplir su promesa de no perder una sola pelea.

—Pero no llamé para eso —dijo Seiya —. Según nos dijo Saori, acordaron que tú y los otros peleadores del equipo irían como espectadores a otros combates para familiarizarse con sus posibles oponentes. Hace rato hubo una, y Shun, Ichi y yo fuimos para grabártela...

—¿Tan mal fue?

—¿No la has visto? Ya te la mandé.

—Tuve un accidente con el teléfono.

Seiya suspiró.

—Es un monstruo, y Shō va contra él mañana.

—¡¿Mañana?! ¡Creí que las peleas eran más espaciadas!

—Pues, supongo que tiene que ver con la forma en la que los otros miembros de la Asociación se tomaron la iniciativa de Saori y su grupo.

—Sí, entiendo...

—Shun quiere que le ayudemos con el entrenamiento, así que estaremos en eso. Te vemos aquí, entonces.

Jabu terminó de vestirse y bajó las escaleras apresuradamente, aunque el dedo acusador de la esposa de su maestro lo detuvo.

—¡No te vas a ir sin desayunar!

No tuvo valor para contrariarla, ni para rechazar la vianda que le había preparado, de cualquier forma, debido a las zonas horarias, conseguiría estar de vuelta en Japón para la una de la tarde.

Chapter 7: El caballero olvidado

Chapter Text

El edificio de Kaiba Corp. parecía mucho más ordinario de lo que podría sugerir el estilo de todo Kaibaland. Detuvo la motocicleta y levantó el visor del casco para asegurarse que estaba en lo correcto, aunque las inmensas iniciales de la entrada no daban cabida a la confusión.

—¡Hey! ¡Shō!

—¡Seiya!

Seiya, Shun y Jabu venían por la calle, y el primero seguía agitando el brazo por sobre su cabeza, aunque ya los había visto. No supo qué sentir. No se habían hablado en mucho tiempo, al menos hasta que Saori lo llamó a la mansión para hacerle la propuesta de representar a Kaiba Corp, y de pronto estaban ahí, como si fuesen amigos de toda la vida, quizás preocupados por lo que le deparaba como peleador.

—¿Por qué diablos te hizo venir tan temprano? —preguntó Seiya, atajándose con la mano el reflejo del sol en el inmenso edificio.

—Una prueba, supongo. No puedes culparlo —dijo Shō —. Comparados con los otros peleadores de la asociación, no somos especialmente impresionantes.

—¡Como si eso importara en una pelea!

—Vamos, Seiya —respondió Shun, tranquilo como siempre —. No conocen realmente el alcance del cosmos, y tampoco es como si solo fuera una apariencia, muchos de ellos son realmente fuertes.

Un hombre en traje y gafas oscuras se acercó a ellos.

—¿Señor Asamori? —preguntó.

Shō apagó el motor de la motocicleta. El hombre le iba a indicar que no podía dejarla precisamente ahí, pero una vez que se bajó, esta se compactó en un cubo apenas más voluptuoso que una maleta grande, y la cargó.

—¿En dónde la puedo poner? —le preguntó.

Sorprendido por la funcionalidad del diseño, el hombre la tomó, indicándole el camino que tenía que seguir para encontrarse con Seto Kaiba, aunque en el ascensor se encontraron con otro sujeto exactamente con el mismo uniforme, incluso se atrevería a asegurar que el mismo corte de pelo, solo que él no les dirigió la palabra, se limitó a presionar el botón al piso 55.

La planta parecía vacía, por lo que el eco de sus pasos resultó exagerado. Las puertas del ascensor pronto cerraron a su espalda, así que no le quedaba más que seguir adelante.

—Pasa —escuchó desde unos altavoces en lo alto.

Recorrió el pasillo, hasta otras puertas que se abrieron al aproximarse.

Aunque habían sido asignados a distintos sitios luego del sorteo, a todos se le figuró como el laboratorio en que recibieron su primer adiestramiento cuando eran niños.

—Esta es mi arena de entrenamiento —dijo Seto, acercándose de esa manera desafiante que Shō ya había notado que era característica.

—¿También peleas? —preguntó Seiya con cierto asombro.

El otro solo se rio despectivamente.

¿Todos los fracasados se movían en grupo?

Hasta donde recordaba, él solo había invitado específicamente al que sería su representante, sin embargo, como pasaba con Yūgi, otros tres se habían aparecido.

—Duelo de monstruos —respondió, abatido ante la idea de que, al tener un grupo, él mismo se unía a los perdedores que no podía salir solo de un lío —. Hay dos sistemas de juego fundamentales en Kaiba Corp. La proyección básica, para niños pequeños o cobardes, que solo muestra una representación holográfica de las cartas. Y el sistema avanzado de visión sólida, capaz de replicar más de doscientos ademanes por personaje, incluyendo sonidos, olores y, sobre todo, manifestaciones energéticas. Cada daño recibido en los puntos de vida, no provocarán un daño realmente letal, pero los jugadores sí lo resienten.

Shō mantuvo la mirada. Los ojos de Seto resplandecían a medida que le explicaba, aunque eso ya lo sabía.

Se había interesado por el duelo de monstruos por la tecnología usada en el torneo de Ciudad Batallas. Daichi calificó para entrar, aunque solo consiguió tres cartas localizadoras antes de la fecha límite.

Pero eso era secundario, los tres se dieron cuenta de que la forma en la que el disco de duelo personificaba las cartas y manifestaba su poder, era, a su parecer, exactamente igual a como las armaduras de acero manipulaban el cosmos del entorno para que el portador lo usara.

Ushio estaba furioso, aseguraba algún espionaje corporativo, pero el doctor Asamori lo tranquilizó explicando las diferencias en los diseños y por qué le parecía lógica la forma en la que Seto Kaiba había llegado casi a la misma conclusión que él.

—Ya entiendo.

Seto enarcó una ceja, no sabía por qué se lo había dicho, y tan solo le miró quitarse los guantes, la chaqueta y un cinturón, arrojándoselos a sus amigos.

—¿Qué diablos entiendes? —le preguntó.

—Quieres usar el efecto de la visión sólida como sistema de combate simulado.

El joven empresario endureció su semblante.

—No lo usaré en el nivel estándar de los discos de duelo.

—Está bien.

La confianza que demostraba le resultó irritante. Tan solo por esa insolencia, de buena gana lo pondría frente a su dragón de ojos azules definitivo, de cuatro cabezas ahora. Sin embargo, precisamente, por esa cuarta cabeza, tenía que controlar sus impulsos para mandar a todos al diablo.

Tomó el mazo de cartas que había preparado. Luego de analizar a todos esos brutos salvajes que peleaban en la Asociación, pudo transformar cada movimiento en números que se correspondieran en una tabla de equivalencias. Con eso, había convertido a cada peleador en una carta, asignándole puntos de defensa y ataque, así como un nivel, con lo que pudo entender mejor el tipo de estrategia que le hubiera sido de mucha ayuda desde hacía tiempo.

Quizás moriría bajo tortura antes que agradecer, o cuando menos reconocer, a Himekawa por toda esa información que le era esquiva hasta el momento. Era absurda la dificultad para encontrar material útil, y no por un excelente sistema de seguridad, sino por la inexistencia de un sistema en primer lugar. Esa gente era tan anticuada que las grabaciones eran caseras, las fichas de inscripción de peleadores se hacían con papel y los acuerdos quedaban en palabra, por lo que obviamente era imposible de hackear.

Sobre el torneo de aniquilación, sabía que hubo mucha producción de por medio, su propia compañía había vendido equipo, aunque ni siquiera intentó participar, pero una vez finalizado, toda evidencia fue meticulosamente destruida, por lo que, lo quedaba, era lo que había escuchado de alguien que tampoco estuvo ahí realmente.

—Lo he puesto en el más alto nivel. Cambié la programación para que no se corresponda con las reglas del Duelo de monstruos, así que solo te va a lanzar un oponente tras otro, conforme analice tu patrón de movimiento, velocidad de reacción y fuerza.

Shō asintió. No era necesario que le aclarara que iba a doler si lo alcanzaban, pero tampoco le iba a decir que era perfectamente consciente de las consecuencias. Había convenido con la señorita Saori que, por el momento, no había necesidad de hablarle sobre su previo conocimiento del sistema, o de la tecnología similar de la Fundación Graad.

Seto Kaiba se apartó al tiempo en que del techo bajaba algo parecido a un timón, con voz femenina.

—Preparando simulación de combate. Nivel de dificultad: máximo. Objetivo: Shō Asamori. 19 años. 180 cm. 75 kg.

Shō miró la luz roja en su pecho, aquella cosa lo estaba escaneando.

—Iniciando simulación de combate. Esperando confirmación de arranque.

—Confirmado —dijo en voz alta.

El aparato hizo girar algunas de sus piezas.

—Eligiendo. Peleador inicial: Apaleador Fotónico.

Una figura, entre humanoide y robot emergió, con una espada enorme en la mano y sin más indicaciones, se lanzó en contra del chico.

Se había movido bastante rápido. Avanzó los ocho metros que los separaban en una fracción de segundo.

Shun contuvo un jadeo, aunque Shō había conseguido evadirlo saltando a la derecha.

La criatura no le dio tregua y fue de nuevo contra él. Moviendo la espada con agilidad, completamente dispuesto a hacer daño crítico.

—Chicos, miren —dijo Jabu, señalando el sitio del primer impacto: el piso se había fracturado y podían ver energía residual aun saltando.

—¿Qué es esa cosa? —preguntó Seiya.

—No solo es el golpe, ¿no lo sienten?

La observación de Shun hizo que los dos pusieran más atención, y enseguida se percataron de que esa criatura tenía una presencia, y el inconfundible destello de un cosmos, que se conectaba con la máquina de voz femenina.

—Es como…—intentó decir Seiya, sin recordar bien dónde había sentido algo parecido.

—Como las armaduras de acero —completo Shun.

Para ese momento, Shō ya había corrido hacia uno de los muros, consiguiendo subir unos tres metros con su impulso, justo lo suficiente como para posicionarse a la altura de su cabeza, dándole una patada que hizo que la figura pareciera estallar.

—Eligiendo. Segundo peleador: Armadura de ojo.

Otra criatura apareció, aunque está tenía una forma escalofriante de largas extremidades y solo un gran ojo por cabeza, unido a un torso cubierto por una armadura. Aunque solo se mantuvo de esa manera por un momento, enseguida, su cuerpo tembló, y aunque seguía manteniendo el diseño, sus proporciones eran diferentes, y empezó a moverse como habían visto que hacían algunos peleadores, dando saltos rítmicos, moviendo los brazos para una guardia dinámica.

Shō entendió que quería valorar su ataque, y fue hacia allá.

—¿Kickboxing? —preguntó Seiya.

—No —respondió Jabu —. Se llama jeet kune do.

Shō llevaba un buen ritmo, pero en una oportunidad el gran ojo volvió a temblar y sus proporciones cambiaron otra vez, así como sus movimientos, lo que confundió al chico que volvió a ponerse a la defensiva mientras asimilaba el cambio, pero ni bien se animaba a atacar cuando la cosa volvió a cambiar, así como su estilo.

Seto Kaiba dejó escapar un resoplido.

No esperaba que durara tanto. Había puesto al Apaleador Fotónico al inicio para intimidarlo, con suerte, deshacerse de la incómoda alianza que se veía obligado a respetar en la medida que ese muchacho aguantara las peleas.

Sin embargo, cuando la sexta carta fue vencida, no tuvo más remedio que aceptar que Saori Kido había cumplido su palabra, y no había propósito real en agotarlo justo antes de la pelea.

Con un suspiro pesado, detuvo la simulación. Tendría que contratar un asesor deportista o algo para mejorar la programación del nuevo sistema de sparring.

—La reunión es a las once de la noche. No llegues tarde —dijo Seto, recuperando la baraja y dejando la habitación.

Shō asintió recargando las manos por un momento en las rodillas, tratando de controlar su respiración.

—¡Eso fue asombroso! —exclamó Seiya, acercándose a él —¡Definitivamente puedes con tu oponente de hoy!

El chico sonrió de medio lado. También esperaba eso.

Le devolvieron sus cosas y salieron de la sala.

—Vamos a comer algo, tenemos que poner a Jabu al corriente.


Jabu no había estado fuera más que un fin de semana, sin embargo, parecía que se había sometido a un retiro de varios meses.

—Saori dice que los miembros más antiguos de la Asociación se sienten vulnerables por lo que pasó en el Torneo de Aniquilación, y esa es la oportunidad que encontraron los desertores del Santuario, como suplentes de los peleadores principales, por eso los están presionando para evitar que el grupo se fortalezca y puedan retarlos.

Shun guardó silencio cuando la camarera se acercó para servir sus platos, sonriéndoles con cierta coquetería que ninguno estaba seguro de cómo corresponder. Aunque eso a ella no pareció importarle.

—No sería extraño —dijo Shō —. Me refiero a que el señor Himekawa esperara un momento adecuado. Estuve revisando la información al respecto, parece que el grupo en el que estamos tiene la clasificación más baja. Una de las compañías, es de hecho la última en el ranking, la señorita Kido tiene ahora la posición 312 y el señor Kaiba, 215.

—Pensé que con lo grande que era la Fundación, estaría más arriba —dijo Seiya, que ya había empezado a comer.

—En esta Asociación se diferencia bien el valor de las compañías; no es que no sepan cómo cotiza en la bolsa de valores, o sus utilidades, pero lo único que vale es la posición en la que su peleador puede escalar. Cada victoria asigna un valor para el representante, que varía con relación a lo que se apostó y gana un puntaje para la compañía. Con la única pelea que ha tenido Jabu, la señorita Kido pudo subir once posiciones, y Jabu se adquirió casi 150 millones de valor, y si se oficializa la pelea contra el representante del señor Katsumasa, pasará a ser un novato valuado en billones porque Saori apostó la petrolera en su totalidad.

Jabu tragó saliva, aunque lo disimuló bebiendo de su vaso y tomando un cubo de hielo entre los dientes.

Si perdía, iba a arruinar completamente a Saori.

Seiya, sin embargo, no parecía demasiado impresionado, estaba más ocupado por acabar con todo lo que llegaba a la mesa.

—Pero no creo que el señor Katsumasa acceda tan pronto —dijo Shun —, pienso que intentará una guerra de desgaste, pidiendo varias peleas por cada cosa perdida que Saori intente recuperar.

Jabu lo miró de soslayo, tenía la vista fija en su plato, pero no comía, y el gesto pensativo de su rostro le hizo preguntarse si temía que no pudiera lograr su objetivo.

—Para ser alguien que no le gusta pelear —le dijo —, estás inusualmente comprometido.

Shun levantó la mirada. Sus ojos eran demasiado expresivos, así que era clara la preocupación.

—No me malinterpretes —respondió, comprendiendo que Jabu creía que lo subestimaba —. Creo, como Saori, que esto es un método barbárico, pero... si lo miras desde cierto punto...  ¿Viste los videos? No sé, es que, cuando se pacta una pelea, sin importar nada, se acepta el resultado, puedo entender el honor en eso. También entiendo que se juega el empleo de un montón de personas, todo su esfuerzo, a la vez que no es tan diferente perder una compañía por una apuesta que por cualquiera de las cosas que pasan más “legalmente”, esas cosas de las bolsas de valores, trampas y contratos y por eso, de hecho, siento que una pelea es más... controlable.

—Por eso no nos podemos permitir perder —completó Jabu, recibiendo solo un asentimiento por parte de Shō.

—Vaya, vaya, esta tiene que ser la guardería de la Fundación Graad.

Los chicos giraron la vista al ver entrar a un grupo de sujetos con toda la apariencia de buscapleitos matones, y no fueron los únicos que pensaron en eso. Las demás personas reunidas se alarmaron, y uno de los camareros se apresuró a hacer una llamada, quizás a la policía.

—¿Qué se hace en estos casos? —preguntó Seiya, a lo que Shun le tomó del brazo.

—Solo ignóralo...

Sin embargo, ni bien decía eso, cuando uno de ellos ya había levantado la pierna, golpeando con el talón la mesa que inmediatamente se partió por la mitad.

Los cuatro saltaron hacia atrás, y si a alguien le quedaba dudas de las intenciones de los recién llegados, en ese momento se disiparon y empezó el caos, con todos los comensales sobresaltados, buscando salir a toda prisa del local.

—¿Cuál es tu problema? —preguntó Seiya, sacudiéndose la ropa.

—¿Mi problema? —repitió el sujeto —. Te diré cuál es mi maldito problema, si es que tu cerebro de mosca no lo entiende.

Con las manos en los bolsillos, y la expresión altanera, pateó uno de los platos que habían sobrevivido al primer golpe.

—Este es un negocio muy serio, algunos nos hemos preparado por años, tenemos la experiencia, la fuerza, y por supuesto, la determinación. Y solo porque hayan ganado un torneo de karate en su escuela, no significa que estén listos para tomar un lugar que no les corresponde.

—¿Ese es el problema? —insistió Seiya, cruzándose los brazos por detrás de su cabeza —¿Qué seas tan débil que un chico de preparatoria puede reemplazarte?

Shun suspiró, Seiya era especialista en irritar a la gente, pero meterse en una pelea iba en contra de los preceptos de la orden, y si bien podían defenderse, tenía sus dudas al respecto de lo que pasaría con Jabu y Shō.

—Señores, creo que esto es algo que deberían arreglar con el señor Yamashita —dijo Shun, poniéndose de pie para mediar el asunto —. Él es el responsable de las contrataciones, si lo que desean es ser representantes, es a él a quien tienen que dirigirse.

Algo en lo que dijo, pese a ser amable y cordial como siempre, pareció molestarlos más, y el que estaba a la derecha del que golpeó la mesa, lanzó el primer puñetazo. Shun se hizo a un lado, a lo que el otro inmediatamente redirigió su ataque, por lo que el joven caballero se vio en necesidad de tomarlo por el brazo para inmovilizarlo.

Claramente se resistió, y Shun debió usar un poco más de fuerza, sin embargo, esa acción, pese a su naturaleza pasiva, representó la aceptación de la pelea y los otros dos fueron por Jabu y Shō, sin embargo, apenas hacían un intercambio de golpes, cuando un numeroso grupo de sujetos armados con bates de beisbol entraron al local, cercando a los tres que habían empezado la pelea, separándolos del resto y empezando una lluvia de golpes.

—Hey, por aquí.

Jabu reconoció enseguida al chico al otro lado del ventanal roto, se trataba del representante de Tatsuya Himekawa; Shintarō Natsume, e incitó a los otros a dejar la pelea de lado.

Los cuatro saltaron por el hueco y lo siguieron mientras corrían en dirección opuesta de donde se escuchaban las sirenas de los coches patrulla de la policía.

—¡Que humillante! —se quejó Seiya —¡Huimos como Dócrates!

Shun no pudo evitar el reírse, mirando por detrás a los oficiales tratando de detener la revuelta.

—¿Qué pasará con ellos? ¿Quiénes son? —preguntó.

Dieron vuelta en un callejón y saltaron la valla que dividía las dos secciones, solo hasta entonces se detuvieron.

—Son compañeros de la escuela —respondió Natsume con simpleza, pasándose la mano por el cabello —. Estarán bien, no será la primera vez que estén en la comisaría por un pleito, pero es preferible que ustedes se mantengan limpios.

Jabu levantó el rostro, no podía mirar más allá de la valla que acababan de saltar, pero el barullo era notorio.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó.

—Escuché que un grupo de perdedores resentidos estaban buscando a los novatos de la Fundación Graad, un amigo los encontró y los siguió hasta el restaurante, luego me llamó.

—Bueno, supongo que te debemos una —dijo Seiya.

Natsume se encogió de hombros.

—Según las reglas, no es obligatorio que las compañías contraten a los peleadores que vencen a un representante en una pelea informal, pero les sirve para darse a conocer —explicó Shō.

—Esos tres en particular han retado a todo aquél con el que se encuentran —agregó Natsume —, de milagro siguen vivos, pero si un día se encuentran con alguno de los monstruos del top ten, no la van a contar.

—Hablando de monstruos —interrumpió Jabu —. ¿En qué número pondrías a Takeru Kiozan?

Natsume enarcó una ceja.

—¿Takeru Kiozan? ¿Por qué?

—Porque Shō va contra él en la noche.

—Oh...

Solo fue una respuesta corta que, sin embargo, parecía bastante desesperanzadora por la mirada con la que le acompañó.

Chapter 8: El favorito del diablo

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Natsume miró de reojo las expresiones de los chicos a medida que el combate ceremonial se desarrollaba. Ninguno decía nada, pero lo que realmente llamó su atención, fue la profunda concentración con la que atendían cada movimiento. No era el combate más espectacular que se hubiera visto, y en general el sumo no era violento, solo lo apreciaba una población muy específica incluso en Japón, pese a ser el deporte nacional, y la mayoría de los ciudadanos no podrían explicar los detalles, especialmente el preámbulo y trasfondo ceremonial.

Quizás se debía a la curiosidad por una disciplina con la que no estaban familiarizados, pero algo en su interior le hacía sospechar que se trataba de algo más. Pensó que, de alguna manera, podían sentir lo mismo que él: esa sensación de energía flotando en torno a uno de los participantes, lo que había aprendido a asimilar como “aura”, y aunque no tenía el matiz propio de un demonio, no era en absoluto normal.

Recordó la presencia misma de Saori Kido, todos sus chicos emanaban algo parecido, exactamente cómo pasaba con bebé Beel y ellos mismos: un príncipe y sus caballeros.

Himekawa le había encomendado averiguar algo al respecto. Si bien la prioridad era completar la estructura de poder dentro de la Asociación Kengan para cumplir sus propósitos, no estaba dispuesto a quedar atrapado en una batalla entre nobles del infierno o lo que fuera que fueran.

Por un momento, pensó en una confrontación directa, exponerse a sí mismo liberando su propia energía que, ya había notado, aún con la separación de bebé Beel, podía lograr. Su king's crest no se marcaría, pero sería difícil de ignorar. Sin embargo, por eso mismo, Himekawa le dijo que no, prefería ir con cautela. Él era de los que armaban la estrategia completa antes de dar el primer golpe, mandando a otros por delante.

Dejó escapar un suspiro cuando el vencedor resultó ser el chico que había llamado su atención desde hacía unos meses, cuando se dio a la tarea de buscar al “personal de respaldo”.

Los chicos de Ishiyama formaban un grueso voluntarioso que se bebían los aires de la leyenda del Tōhōshinki, y estaban más que dispuestos a moler a golpes a alguien sin ningún remordimiento. Pero Himekawa no quería una pandilla otra vez, y aunque lo negara, burlándose del concepto, en el fondo Natsume sabía que quería emular a la espada y escudo del expresidente Metsudō Katahara.

Sin duda, Himekawa lo tenía en muy alto concepto si esperaba que pudiera convertirse en un colmillo, aunque cabía la posibilidad de que el título lo estuviera reservando para Oga.

—Está de más decir que Takeru Kiozan está en una categoría completamente diferente —dijo, saliendo de sus pensamientos.

El chico que lo iba a enfrentar sería unos diez centímetros más bajo que él, de complexión delgada, se notaba que había recibido entrenamiento militar desde joven, a juzgar por la postura, algo que lo diferenciaba notablemente del resto de sus compañeros que, pese a tener una actitud propia de alguien fuerte, eran más desgarbados.

—Vi el video de su pelea contra el profesional de lucha —dijo, sin mirarlo.

Natsume se pasó una mano por el pelo, acomodándolo hacia atrás, pero casi enseguida, los mechones volvieron a enmarcar su rostro.

—Si dejo que me alcance... —continuó.

—Estarás muerto —completó Natsume —. La diferencia de altura, peso y experiencia te jugarán en contra con una mínima brecha. Aunque... si ganas esta pelea, como lo hicieron tus compañeros, las cosas podrían ir en dos direcciones: o ganamos el respeto de los demás miembros, o se empecinan más en doblegar a nuestros empleadores. Personalmente, me inclino a creer lo segundo, ya es de por sí ofensivo que gente tan joven esté a cargo de grandes empresas como para que sus representantes tampoco tengan la edad que consideran adecuada.

Shō se puso de pie, su expresión era indescifrable, aunque se dejaba entrever una determinación que Natsume solo había visto en aquellos que realmente pelean a muerte.

Solo restaba la etapa final con sus respectivos rituales, así que se marcharon en silencio para no incomodar a los espectadores que se quedarían.

—194 centímetros —dijo Shun, mirando su teléfono — y 159 kilos.

—Bueno, es menos que Docrates* —se animó a decir Seiya mientras enlazaba las manos en su nuca, sonando tan despreocupado que Natsume no entendía cómo podía tenerle tanta fe, o que le importara tan poco. Él mismo estaría más que preocupado si su oponente fuera cualquiera de los que calificaron para el torneo de aniquilación.

—Yo no pelee contra Docrates —respondió Shō.

—¿No? —preguntó Seiya —. Tenía la impresión de que sí.

Shō movió la cabeza de un lado a otro.

—Nosotros llegamos como apoyo... después.

Natsume se dio cuenta de la forma en la que evitó decir nombres y enarcó una ceja, sin embargo, antes de que Shō se excusara, se apresuró a responder.

—Está bien, todos tenemos nuestras historias, y mientras nuestros jefes no digan lo contrario, sería mejor mantenerlas en privado.

Los chicos asintieron, aliviados de no tener que explicar ese evento, traído a flote gracias a la actitud despreocupada de Seiya, aunque esa pelea era la menos extraña de entre todo lo que habían pasado desde entonces. De cualquier forma, no era como si les fuera a creer.

¿Dioses griegos peleando por el control de la tierra?

El teléfono de Shun empezó a sonar y apenas tomó la llamada, los gritos del hombre al otro lado de la línea hizo que las demás personas de la calle los miraran.

—¡¿Se puede saber en dónde están?!

—El mayordomo de Saori —dijo Seiya a Natsume arrugando la nariz con desagrado.

—¡Estamos listos para salir!

—Tranquilo —gritó Seiya —. Llegaremos por nuestra cuenta.

—¡¿Cuándo?! ¡¿En tres días?! ¡Hay que llegar a Sapporo antes de las once!

Seiya rodó los ojos.

—Si llegamos —insistió.

—¡Tienen quince minutos o se quedan! No es como si yo los quisiera llevar, pero la señorita me ha preguntado.

Shō se detuvo en seco, como reaccionando a lo que el hombre decía y rápidamente sacó su propio teléfono, sin embargo, no tenía llamadas ni mensajes perdidos. Chasqueó la lengua dándose cuenta de lo evidente, y era que Seto Kaiba había asumido que sería responsable de sí mismo.

Se sintió idiota por no haberlo pensado antes y como los chicos no parecían demasiado apurados, salió corriendo, al menos él sí tenía que llegar a tiempo.

—¿Irás tú también? —preguntó Jabu.

Natsume asintió, claramente era la mejor manera de descubrir el tipo de habilidades que realmente poseían.

—Pero yo voy con Himekawa.

—Bueno, entonces nos vemos más tarde.

Seiya chocó muy suavemente el puño en su hombro, como un gesto amistoso bastante desenfadado, algo que solo reafirmó para Natsume que a ese chico muy pocas cosas en la vida debían de preocuparle, y eso solo significaba que, o era un idiota, o estaba completamente seguro de que podía con lo que fuera. Y a juzgar por la forma en la que los otros parecían inclinarse a seguirlo, seguramente era lo segundo.

Pronto solo los vio desaparecer por la calle, así que se puso en contacto con Himekawa.

—¿Averiguaste algo? —preguntó Himekawa sin siquiera saludar.

—Parece que han pasado por su propia historia de enfrentamientos.

—¿Demonios?

—No lo sé, pero al menos uno medía más de dos metros.

—Eso no significa nada.

—Veré qué pasa en la pelea de más tarde.

—Ah, sí, sobre eso, creo que irás solo con Hasui, es que Ushio se empeñó en que fuera a cenar con su abuelo. Mándame tu ubicación para que pase a recogerte.

Natsume sonrió con incomodidad, imaginaba perfectamente el helicóptero bajando a mitad de la calle, obstruyendo el flujo vehicular y levantando la ropa de los transeúntes.

Eso era demasiado extravagante para un hombre sencillo como él. De cualquier forma, Himekawa cortó, aunque escuchó al fondo a Ushio preguntando con quién hablaba.

Dejó escapar un suspiro. Himekawa decía que no la odiaba por mentirle, y le daba igual si era hombre o mujer, pero él francamente la prefería como el hombre sádico y manipulador que conocieron, que la mujer celosa en que se había convertido. Aun cuando él no era el objeto de su afecto.

Se encontró con Hasui en el helipuerto de un restaurante. Viajar en un transporte privado de ese tipo no era su primera opción, pero al menos el mayordomo había aceptado recogerlo en un sitio discreto.

—¿Y no te remuerde la conciencia dejar a tu jefe abandonado a su suerte? —le preguntó luego de ponerse los auriculares.

—La señorita Kugayama protegerá al señor Tatsuya con la fiereza de una leona. Está seguro con ella.

Natsume rio por lo bajo. De eso no tenía duda alguna. Aunque en realidad, él se inclinaba más a pensar que ese asunto de la cena se debía a que estaba celosa de Saori y todo ese asunto de la cena con su abuelo era solo una excusa para que no la viera. Desde la reunión con todos los miembros del grupo que había reclutado Himekawa, no pudo evitar notar la incomodidad que le había causado la forma en la que su prometido se comportaba con la heredera de la familia Kido, que era por mucho, más cuidadoso de lo que seguramente nunca había sido con Ushio.

—¿Y quién lo va a proteger de ella?

Hasui apenas curvó los labios. Era un mayordomo demasiado estricto respecto al protocolo pese a su edad y el peculiar ritmo de vida de su jefe.

—Señor Natsume —dijo Hasui al cabo de un rato en que se quedaron en silencio —. El señor Kanzaki accedió a la petición del señor Tatsuya. Solo resta concertar la cita con el maestro Nakano. ¿Cuándo podría ser?

Natsume levantó la mirada del teléfono que había estado revisando. Su rostro se mantuvo sereno como siempre, y Hasui se permitió mirarlo un momento antes de volver su atención al pilotaje.

De entre todos los amigos de su señor, él siempre le había causado más inquietud, precisamente por esa naturaleza tan imperturbable y una inteligencia que solo era equiparable a su fuerza. Incluso la crueldad fría con la que manejaba a sus enemigos era digna de temer. Aun así, siempre mantenía un perfil bajo, acatando sin oposición el liderazgo del joven Kanzaki, Oga y ahora de su jefe.

¿Sería una condicionante de haber nacido en una familia humilde? ¿Aceptar el recibir órdenes?

No. Conocía bastantes hombres en esas condiciones y resultaban ser más bien ambiciosos.

De cualquier forma, si hubiera nacido en una familia más acomodada, Shintarō Natsume sin duda sería uno de los hombres más poderosos de Japón. Quizás en igualdad de condiciones al actual grupo que estaban formando.

—¿Cuándo sería lo más pronto? —preguntó Natsume.

—No sé si lo dijo en broma o no, pero me comentaba que, si tanto era su deseo, podía empezar hoy mismo.

—¿Puedes hacer los arreglos para después de la pelea? ¿Himekawa ya lo sabe?

 Hasui asintió.

—Me comentó que, si se quiere echar para atrás, es el último momento.

Natsume profirió una risa baja, carente de toda emoción, mientras su mirada se perdía en un punto indefinido de la ciudad debajo de él.

—Si me echara para atrás —dijo quedamente —, jamás podría levantar la cara de nuevo.

El tono de su voz se había vuelto tan profunda y determinada, que a Hasui se le figuró a la forma en la que hablaba el difunto Tatsuemon Himekawa.

Si hubiera tenido más tiempo para conocerlo, sin duda el venerable jefe de familia lo habría acogido como a un hijo, satisfecho de su subordinación incondicional a su nieto.

Pensó en sí mismo. Aunque, por ser empleado directamente de su joven amo, estarían en condiciones de iguales, francamente no había manera de que lo tratara de esa manera, entre Natsume y su señor Tatsuya, había algo más cercano que se había acentuado con los años, especialmente desde que quedaron alineados bajo el escudo del príncipe infernal Beelzebub IV.

—Apenas aterricemos haré la llamada —dijo.

El punto de encuentro para la pelea era, extrañamente, un gimnasio de alta gama. Fueron recibidos por una joven vestida únicamente con un leotardo platinado, como de las modelos que anunciaban el número de asalto en algunas peleas de boxeo, que los condujo hasta el espacio destinado.

Todo el equipo se había dispuesto a la orilla del amplio espacio. A nivel de piso, se habían colocado algunos muebles tipo lounge, como si se tratase de bar elegante. Enseguida, Seiya empezó a llamar su atención, y su voz, aunque no gritaba, destacó demasiado.

Claramente su joven guía tenía la indicación de llevarlos con ese grupo, en el que también estaba Seto Kaiba, de pie, con los brazos cruzados y claramente molesto.

—Señorita Kido —saludó Natsume inclinándose levemente —. No creí verla por aquí, dado que no es precisamente aficionada.

Saori correspondió el saludo.

—No puedo dejar solo a Shō, soy responsable por él.

—Himekawa tuvo un compromiso familiar, así que supongo que Hasui y yo venimos algo así como en su representación.

La mirada de la joven reparó entonces en el hombre que le acompañaba, vestido con toda elegancia.

Saori estaba sentada en uno de los pequeños sofás, como una princesa en su trono, con el vestido blanco cubriendo grácilmente el asiento, dejando al descubierto solo sus pies, enlazados por los tobillos como solían hacer las mujeres mayores de clase alta. Natsume francamente no entendía como alguien tan pequeña, y claramente tímida podía tener una presencia tan apabullante. La única respuesta evidente sería que tuviera un contrato con algún demonio.

Miró detrás de ella, a la derecha, el hombre que había presentado como su guardián, y a la izquierda, el mayordomo calvo. Ninguno de ellos le daba la misma impresión, de hecho, sus presencias eran más sutiles.

¿Y si ella era el demonio?

Seiya, Jabu y Shun estaban amontonados en el otro sillón hablando sobre algo que claramente les parecía divertido, mientras que Seto Kaiba solo resoplaba cada tanto, como si con eso apresurara el reloj.

Hasui acercó una silla y Natsume, que no esperaba eso, se sintió súbitamente incómodo de que le tratara como si fuera su jefe.

—¿Desea algo de beber? —preguntó la joven del leotardo.

—Ah... agua mineral, por favor.

—Enseguida.

—Esto es poco usual —comentó Natsume.

—¿Sí? —preguntó Saori que, literalmente, era su tercera reunión para un combate Kengan.

—Bastante. La norma son lugares más improvisados y discretos.

—Los lugares se eligen por sorteo, al igual que los árbitros —dijo Hasui, detrás de Natsume —. Aunque cada miembro puede hacer sugerencias, según les convenga por localización o cualquier otra cosa, la Asociación enviará una comisión a revisar si es adecuado. De ser así, entra en la lista y cuando se pacta un combate, se hace el sorteo, de ese modo, un peleador rara vez está en una zona de confort.

Kaiba enarcó una ceja, eso explicaba por qué volaron a Sapporo cuando la fábrica de ensamblaje en cuestión estaba en zona industrial de Keihin.

Saori, por su parte, se giró hacia Tatsumi.

—¿Nosotros tenemos algún sitio?

Tatsumi abrió la boca, pero enseguida la cerró.

—Yo... no lo sé.

—Lo normal sería que sí —dijo de nuevo Hasui —. Al momento de solicitar una membresía, hay algunos protocolos, como entregar un balance general de la compañía, y algunos otros documentos para garantizar la legitimidad y capacidad financiera, el registro del representante y sus suplentes y la sugerencia de arena.

—Parece que está muy familiarizado con esto —señaló Saori —¿Asistía también al predecesor de Himekawa?

—En absoluto, yo he servido únicamente al señor Tatsuya Himekawa —respondió Hasui inclinándose levemente, como si agradeciera algún cumplido—. Que heredara el liderazgo de la compañía era inevitable desde su nacimiento, así que fui adiestrado personalmente por el mayordomo del señor Tatsuemon Himekawa. Solía decir que, facilitar cualquier necesidad que un amo pueda requerir, es el deber de cualquier mayordomo eficiente.

—Pues eres demasiado insolente—se quejó Tatsumi —. No recuerdo que alguien haya invitado a un sirviente a la conversación que tenía la señorita.

Saori giró la vista, dedicándole una mirada severa.

—El señor Hasui no tiene que responder a mi como un sirviente, no está a mi servicio. De cualquier forma, si tienes tiempo para criticar la conducta y trabajo de otras personas, bien podrías aprovechar para corregir las tuyas. Si mal no recuerdo, te pedí que averiguaras todo lo que necesitáramos saber respecto a este asunto de la Asociación.

—Señorita... yo...

Saori volvió el rostro hacia Hasui, claramente ignorando la objeción de Tatsumi.

—Gracias por la información.

El joven mayordomo volvió a inclinarse.

—El señor Himekawa me ha pedido que me ponga a sus órdenes también, si su personal afrontaba alguna dificultad.

Pese a que el ambiente tenía el ruido normal de varias personas en sus propias conversaciones, Natsume juró que escuchó al mayordomo calvo de Saori rechinar los dientes.

El público rompió el incómodo momento al ver aparecer al árbitro. Seto Kaiba finalmente se dejó caer en el asiento junto a Saori, y esta rápidamente giró la vista a Tatsumi antes de que empezara un escándalo.

La parte alta del gimnasio tenía un tipo de nivel abierto a modo de pista para atletismo, pero en ese momento se aprovechaba para acomodar a empleados de bajo rango de otras compañías.

Natsume aprovechó el barullo para hacer una seña a Hasui que inmediatamente se inclinó para compensar que estaba sentado.

—¿Qué acaba de pasar? —le preguntó —. No sueles ser tan insidioso.

El joven mayordomo sonrió, aunque el gesto era frio, casi cruel.

—Ese hombre insultó al señor Himekawa —dijo. Natsume cerró los ojos, recordando la forma en la que habían sido recibidos por él la primera vez en la mansión Kido, entre gritos y reclamos.

—¿Sabe que estás buscando pelea?

—No estoy buscando pelea — repuso —. Me ha indicado que debo demostrar que es la persona más adecuada para dirigir al equipo. Dejó a mi discreción la forma en la que debía hacerlo.

Fue turno de Natsume para sonreír.

Eso sonaba completamente a algo que Himekawa haría: dar a notar su presencia, aunque no estuviera físicamente.

La joven del leotardo plateado volvió con el agua de Natsume, y ambos volvieron su atención al centro de la habitación, los peleadores tomaban sus posiciones por indicación del árbitro, que repetía las muy elementales reglas y revisaba que no estuvieran armados.

Frente a frente, la diferencia de tamaños era más escandalosa aún:

Shō medía 174 cm, pesaba 65 kg, y tenía 18 años, ninguna pelea de antecedente y en general parecía bastante delicado.

Takeru Kiozan, aunque era mayor apenas por dos años y estaba solo sobre los 194 cm, pesaba 159 kg, haciendo parecer al otro ridículamente pequeño.

El luchador de sumo se ofendió cuando el árbitro lo cacheó, sin embargo, además de un gruñido no dijo ni hizo nada más.

Hasta hacía un muy breve tiempo, las expectativas del combate serían evidentes, no solo por el tamaño, que ya sería un factor determinante, sino por la popularidad del peleador más grande. Sin embargo, con un par de peleas, lo que se podía esperar de los peleadores de la Fundación Graad, provocaba en ese momento una incertidumbre extraña.

Seto Kaiba tronó sus nudillos.

—Solo quiero recordarte —dijo sin mirar a Saori, aunque era claro que se refería a ella —, que tú pusiste a ese chico ahí.

Saori solo asintió una vez.

—Shō es capaz —respondió exactamente al tiempo en que el réferi marcaba el inicio, desatando con ello, los gritos de los espectadores.

Takeru Kiozan tomó posición, en el momento en que su oponente fuera por él sería recibido por un movimiento que muy seguramente lo mandaría hasta el otro lado del gimnasio, con algo de suerte un par de personas que amortiguaran la caída, aunque lo más probable era que se quitaran.

Shō movió los hombros, no tenía más remedio que atacar. Se arrodilló, mirando detenidamente los tres puntos que tenía que alcanzar. No podía creer que tuviera tanta suerte como para que la sede fuese enteramente a su favor, así que tenía que aprovechar cada centímetro.

El público estaba inquieto, alguno se quejó de que no se lanzaran uno contra el otro, sin embargo, tal como era inevitable, el representante de Kaiba Corp hizo el primer movimiento.

El joven salió disparado hacia el frente, Natsume abrió los ojos con sorpresa por la velocidad que había alcanzado, a la vez que se horrorizaba ante la idea de ir directo hacia una mole inamovible como lo era el luchador de sumo, quien, con la misma velocidad que una trampa de resorte, movió el brazo derecho al frente con toda la intención de atrapar la cabeza del muchacho y muy seguramente aplastarla contra el suelo. Sin embargo, de manera casi imposible, Shō dio un salto perpendicular justo antes de que el Takeru lo alcanzara, usando ese mismo brazo de apoyo, y con ambas piernas, le impactó de lleno la cara.

El público se puso eufórico apenas se notó que el luchador había roto su posición para mantener el equilibrio. Sin embargo, no pudo derribarlo, y así como lo había alcanzado, el chico se retiró, repitiendo mentalmente lo mismo que ya había concluido por la tarde: si dejaba que lo alcanzara, estaba muerto.

Con unos cuatro metros al medio de ambos, se limitó a escuchar las maldiciones que le profería.

—No creo que tenga otra oportunidad —dijo Jabu —. Ahora que ese tipo sabe la clase de pelador que es, todo se resume a que consiga atraparlo al vuelo.

Seiya gruñó, se puso de pie con los puños en alto y gritó:

—¡Vamos Shō! ¡Tú puedes!

No obstante, el chico ni siquiera lo miró. No había apartado la vista de su oponente, y fue lo mejor, pese a su tamaño, se lanzó al ataque a una velocidad tan ridícula que apenas tuvo tiempo de apartarse.

—¡Maldita pulga! —exclamó Takeru buscando de nuevo aplastarlo.

No era la intención de Shō parecerlo, pero lo cierto era que tenía tan poco tiempo entre un golpe y otro que solo podía aprovechar el mínimo punto de contacto para saltar y apartarse.

“Si me toca, me mata”, se repetía.

—Hay mucha ira en él —dijo Shun, mirando con desaprobación al oponente de su compañero —. Tal vez eso sea una ventaja, si no se concentra, Shō puede encontrar una brecha y volver a atacar.

Kaiba solo miraba fijamente el encuentro. A esas alturas le era imposible negar que se trataba del mejor representante que había tenido la corporación, incluso bajo el mando de Gozaburo, sin embargo, se sentía increíblemente tenso a medida que el enfrentamiento se prolongaba y no podía definir quién sería el ganador.

No sabía absolutamente nada de peleas, por mucho que él mismo fuera capaz de cuidarse solo y hasta librarse de algunos idiotas supuestamente entrenados, por lo que no estaba seguro de qué planeaba hacer Shō, porque un combate cuerpo a cuerpo era ridículo. Quizás en un cómic o alguna de las series animadas que le gustaban a Mokuba, pero no en la vida real.

De pronto, sintió el impulso de levantarse: Takeru Kiozan había alcanzado el tobillo del chico, y tal como todos sabían que sucedería, lo arrojó como si fuera un muñeco con tal furia que parecía que podría atravesar el techo.

Sus compañeros también se levantaron, como si pretendieran atraparlo, no obstante, Shō alcanzó a sostenerse de una barra de metal que, por diseño, era para algunos accesorios del gimnasio, dio un par de giros más propios de la gimnasia y consiguió apoyarse en lo alto.

En su respiración denotaba el esfuerzo que había estado haciendo, y se pasó la manga del traje para limpiarse el sudor que bajaba por su mentón.

—¿Vas a escaparte, marica de mierda? —preguntó Takeru con burla.

Shō no respondió, de hecho, ni siquiera reaccionó. Solo se puso de pie sobre la barra, mirando a su oponente debajo.

De la misma manera en que Kaiba se había sorprendido cuando lo alcanzaron, tuvo un momento de comprensión en que entendió perfectamente lo que pasaba por la mente del chico.

—Ocho metros —susurró.

—¿Qué? —preguntó Seiya, que estaba más cerca.

—Hay ocho metros entre el suelo y ese soporte. Es una locura...

—¿Por qué?  —repitió Seiya.

—Ah, ya veo —dijo Natsume —. Tengo que confesar que lo subestimé, pero en sus circunstancias, es lo único que puede hacer.

—¿Qué va a hacer? —insistió Seiya.

—Dejará de ser un tucán —respondió Jabu —, para ser un halcón.

Antes de que Seiya pudiera volver a preguntar de qué diablos hablaban, la sorpresa se apoderó de la audiencia cuando Shō saltó para ganar más altura, hizo un par de giros y se dejó caer sobre su oponente. Takeru, con tiempo suficiente para reaccionar, levantó las manos para atraparlo antes de que golpeara su cabeza, que era claramente su intención, atrapando la pierna derecha que llevaba por delante. Sin embargo, el chico volvió a moverse, antes de perder aceleración, con la pierna que había dejado libre pateó, pero no en la cara, sino en el cuello y a diferencia de su intento anterior, sí consiguió hacerle perder el equilibrio.

El golpe de los 159 kg de Takeru en el piso fue abrumador, como si pudieran romperlo y caer al piso inferior.

Luego, solo hubo silencio.

El árbitro se acercó, arrodillándose junto al luchador de sumo.

—¡Está fuera de combate! ¡Shō Asamori es el ganador!

Kaiba respiró, casi jadeando, tras haber mantenido la respiración por quién sabe cuánto tiempo y caminó hacia el centro.

Seiya se adelantó al darse cuenta de que su compañero no se levantaba, y tomándolo por debajo de los hombros lo ayudó. Shō se quejó, el único ruido que había emitido desde que empezara la pelea fue ese y Shun lo revisó enseguida.

—Es la rodilla —dijo —, el peso de este tipo te cayó encima.

—No me soltó la pierna.

—Este cabrón estaba decidido a rompértela.

Kaiba solo arregló las formalidades de palabra con el CEO de la compañía rival y volvió la atención a su representante.

—Vámonos —le dijo —, tienen que revisarte eso.

Shō se sorprendió. Como se había desentendido de él en la tarde, pensó que sería Saori quien se haría cargo de todo. Sin embargo, supuso que ese cambio era algo bueno, y apoyándose en Seiya, fue detrás de él.

—Disculpe —dijo Hasui a Natsume —, el maestro Nakano dice que tendrá listo el estudio en cuarenta minutos.

Natsume asintió, se puso de pie despidiéndose de Saori y su mayordomo, que eran los que quedaban aún en la pequeña sala y fue de regreso con Hasui al helicóptero.

El estudio del maestro Nakano estaba más cerca de ese lugar que de Tokio, así que llegaron en poco tiempo. El hombre tenía 85 años, vestía un traje tradicional y podría parecer uno de tantos ancianos que se reunían en el parque a jugar shōji con otros veteranos, salvo porque no lo era. Al menos no en la misma forma en que lo eran los demás.

Atendiendo a sus indicaciones, Natsume se arrodilló y se quitó la playera. El hombre pasó los dedos por sus brazos, la espalda, el torso, apenas tocándolo con la punta de los dedos. El chico sintió el tacto frio y tuvo el impulso de apartarse, aunque logró controlarse.

—He informado al señor Kanzaki —dijo el hombre —, que este será mi último trabajo.

A diferencia de su recibimiento, era palpable el cansancio en su voz, incluso un dejo de tristeza.

—Por eso quisiera plasmar un deseo.

—Yo no tengo ninguna preferencia personal, así que puede hacer lo que quiera —respondió Natsume —. Salvo por esto —continuó, levantando el puño derecho, en donde se había marcado su King's Crest, aunque en ese momento no era visible.

El viejo asintió y le pidió que se recostara boca abajo.

Siguió delineando algunas formas imaginarias en su espalda, blanca y pálida. Era demasiado suave, y al hombre se le figuró como la de una mujer, aunque aún en sus formas delgadas, podía sentir la tonificación de un chico fuerte.

—Eres un joven bendecido.

Le escuchó susurrar, no pudiendo evitar reír por lo bajo, aunque acabó ocultando la cabeza contra el piso, llevándose las manos al pelo, justo antes de que esa risa se convirtiera en un quejido a medida que el hombre empezaba su trabajo, insertando las agujas.

—El camino que han elegido, es doloroso, quizás imposible. Un trabajo completo toma al menos un par de años.

—No tenemos tanto tiempo —respondió Natsume —. Esta noche, seguiremos hasta que uno de los dos no pueda más.

Hasui permaneció impávido a medida que el proceso avanzaba. Natsume solo emitía de vez en cuando algún quejido tan bajo que más parecía un jadeo, o un suspiro, pero no se movió ni una sola vez.

El maestro Nakano, por su parte, tampoco flaqueó, mantuvo la espalda recta y los ojos fijos en su trabajo.

—Creo que es todo por hoy —anunció para cuando el sol entraba por la ventana, permitiéndose, solo hasta entonces, quitarse las gafas para frotar sus ojos.

Hasui se acercó, notando que se refería a que Natsume se había desmayado. Con sumo cuidado, el hombre limpió la espalda, que entre sangre y tinta revelaba una forma.

—¿Un demonio? —preguntó con curiosidad.

Himekawa únicamente le había explicado que el propósito de eso no era la forma, por lo que no tenían ningún diseño en mente, sino únicamente su significado general; el fondo.

El fondo siempre lo era todo.

—Es un joven bendecido —repitió el hombre —. En una sola noche ha soportado el dolor que otros apenas toleran en semanas... pero, esta clase de bendiciones, normalmente vienen del diablo.

Hasui sonrió. Bien decían que los mayores deberían ser respetados por su sabiduría.

—Lo traeré después. Descanse, maestro.

Con cuidado, levantó el cuerpo inerte del chico y lo llevó cargando hasta el helicóptero, en dónde llamó a su jefe.

¿Todo bien? —preguntó Himekawa.

—De alguna manera impresionó al maestro.

¿Crees que esté a tiempo?

—El señor Natsume es fuerte, lo importante es seguir acomodando los desafíos para que los otros y no él tengan que pelear, porque no sé cómo le iría.

Himekawa al otro lado de la línea dejó escapar un suspiro.

—¿Cómo está?

—Inconsciente.

—El viejo es un sádico. Dice que es tradición no usar anestesia, pero Kanzaki creía que en realidad lo disfrutaba.

Hubo un momento de silencio que Hasui respetó.

—Tráelo a casa.

—Como ordene, señor.

Notes:

*Si tienen duda, según fuentes oficiales, Docrates mide 435 cm (por eso podía tomar a Saori como muñeca, que la pobre apenas llega al 155)

¿Shō realmente podría tirar a Takeru Kiozan?

Pues, aguantó un rato contra la tropa de plata, y sí es relleno, pero Takeru seguro aún anda mal, física y mentalmente, después de la paliza que le dio Sekibayashi. Recuerden que no ha pasado tanto tiempo desde el torneo de aniquilación.

¡Gracias por leer!

Chapter 9: El amante celoso

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Desde su lugar en la cama, Rei vio la indecisión de Rino mientras una de las chicas del servicio le mostraba dos vestidos. Llevaba un juego de lencería blanco, bastante más conservador que lo que usaba usualmente, pero en su cuerpo, se elevaba a otros niveles de sensualidad.

—¿Vamos a salir? —preguntó, estirando los brazos.

Rino se giró levemente, y aunque fue solo un instante, vio en sus ojos una duda, y ese pequeño atisbo fue suficiente para que todo su cuerpo se tensara.

—La señorita Kido me invitó a almorzar.

Se incorporó hasta quedar sentado, la inflexión de su voz carecía de su tono coqueto, incluso su sonrisa usual no alcanzó a dibujarse por completo, encendiendo todas sus alarmas.

—No es realmente formal, pero tampoco es cualquier cosa... es solo... —claramente estaba nerviosa, pero como si ella misma se percatara de su actitud inusual, sacudió la cabeza y tomó el vestido rosa pálido —. Busca el juego de turmalina rosa, creo que se verá lindo —le dijo a la chica —, y por favor, avisa que quiero revisar el regalo que vamos a llevar.

—¿Regalo? —preguntó Rei, animándose a levantarse ya que la chica del servicio había salido.

No se sentía particularmente cohibido al estar sin ropa, pero sabía que eso incomodaba a las demás mujeres de la casa, así que trataba de comportarse cuando había alguien más en la habitación. Caminó hacia ella, poniendo las manos sobre las suyas para ayudarla a cerrar los botones a la espalda del vestido.

Le pareció extraña la elección. Era un vestido largo y de falda holgada, le daba la impresión de ser más una túnica que algo salido de su armario.

—Sí. No ha tenido buenas experiencias con… gente poderosa. Quiero que sepa que no soy su enemiga.

Rino entrecerró los ojos y dejó escapar un suspiro quedo cuando Rei se acercó por detrás y la besó en el cuello mientras la rodeaba con sus brazos.

—No te habías tomado esa molestia con nadie antes.

—Saori es diferente.

Rei ladeo el rostro. No entendía sus razones, y quería preguntar, pero la sentía demasiado distante, así que decidió no presionar.

—Voy a cambiarme.

Rino se giró, sin deshacer el abrazo para quedar de frente, acariciando su pecho, sin mirarlo a la cara.

—Pantalón de vestir y camisa, pero sin saco —le dijo como veredicto —. Te veo abajo. Tómate tu tiempo, es temprano.

Tomándole la palabra se dio un baño y se afeitó, nunca se lo había dicho explícitamente, pero se había dado cuenta que no le gustaba que se dejara la barba. No iba a pelear, así que también se puso el reloj y un brazalete de cuero con detalles de titanio que le había regalado Rino.

Antes de conocerla, no usaba nada de eso, le parecía un despropósito, aunque en ese entonces vivía solo para cumplir sus contratos de asesinato, naturalmente hasta podrían estorbar, pero en honor a la verdad, encontraba cierto gusto en las cosas que le hacían sentir un tipo normal.

Bajó los escalones de dos en dos, pero se detuvo en seco cuando una procesión de ayudantes pasó por enfrente.

“¿Eso es el regalo?”, preguntó.

Cada uno llevaba una caja o bolsa de diferentes tiendas, todas de las marcas de lujo que ya había aprendido a reconocer.

—Sean muy cuidadosos por favor —les decía. Uno de los chicos chocó con otro, no fue realmente aparatoso, pero Rei no pudo evitar pensar que realmente estaba tensa.

Al cabo de un rato, un pequeño camión de mudanza estaba completamente cargado y asegurado. La labor había tomado cierto tiempo por estar en el penthouse, y pese a contar con un ascensor privado, no tenía el espacio suficiente como para bajar todo en un solo viaje.

Tras inspeccionar que las cosas estuvieran en orden, la mujer se giró a toda la comitiva reunida, les agradeció por su trabajo y les dio el día libre.

—Querido Rei —dijo después, yendo hacia él —, perdona que te lo pida, pero necesito un favor.

—Cualquier cosa que desees—respondió inmediatamente, sin titubear.

Ella le dio las lleves del camión.

—¿Puedes conducirlo tú?

Él no preguntó, solo las tomó y se subió en la cabina, mientras que ella se subía al Bugatti Veyron que acababan de dejar en la entrada de la casa.

Sabía que conducía desde los quince, tenía licencia vigente y todo, pero siempre preferiría ir con chófer porque odiaba buscar un espacio de estacionamiento, de esa manera, ella llegaba donde quería ir, pero aparcar era problema de alguien más.

El motor del auto rosado rugió, así que él también encendió el camión.

—Espero que no crea que esto puede ir a más de 180 —dijo al aire.

El camino fue tranquilo, aunque si ya desde antes percibía algo extraño, esa sensación no hacía más que acrecentarse a medida que se alejaban de la ciudad. Sabía que la mansión Kido estaba a las afueras, pero nunca había ido. La anterior vez que Rino se reunió con la chica, fue sola, él estaba entrenando y se enteró por la tarde cuando le dijo que la había convencido de prestar uno de sus peleadores a Seto Kaiba para que este se uniera también al grupo de Himekawa.

La relación entre ambas le pareció extraña. Adoraba a Rino, y sabía que, como a muchas mujeres, no le gustaban las referencias a su edad, pero sabía que entre las dos había una brecha de doce años, eso era mucho como para coincidir en cualquier círculo social; no pudieron ser compañeras de estudios, no estaban relacionadas por familia, la niña ni siquiera tenía edad como para ser socia en ninguno de los clubs de Gold Pleasure Group y, sin embargo, Rino parecía muy determinada a ganarse su simpatía sin recurrir a su seducción, como hacía con otras personas.

Pronto tomaron una desviación en la carretera y llegaron hasta una reja ornamental que se abrió poco antes de que el Bugatti llegara, permitiéndole la entrada sin tener que parar.

La amplitud de lo que la casa Kido denominaba “jardín” hacía palidecer las grandes casas que había conocido, así que tomó un rato más antes de que siquiera pudieran ver la construcción.

Al llegar, la sensación que había tenido desde la mañana escaló a un nuevo nivel. Los esperaban una veintena de hombres, lo que no sería extraño si no fuera por su ropa: llevaban un tipo de enterizo de diferentes colores, pero la noción de uniformidad recaía en algunos protectores que parecían de cuero; rodillas, hombros, unos brazales, cinturón ancho y un peto asimétrico cubriendo el corazón, además de un tipo de zapato con lazos que emulaban las sandalias romanas.

Un hombre calvo con traje de gala se acercó a él.

—Ellos llevarán las cosas —le dijo sin cuando menos saludar.

Se limitó a lanzarle las llaves, él iba a ir con Rino.

Ella aún no se bajaba del auto, la vio retocándose el labial con ayuda del retrovisor y le pareció encantador.

—Ayúdame con esto —le dijo, bajando junto con su cartera de mano y el teléfono un paquete de terciopelo. Rei la extendió y no pudo evitar enarcar una ceja al ver que se trataba de una cinturilla, un tipo de corsé que dejaba los senos libres. Tenía lencería con ese tipo de pieza, pero esta era completamente de oro.

—Creo que eres demasiado hermosa como para necesitar ser extravagante también —se animó a decir. Ya los pendientes y el collar que había elegido le habían parecido demasiado, y bastante extraño, ella era discreta respecto a joyería. Rino solo se rio.

—Es una formalidad.

Levantó los brazos y haciendo lo que le dijo, cerró la pieza con cuidado de que no se atorara con el vestido. Se ajustaba tan bien a su cuerpo, que no se resistió a recorrer la curva hasta sus caderas.

—Vamos.

El mayordomo, que ya había coordinado el descargue del pequeño camión y fue a su encuentro.

—La anunciaré — dijo, haciendo una reverencia para enseguida conducirlos a la casa.

Rino recogió grácilmente el largo del vestido para subir los escalones, y Rei no pudo sino maravillarse de cómo hacía que un acto tan simple se viera tan hermoso.

Llegaron al otro lado de la casa, frente a un amplio ventanal, donde se detuvieron. El mayordomo entonces abrió de par en par, y aunque toda la estancia estaba bien iluminada, le pareció como si un destello acabara de llevarse cualquier otro sonido en todo el mundo, salvo el de su corazón.

“¿Qué está pasando?”, se preguntó al tiempo en que Rino daba el primer paso.

Tardó un poco en reaccionar, y para cuando la alcanzó, simplemente se percató de que absolutamente nada de lo que estaba ocurriendo era normal.

Había un camino de losetas de piedra que conducía desde ese punto hasta un pabellón más adelante adornado con flores y enredaderas en donde esperaba Saori Kido, vestida de blanco y… la misma cinturilla. Llevaba también un tocado en el pelo igualmente de oro y un báculo dorado, más alto que ella misma.

Pero lo más extraño dejó de ser la elección de ropa y joyería de las mujeres, cuando se percató de que había más personas que flanqueaban el camino y todas llevaban un tipo de armadura que nunca había visto; doce doradas, seis de cada lado y detrás de ellos, se repartían otros grupos con tonalidades diferentes en los metales, había mujeres también, pero ellas llevaban, además, una máscara en sus rostros.

Rino avanzaba con naturalidad, como si eso fuera lo más normal del mundo, y cuando pasó frente a los hombres de la armadura, inclinaron la rodilla derecha.

Rei entreabrió los labios, completamente paralizado. Claramente todas esas personas estaban mostrando sus respetos, pero la presión en el ambiente era tan poderosa, que lo había sobrecogido como nada antes.

Tenía que moverse, sabía que no se podía quedar ahí parado indefinidamente, solo que simplemente no podía moverse, ni siquiera estaba seguro de que seguía respirando.

—Has lo que haces cuando usas tu relámpago —susurró alguien a su espalda.

Conectando las ideas y consiguiendo recuperar un poco del control de sí mismo, recordó el día en que su abuelo le reconoció como heredero del estilo Raishin; desde su respiración hasta la forma en la que podía ser consiente de cada poro de su piel uniéndose al entorno en un todo. Así, pudo liberarse, volver a respirar.

—¿Mejor?

Rei se giró, se trataba del niño que representaba a Kido Inc.

—¿Qué mierda está pasando? —preguntó con voz grave. El chico lo miró unos instantes, pero solo se encogió de hombros.

—Si ella no te lo dijo, creo que no tengo derecho a hacerlo yo.

Rei frunció el ceño, y volvió su atención al grupo en el jardín. En el pabellón ya no estaban solo las dos chicas, sino que se había unido un hombre de ropajes oscuros y los tres sostenían una conversación. No había una mesa de por medio, ni tampoco distinguía ninguna clase de documento, solo permanecían en sus asientos, más parecidos a pequeños tronos que sillas. Los demás aún permanecían arrodillados y en silencio.

La necesidad de pasar sobre ellos y reclamar su sitio con Rino crecía a cada instante, sin embargo, también reconocía que, pese a no entender, lo que estaba sucediendo era muy importante para ella, así que debía esperar. Solo que al mismo tiempo le sabía mal que no hubiese querido compartir la naturaleza de la reunión.

Recordó su actitud de la mañana, y pensó seriamente que en su plan original ni siquiera iba a traerlo.

—Tu nombre es Jabu, ¿cierto?

El chico asintió.

—¿Por qué no estás con tus amigos?

Jabu se sorprendió de que hubiese reconocido a Seiya y los otros con la armadura junto a los demás. Al mismo tiempo, cayó en cuenta de que la respuesta podía sacarle información.

—Lo que está sucediendo allá —le dijo —, no tiene nada que ver con nosotros dos.

Rei sonrió de medio lado, se había percatado. Comprendiendo que no le iba a sacar nada, se limitó a esperar, dándose cuenta de que no solo estaban los pequeños que solían ir a las peleas, sino que, entre los que portaban la armadura dorada, estaba el que fungía como guardaespaldas personal de la heredera Kido, de ahí en más, ningún rostro le era familiar.

No se animó a pasar por entre las personas en armadura, así que fue por el costado, rodeándolos para quedar cerca del pabellón, de modo que, si Rino lo necesitaba, se redujera el tiempo de reacción, si bien ninguno de los presentes daba señales de hostilidad.

Al cabo de un rato Saori extendió sus manos, enlazándolas con las de Rino, pero no como solía hacerse para cerrar un trato, sino algo más personal, y ambas parecían contentas con el resultado. De este modo, los sirvientes que debían descargar el camión llegaron por fin, formaron una procesión y entregaron los regalos en el pabellón, uno a uno abrieron cajas y bolsas; un reloj de pulsera con detalles en oro y piedras preciosas, la edición especial de un perfume exclusivo, un par de bolsos que ni siquiera habían salido al mercado, un abrigo largo, al menos seis vestidos, cada uno de un diseñador diferente , aunque eso solo lo supo por el empaque, algunas cajas de zapatos,  también había collares, brazaletes, y pasaron a una pequeña colección de arte, entre pinturas y algunas esculturas de tamaño moderado, libros nuevos y antiguos, incluso vio un jarrón en el que bien se podría meter sin problema a un niño.

No obstante, lo que verdaderamente llamó la atención de todos, incluidos los hombres que estaban arrodillados, fueron tres esculturas de metal que emulaban a tres mujeres en distintas posiciones. Hasta el momento, Saori solo había hecho leves asentimientos a cada regalo a modo de agradecimiento, pero con esas tres, se puso de pie, mirando consternada a Rino, que simplemente sonrió. Le dijo algo que no pudo entender, no lo había dicho en japonés, pero por sus ademanes confirmaba que, en primer lugar, realmente era algo valioso, y en segundo, se lo entregaba como gesto de buena voluntad.

Hablaron un poco más, y el sentimiento extraño que envolvía a Rei desde temprano se materializó de una forma que no esperaba; uno de los hombres que estaba aún de rodillas fue llamado, se incorporó con increíble solemnidad y se acercó al pabellón, en donde fue presentado a Rino, que le dedicó una sonrisa.

Tuvo que cerrar los ojos.

Desde el segundo exacto en que se dio cuenta de que había perdido ante Kuroki Gensai sabía que ese momento llegaría.

Aunque de momento le molestó que el viejo lo comparara con su padre, al final no le importó realmente el sermón respecto a lo que muchos otros también llamaban una tergiversación de su espíritu y orgullo de lucha, que lo hacía tan diferente al de los demás peleadores; no le importaba el dinero, ni la fama, ni demostrar a otros que era más fuerte, no peleaba para sí mismo en ningún sentido, había abandonado a su clan y al estilo Raishin.

“Un simp”, dijo más de uno de los espectadores del torneo luego de que venciera a Yoroizuka Saw Paing, asegurando que el peleador birmano era mil veces más digno de avanzar a la siguiente ronda.

Asumió que la reunión había terminado cuando todos se pusieron de pie, y toda la solemnidad que hasta el momento se había mostrado hasta el momento se rompió cuando uno de los chicos que siempre estaban con Jabu se quejó de que se le habían entumecido las piernas.

Uno de los hombres de dorado se llevó una mano a la cara, avergonzado, aunque Saori lo encontró gracioso.

—Rei —llamó Rino —, por favor acércate.

Se obligó a no dejar entrever sus emociones, resistir con dignidad la inevitabilidad de la regla que Rino tenía para sus peleadores: solo serviría hasta ser derrotado.

Evidentemente, él no era la excepción. Perdió el derecho a representarla con Kuroki Gensai.

Se acercó en silencio, sintiendo crecer el vacío en su estómago cuando Rino enganchó su brazo al de su acompañante. Aun así, inclinó respetuosamente la cabeza cuando los presentó.

—Él es Rei Mikazuchi —dijo al hombre —. Rei, él es Camus, estará con nosotros a partir de ahora. Por favor, llévense bien.

Camus era más alto, pero con lo que parecía ser el casco de la armadura se notaba un poco más. Su semblante serio acentuaba sus facciones rígidas, aunque respondió educadamente la inclinación al ser presentado, no expresó nada en particular. Era europeo, y más joven que él, de ojos azules y el cabello largo suelto a su espalda.

Extrañamente le pareció delgado, aunque quizás solo estaba acostumbrado al estándar de tono muscular en la asociación Kengan.

—Por favor, cuida bien de Rino —dijo quedamente —. Es un tesoro de incalculable valor.

—Así lo haré.

Rino sonrió, complacida.

—Vamos, Saori organizó un banquete.

Sin soltar a Camus, Rino alcanzó a Saori, y solo hasta que ellas avanzaron, el resto se movió.

No muy lejos de ahí se había dispuesto un espacio que le recordó infinitamente a una boda en jardín, aunque claramente sin la parafernalia decorativa propia de un matrimonio. Altas pérgolas de flores de colores daban sombra a las mesas elegantemente dispuestas y en un discreto escenario, dos mujeres se acomodaban, una con un arpa y otra con un violín.

—¡Es tan tierno! —exclamó Rino, finalmente soltando a Camus, solo para abrazar por detrás a Saori —. No me acuerdo cuándo fue la última vez que me invitaron a un evento de día.

La jovencita solo sonrió con nerviosismo mientras trataba de soltarse, claramente no estaba acostumbrada a que la tocaran, ni siquiera otras mujeres.

—A mí me está costando acostumbrarme al ritmo nocturno.

—Oh, bueno, eso es porque es una locura. No creí que los demás perdieran la cabeza de esa manera, es una exageración, aunque no es que vaya en contra de las reglas de la Asociación. Pueden pedirte reuniones a tales horas, incluso si no es para tratar asuntos importantes y programar combates consecutivos. Es una cuestión de resistencia.

Rino se llevó las manos a la cara haciendo una mueca de tragedia.

—Aún recuerdo los primeros días cuando conseguí mi membresía, fue un acoso horrible. Por cierto, ¿cuántos viejos te han pedido matrimonio?

La pregunta sobresaltó a Saori, siempre tranquila, se había puesto completamente roja mientras agitaba las manos, como si ahuyentara esos recuerdos, aunque al final volvió a controlarse.

—Seis —susurró, mirando al piso y aun avergonzada —. Bueno, cuatro ofrecieron a sus nietos.

Rino se rio.

—¡Oh! ¡Hay que abrir el champagne! Traje unas botellas de Armand de Brignac para compartir con tus chicos.

Saori asintió y le pidió al mayordomo que se hiciera cargo.

Rei enarcó una ceja, esa niña no tenía edad para beber, pero no las iba a detener. No era su padre.

Se sentaron en lo que era claramente la mesa principal, y negándose a ceder su lugar en el terreno personal, se sentó junto a Rino. Aparentemente ellas estaban de acuerdo, y el cuarto sitio fue para el hombre de la túnica oscura.

Miró a su alrededor, a Camus no parecía afectado y se reunió con sus compañeros.

Notó la marcada jerarquía, y que la mesa en la que se habían acomodado las mujeres se había rodeado con un velo.

Tenía tantas preguntas, aunque saber que ya había sido reemplazado adormecía bastante sus pensamientos.

La comida se sirvió con celeridad y en abundancia, e iba desapareciendo a buen ritmo también.

—Querido Rei —dijo Rino con suavidad —, no has probado bocado.

Rei reaccionó. Ya sabía que no estaba comiendo, pero no pensó que se notara, se habían enfrascado en una conversación de anécdotas en la asociación, con los miembros más problemáticos. El hombre de la túnica negra también participaba activamente, genuinamente interesado en los asuntos que parecían ser proclives a causar problemas.

—Discúlpame —dijo Saori —, no le pregunté a la señorita Kurayoshi sobre la dieta que estás siguiendo.

—No se disculpe señorita Kido—se apresuró a responder, apenado por la forma en la forma en la que se había vuelto el centro de atención —, solo estoy un poco distraído… es que…

No quería quejarse de no haber sido incluido realmente en esa reunión. Rino se inclinó hacia él, dándole un beso en la comisura de los labios.

—Por favor, no te mortifiques.

Le habría sentado mejor que le dijera que le explicaría más tarde. Pero, para no hacer una escena, empezó a comer.

El tiempo pasó de una forma insoportablemente lenta. Incluso el champagne le supo amargo y ni siquiera podía concentrarse del todo las pocas conversaciones que tuvo con algunos, con todo y que su japonés era perfectamente claro, para ser europeos.

—Oye —le llamó uno de los chicos ataviados de dorado —. ¿Tienes un momento?

Parecía demasiado serio, y se preguntó qué asunto podría tener con él. Se apartaron un poco de la reunión, y en el camino Rei no pudo evitar mirar a detalle las particularidades del diseño en la armadura. A primera vista pensó que todas eran iguales, pero no era así, y esa, con los detalles del casco, le recordaba muy vagamente a la cola de un escorpión.

—Es sobre Camus —agregó —. Es un tipo con un carácter peculiar; casi no habla, y cuando lo hace, suele decir las cosas muy directamente, sin filtro, y la mayor parte del tiempo parece que te mira hacia abajo.

Rei se sintió contrariado.

¿Acaso intentaba sabotearlo para cambiar de lugar con él?

Sin embargo, el joven puso las manos en sus hombros.

—Por favor, solo sé paciente — dijo, cambiando abruptamente su actitud a una más desenfadada, aunque con las cejas levemente fruncidas, dándole un aire soberbio, así que pensó que era de la clase de personas que tienen esa expresión permanentemente, sin importar su estado de ánimo—. Él es muy fuerte, y no va a decepcionarlos, por eso Athe… la señorita Kido lo eligió.

La corrección en el nombre no pasó desapercibida para Rei, pero no alcanzó a entender lo que quiso decir en primer lugar.

—De cualquier forma, si tienen problemas, iremos enseguida. Ese ha sido el trato.


Dos tímidos choferes esperaban en la entrada del edificio. Cuando Rino bajó del auto, uno de ellos corrió a sostenerle la puerta y recibir las llaves para ir a aparcarlo, sin embargo, no pudo evitar su sorpresa cuando se dio cuenta de que no iba sola, en realidad, lo que le sorprendió fue que no era Rei su acompañante.

Agachó la cabeza porque no estaba seguro de poder mantenerse discreto, pero sus ojos no pudieron despegarse del perfil del chico nuevo que bajó del asiento del copiloto.

¡Era más joven! ¡Y extranjero!

El extraño llevaba solo una bolsa de lona simple y una caja. AL bajarse, solo se acomodó el largo pelo con una mano y miró el edificio con nulo interés.

¿Cuál era su problema? ¡Era uno de los edificios más exclusivos de una de las ciudades más importantes del mundo! ¡Y ocuparía el penthouse con la mujer más hermosa de Japón! ¿Y su reacción era nada?

Deliberadamente hizo tiempo acomodando el asiento del conductor, y al ajustar el retrovisor, se dio cuenta de que Rei había bajado del camión de mudanzas, visiblemente de mal humor, prácticamente arrojándole al otro chofer las llaves sin ninguna consideración.

Tenía información de calidad para cuando se reuniera con los chicos en el bar de siempre. Lo que más le emocionaba, era que había ganado la apuesta; Rei Mikazuchi había sido reemplazado.


Desde el lobby de la entrada hasta el penthouse, aun en el ascensor privado que no hacía escalas en los otros pisos, tardaron unos tres minutos, mismos que permanecieron en absoluto silencio.

Sin la armadura, Camus era notablemente más delgado, y aun llevando solo una camiseta simple con pantalones vaqueros, su porte seguía siendo regio y en honor a la verdad, intimidante, algo que muchos peleadores, aun siendo poderosos, no podían lograr.

Las puertas se abrieron.

Todo estaba en silencio, Rino había dado el día libre a todos los empleados y aunque no eran realmente muchos, tal vez la creciente tensión enfatizaba esa ausencia.

—Bien, es aquí. No es tan grande como la mansión Kido, por supuesto, ni siquiera mi casa familiar es tan grande, Rei puede dar fe de eso.

Y diciendo eso, se acercó a los inmensos ventanales. Aún era de día, pero la luz rojiza en el horizonte empezaba a dibujar la silueta de la ciudad.

—Pero me encantan las vistas, y por supuesto, la mayoría de mis negocios quedan a la vuelta de la esquina, por eso decidí que era mejor vivir aquí. Además, algunos empleados de confianza ocupan departamentos en los pisos de abajo, así que estamos en familia.

Sacudiéndose el pelo, atravesó la amplia sala de estar. Los sofás blancos impolutos rodeaban una inmensa pantalla al centro, contiguo había una larga barra de mármol con bancos altos, todo en blanco y oro con un gran espejo detrás.

—No suelo beber mucho —dijo Rino con tono alegre —, pero me gusta que mis invitados estén bien atendidos. Normalmente está Hana a cargo, también prepara un café delicioso.

Siguió su camino hasta el comedor de doce plazas.

—La cocina está por allá. Maki sirve el desayuno a las 7:00 de la mañana, pero el resto de las comidas las confirma previamente, con tantos compromisos es raro que estemos por aquí.

No había muros divisores como en una casa normal, sin embargo, los espacios estaban claramente diferenciados.

—Acá está la biblioteca, se supone que es un estudio, pero jamás traigo trabajo a casa, así que casi no lo uso.

Unas escaleras serpenteantes conducían al piso superior. La baranda era de cristal y en ella no se veía ni una sola huella. Arriba, sí había un diseño más o menos tradicional; había muros y puertas y Rino señaló al fondo.

—La mía —dijo, luego señaló la segunda —, la de Rei.

Y se acercó a la tercera, abriendo la puerta.

—La tuya.

Lo invitó a pasar. Camus hizo un asentimiento. Le sorprendió la amplitud del espacio, ese lugar era como una casa dentro de un edificio. Dejó la bolsa de lona sobre la cama y puso la caja en un banquillo quitándole la cubierta.

Rei, que no había querido entrar, aun así, pudo ver que se trataba de una caja dorada; en una de sus caras se distinguía el relieve de una mujer sosteniendo un cántaro. Rino se acercó, acariciándola con admiración.

—Haré que construyan un nicho, ¿está bien?

Camus solo asintió.

—Ven, hay un gimnasio.

Salieron de nuevo y fueron al lado contrario de donde estaban las habitaciones.

La puerta al final era corrediza de cristal. Había un pequeño recibidor y se bifurcaba en dos amplios pasillos que dejaban vacío el medio. En los pasillos se distribuían aparatos estándar para levantamiento de peso, una cinta corredora y una bicicleta fija. Había también sacos de distintos tipos y tamaños.

Camus se asomó al espacio vacío por la baranda de aluminio y vio una piscina debajo. El azul intenso del fondo le dificultó calcular la profundidad, pero el largo estaba bien para dar unas vueltas.

—El equipo que necesites —dijo Rino —lo puedes gestionar con Lynn, es la preparadora física de Rei. Lo que hay ahora, es por el diseño de entrenamiento que hizo para él.

Camus asintió.

El sonido del teléfono de Rino los interrumpió, y aunque en un inicio pensó en no responder, al ver la pantalla cambió de opinión y se disculpó saliendo del lugar.

—No usaré tus cosas si no quieres.

Rei se sorprendió, era la primera vez que lo escuchaba decir una frase tan larga. Al mismo tiempo, se sintió completamente estúpido. Era de esperar que se iba a notar su humor, y así como lo decía, parecía un adulto sensato tratando con un niño malcriado.

Chasqueo la lengua, cruzándose de brazos y recargándose en un pilar.

—Es un despropósito duplicar el equipo, no es que lo vaya a ocupar todo al mismo tiempo.

“Y tampoco sé cuánto tiempo más me voy a quedar”, pensó.

—Lynn es muy intensa, pero es la mejor en su trabajo. A decir verdad, me ayudó a pulir muchos aspectos técnicos cuando pensé que ya era un maestro.

—Nunca he trabajado con un preparador profesional.

—¿No? Creí que la fundación Graad tenía un sistema completo de entrenamiento. Todo mundo habla de eso.

—Yo no entrené con la fundación, ninguno de los mayores lo hicimos. Solo los más jóvenes, como Jabu.

Rei enarcó una ceja, casi riéndose. Decía “mayores” y “jóvenes” como si entre él y Jabu hubiera mucha diferencia.

Fuera del gimnasio, Rino había terminado la llamada, pero no se animo a interrumpirlos. Saori le dijo que Camus podría ser difícil de tratar, pero Rei estaba haciendo un buen trabajo, y se sintió mal por todo lo que le había hecho pasar en el día.

A decir verdad, no decidió si la acompañaría sino hasta que él mismo preguntó, y a medida que los eventos se iban desarrollando, también se cuestionó si le expondría su secreto.

Aun no podía decidirlo.

No sabía cómo explicarle por qué nunca le enseñó a utilizar su cosmos de mejor manera que lo que las enseñanzas de su clan habían hecho tan escuetamente, tras haber descubierto unas nociones un milenio atrás, o por qué nunca le ofreció una investidura sagrada.

Quién era ella, quién era Saori y por qué decidió renunciar a todo esa mañana.

Apretó el teléfono.

Sin duda, toda su devoción se merecía esas explicaciones y más, pero era su deseo egoísta el que la mantenía en silencio.

Respiró profundamente y corrió la puerta.

—Listo chicos. Perdonen, pero hay una situación en el Boar Hat.

—¿El espectáculo de mañana? —preguntó Rei. Ella asintió.

Acostumbrado a lo que significaba, asintió y se puso en marcha. Camus, solo por imitarlo, fue detrás.

—Acostúmbrate, novato —dijo Rei —, aquí casi no se duerme.

—¿Novato? —preguntó Camus.

Rino le sonrió, y le indicó sin palabras que no le replicara y se adelantara, luego abrazó por la espalda a Rei.

—Querido Rei —susurró.

Rei se sintió extraño, no era la primera vez que hacia eso, pero había algo en su voz que se le figuró a un sollozo.

—No puedo decírtelo ahora. Por favor, solo dame tiempo.

—Rino… no estás obligada a contarme nada.

—Quisiera hacerlo… es lo justo.

—No realmente, aunque…

Dudó un momento, pero pensó que de todas las cosas que no se habían dicho, de momento solo eso le bastaba.

—Si peleara contra Camus, ¿tendría oportunidad de ganarle?

—No —respondió Rino sin dudarlo un segundo —. Acabaría contigo. Lo siento.

—No te disculpes. Era de esperar.

Rei dio un par de pasos, con lo que rompió el abrazo y miró a Rino, luchando con el desencanto.

—Pero igual le voy a decir novato.

Levantó el índice.

—En primera porque soy mayor — y levantó el dedo medio —, y porque tengo más tiempo en Golden Pleasure Group.

Desde que lo conoció, aún siendo un asesino, le pareció la persona más transparente que había conocido. Por eso era tan malo jugando póker. Y por eso pudo ver sus verdaderos sentimientos tras esa broma.

—Camus no va a tomar tu lugar como mi representante —le dijo, esperando que funcionara como consuelo, por poco que fuera.

Rei se sorprendió.

—¿Entonces él …?

—Mi vida está en sus manos —respondió con una sonrisa —. Saori se comprometió a cuidar de nosotros, así que no te preocupes por nada.

Rino acortó la distancia y levantó las manos, tomando su rostro, el cuerpo de Rei cedió, inclinándose para recibir su beso.

—Solo confía en mí, por favor.

Rei cerró los ojos, rodeándola con sus brazos, dejándose llevar por el olor de su perfume, el sabor de sus labios, el tacto de su piel.

Solo eso quería, confiar en ella.

Notes:

En el capítulo de Gold Pleasure Group establecí que, para mí, Rino es Afrodita (la diosa).

Y en el disclaimer del primer capítulo puse que me tomo la libertad de decidir quién está vivo y en qué condiciones, así que, aunque ya paso la guerra santa contra Hades, los dorados están completos y Shion es patriarca.

¿Por qué? Porque puedo.

Como sea, Camus no es traidor, es víctima de los cambios de administración que decidimos los guionistas, la verdad tuve serias dudas sobre quién era mejor opción. Originalmente iba a mandar a Deathmask, pero no creí que Rino lo aguantara mucho, también consideré a Milo y al tocayo Afrodita, pero creo que el témpano de hielo al final será más útil a nuestra trama.

¡Gracias por leer!